Más cerca de Adolfo Trinidad 'El Titi', el futbolista represaliado

Memoria

Los trabajos en el cementerio de San José desvelan restos que podrían pertenecer al jugador de la Gimnástica sin filiación política y asesinado con 22 años en tiempos de Ramón de Carranza

El parte que el jefe de Policía remite al alcalde sobre la detención de Adolfo Trinidad ‘El Titi’.
El parte que el jefe de Policía remite al alcalde sobre la detención de Adolfo Trinidad ‘El Titi’.

Cádiz/Decían de Adolfo Trinidad El Titi que era un pelotero más que aceptable. Tenía futuro. Jugaba en la Gimástica, puede que en el Mirandilla, hasta es más que probable que le diera al balón cuando se produjo el acercamiento de ambos clubes gaditanos en el 33. Decían del Titi que era buena gente. Se le quería en el barrio, en el Mesón, ese microcosmos dentro del Pópulo, donde se le admiraba por su destreza como extremo y por su corazón generoso en tiempos donde el hambre endurecía hasta el agua. El Titi intentaba dar esquinazo a la canina buscándose la vida con el pescao. En el Muelle. Tenía unas bermuditas guardadas, siempre a punto, para tirarse al agua cuando se deslizara de alguna caja una pescadilla o, con suerte, una merluza. Siempre que se cayera, ¿eh? que decían que el Titi no tenía nada que no fuera suyo. Eso decían del Titi. Que no se metía en ningún asunto turbio. El fútbol, el Muelle, su casa, el chavalerío... Sin embargo, al Titi le pegaron un tiro en septiembre de 1936 en la plaza de Toros. Al Titi lo asesinaron, según las fuerzas del orden ejecutoras en tiempos del alcalde Ramón de Carranza, “por peligroso maleante” y por su participación “en los saqueos de la tarde del 18 de julio”. Tenía 22 años.

Del Titi, de Adolfo Trinidad –rubito, delgado, de estatura media– no quedó nada, ni su recuerdo, hasta hace bien poco. El empuje memorialista animó a una de sobrinas, Isabel Hernández Trinidad, hoy con 80 años, a hablar a su familia de aquel tío al que mataron los golpistas cuando ella apenas tenía 16 meses pero al que sus padres y sus abuelos lloraban todos los días. Lloraban bajito, a oscuras, como se lloraba hasta hace bien poco a los hombres y mujeres represaliados.

El hijo de Isabel, Antonio Dávila Trinidad, es quien rememora la historia de su tío abuelo “sin ningún ánimo revanchista”, “sin ningún interés de hacer daño”, pero sí con el anhelo “de darle digna sepultura” a los restos de su familiar que parecen estar en una de las medias sepulturas del clausurado cementerio de San José, donde descansan no pocas historias de sinrazón esperando justicia.

Del tío abuelo futbolista no se conserva ni una foto. Ni tan siquiera la que él mismo mandó a su madre desde Argentina cuando hizo la mili en ElCano. Sería la primera y la última vez en su corta vida que El Titi vería mundo más allá del entorno de su calle Silencio. En el desaparecido 10 nació, en el desaparecido 10 vivió y, muy cerquita, en la plaza de San Juan de Dios, él mismo comenzó a desaparecer un 27 de agosto del 36 tras ser detenido por la Guardia Municipal.

Al Titi lo detuvieron por “peligroso maleante”, como reza en el parte que el jefe de la Policía Municipal, Luis Machuca, le enviara al alcalde Ramón de Carranza, para quedar encarcelado en los calabozos de la propia guardia en el edificio municipal hasta el 4 de septiembre cuando fue trasladado a la prisión provincial de donde salió, a disposición del gobernador civil, el día 11 con destino al Miraflores.

Este vapor fue la última localización conocida del futbolista con vida, ya que lo siguiente que se conoce es la inhumación el 30 de septiembre de su cadáver en el cementerio de San José. Restos que pudieron ver su padre y su cuñado (bisabuelo y abuelo de Antonio Dávila). “A tu hijo le han pegado un tiro en la plaza de toros y se han llevado el cuerpo para el cementerio municipal”, avisan unos vecinos en la plaza de San Juan de Dios. No te entre ... Efectivamente, allí lo encuentran, en lo alto de un montón de cadáveres, el cerco de la boca amoratado y salpicado de sangre. Le habían dado un culatazo y arrancado un par de dientes de oro que tenía. Los pantalones a media pierna, lesionadas tibia y peroné. “¡Me lo habéis matado!”, grita el padre. “¿Cómo?”, en guardia la autoridad presente en tanto que las palabras tensan de la situación, a punto de romperse... “Que no, que se ha equivocado con los nervios, que se ha muerto, quiere decir...”, recompone el cuñado del joven futbolista evitando que la desgracia se convierta en aún mayor.

Esta escena se la contaría su padre a Isabel que, a su vez, se la transmitió “hace relativamente pocos años” a su hijo Antonio, al igual que “los verdaderos motivos” por los que Trinidad fue encarcelado y asesinado. Una venganza, según lo que supo la propia familia.

Y es que al Titi lo detuvieron, sí, pero sólo por su negativa a delatar a “unos jóvenes raterillos del Muelle” que conocía. De hecho, la autoridad hasta le llegó a ofrecer a cambio de la información un puesto de trabajo fijo de guarda en los muelles. Pero se negó en redondo. Esta firme negativa es la que esgrime la familia para entender esta detención puesto que Adolfo Trinidad “no tenía filiación política ninguna” aunque se haya intentado relacionar su persona con un tal El Tite que aparece como colaborador de El Morcillo en el incendio de la iglesia de la Merced. Una detención que se produjo llevando ya El Titi 6 meses bajo tierra.

Tierra que fue retirada el pasado abril en los trabajos de exhumación en el camposanto gaditano en los que se han descubierto algunos restos que podrían corresponder al futbolista y que han sido sometidos a la prueba de ADN cuyo resultado espera la familia “con muchas ganas” y “sin revanchismo alguno”.

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