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12 horas de esclavitud

Perversiones gastronómicas

Horeca plantea que los trabajadores de la hostelería trabajen 12 horas diarias

Entrada al campo de concentración de Auschwitz.
José Berasaluce Linares

24 de enero 2020 - 19:51

Arbeit macht frei, El trabajo os libera. Ese es el mensaje de los campos de concentración y exterminio durante la dictadura nazi como irónica y cínica bienvenida a los presos deportados a través de una inscripción en las puertas de acceso a aquellos campos del horror.

Como sostiene Zygmunt Bauman, existen algunas profesiones elevadas a la categoría de actividades fascinantes y refinadas que a su vez niegan valor a otras ocupaciones remuneradas que solo aseguran la subsistencia. Estos últimos trabajos son considerados tan viles y despreciables que no se los concibe como actividades dignas de ser elegidas voluntariamente.

Antaño, cualquier trabajo humanizaba por el simple hecho del deber cumplido. Sin embargo, hoy en día la vocación es un privilegio.

Por eso en Madrid, en los oficios hosteleros no sorprende ver a trabajadores latinoamericanos mientras en las cuatro torres de la Castellana vemos mayoritariamente a ejecutivos españoles. Se cumple la misma ecuación cuando observamos que en un norte rico la marinería de la flota pesquera vasca la forman trabajadores subsaharianos perfectamente integrados en la vida euskalduna mientras en el Parque Tecnológico de Zamudio abundan los ingenieros.

El trabajo como vocación se ha convertido en privilegio de unos pocos, en marca característica de la élite.

En conclusión, el trabajo como vocación se ha convertido en privilegio de unos pocos, en marca característica de la élite. A la mayoría se le niega la oportunidad de vivir su trabajo como una vocación.

Ya intuíamos que trabajar en la hostelería era lo más degradante, lo menos digno de esta industria expoliadora del turismo. En este sector se trabaja a destajo, sin control horario, sin tiempo para tu familia y, en muchos casos, con una dudosa legalidad. Existen magníficos empresarios hosteleros que arriesgan, invierten y mantienen muchos empleos. De la misma manera que existen profesionales y trabajadores que lo dan todo y se sienten muy orgullosos de sus oficios.

Lo que no sabíamos es que después de años de conquistas sociales, de derechos de los trabajadores, de la jornada de 40 horas semanales habría que trabajar 12 horas al día. Todos sabemos que, en la práctica, estos empleos ya suponen un sacrificio para los trabajadores. Otra cosa es llevar esta mala práctica a un convenio colectivo, es decir, a convertir el abuso en ley.

Según la noticia publicada en Diario de Cádiz, la patronal de la hostelería, Horeca, plantea en la negociación del nuevo convenio provincial de ese sector que la jornada máxima de los trabajadores sea ampliada a 12 horas. El convenio que finalizó el pasado diciembre limitaba la distribución de horarios con un máximo de 9 horas al día.

Los hosteleros de esta provincia tienen el legítimo derecho de ganar dinero pero también la responsabilidad de construir un destino gastronómico amable con trabajadores felices

Antonio de María, presidente de Horeca, explicó que la ampliación a 12 horas permitiría afrontar mejor las situaciones de mayor demanda que se producen en determinadas fechas y en temporada alta.

A mi me gusta ver a Antonio de María los miércoles santos, cuando procesiona con chaqué en la presidencia de la cofradía de Santa Marta de Jerez, patrona de los hosteleros. Obsérvenlo como agarra la vara dorada con sus guantes blancos. A veces me pregunto si va rezando por los trabajadores de la hostelería de esta maltratada provincia de Cádiz o si, por el contrario, va rezando bajito el Yo pecador.

Lo que no tiene mucho sentido, ahora que comienza un nuevo convenio colectivo, es dar pasos atrás en los derechos laborales. No nos merecemos representantes empresariales que crean que el crecimiento de sus negocios se tenga que hacer a costa de la esclavitud de sus trabajadores.

Hace tiempo que es difícil entender a Horeca porque los sermones moralizantes de sus eternos dirigentes ya no forman parte del sentido común.

Todo el mundo sabe que los pobres de esta sociedad de consumo no tienen acceso a una vida normal, menos aún a una existencia feliz. Maltratar a los trabajadores de la hostelería con sueldos míseros y jornadas injustas solo redunda en servicios de dudosa calidad. Fomenta los resentimientos de quien sufre esa injusta situación y excluye y humilla a profesionales que necesitan cumplir su función social con dignidad.

Los representantes empresariales no son la clase empresarial. Los autónomos, los emprendedores, los empleadores y los hosteleros de esta provincia tienen el legítimo derecho de ganar dinero pero también la responsabilidad de construir un destino gastronómico amable con trabajadores felices. Hay que dignificar este oficio para que el trabajo nos haga realmente libres.

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