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“Que Cádiz vuelva a ser la puerta de América”. El periodista y escritor José Joaquín León Morgado ingresó ayer en la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras lanzando un alegato en favor de que Cádiz recupere su mirada permanente a América Latina, una labor en la que reclamó protagonismo para la entidad académica que lo acogía como miembro de número al tiempo que situó la Casa de Iberoamérica, edificio que alberga la sede de la Academia que dirige Felicidad Rodríguez, como el núcleo central desde el que expandir ese carácter americanista que la capital gaditana lleva a gala desde hace más de 500 años. Y fue precisamente la rica y curiosa historia de este edificio, que fue Cárcel Real, sede judicial y que ahora es la Casa de Iberoamérica, la que centró el discurso de León Morgado. El catedrático de Historia de la Universidad de Cádiz Manuel Bustos fue el encargado de contestar desde la Academia al nuevo académico, en un acto celebrado en el salón de grados de la Facultad de Medicina.
El gaditano José Joaquín León, que fue director de Diario de Cádiz y de las publicaciones del Grupo Joly, demostró su profundo conocimiento del edificio proyectado por el arquitecto Torcuato Benjumeda allá por 1794, fecha del comienzo de su construcción. No en vano, es el autor de un libro sobre esta hermosa y neoclásica construcción considerada por algunos especialistas como “la obra más importante de la arquitectura civil de estilo neoclásico en Andalucía”.
El nuevo académico repasó con profusión de fuentes todos los detalles del edificio desde su proceso de construcción y apertura, con los aspectos arquitectónicos más destacados, hasta sus distintos usos en los casi 200 años que lleva funcionando, pues se abrió como Cárcel Real en 1836, más de tres décadas después del inicio de las obras en lo que viene a ser perfecto ejemplo de una tardanza, desde luego, genuinamente gaditana. Y echó mano también José Joaquín León de las anécdotas, de las leyendas y las tradiciones que rodean a este edificio que mira de manera directa al gaditano Atlántico: desde su posible relación con los duros antiguos hasta, por ejemplo, los presos más famosos que han cumplido condena en sus antiguas celdas o el carácter saetero que siempre ha acompañado a una construcción levantada a escasos metros del templo que cobija al Nazareno, al ‘greñúo’ de la Semana Santa gaditana.
Detrás de esa historia resumida con tino por José Joaquín León llegó la demanda, la reflexiva conclusión final en la que apostó por convertir la Casa de Iberoamérica en sede del americanismo gaditano con la Academia Hispano Americana, por tradición, vinculación e historia, como el motor de ese nexo fundamental que el nuevo académico extendió también, en aras de la que sería una deseable concordia interprovincial, a un hipotético proyecto conjunto con las Atarazanas de Sevilla.
“La Casa de Iberoamérica –dijo José Joaquín León– fue creada como un espacio cultural de referencia para Cádiz. No sólo para aglutinar las actividades y gestiones relacionadas con Iberoamérica y el legado del Bicentenario de la Constitución de 1812, sino con afán de continuidad. No voy a entrar en las disputas políticas de los últimos años sobre la Sociedad Municipal Cádiz 2012, su gestión, sus cuentas y su futuro. Pero sí quiero afirmar que, en mi opinión, Cádiz no se debe desenganchar de sus vínculos y sus proyectos con Iberoamérica”.
Con un apoyo explícito a la candidatura de Cádiz al Congreso de la Lengua en 2025, León Morgado abogó por extender la vinculación americanista más allá de momentos puntuales o hechos tan significativos como esta importante aspiración: “El americanismo de Cádiz necesita unos vínculos permanentes y estables, no sólo de eventos, y no sometidos a los vaivenes políticos. Considero que nuestra Real Academia Hispano Americana, al haber trasladado su sede a la Casa de Iberoamérica, debe transformar la necesidad en virtud y aprovechar esta oportunidad, para aportar nuevas ideas y proyectos y colaborar en el refuerzo de los vínculos hispanoamericanos de Cádiz”.
En su conclusión, José Joaquín León lanzó ese alegato por recuperar el espíritu americanista de una ciudad entrelazada por tantas causas compartidas a lo largo de los siglos con los países sudamericanos, primero como colonias y luego como estados independientes que abrazaron, en muchos casos, la gaditana Constitución de 1812 como la norma fundamental de su incipiente independencia: “En los próximos años, la Casa de Iberoamérica se debe consolidar como el gran espacio cultural que Cádiz necesitaba, pero también como el referente para abrir una etapa de cooperación con los países americanos. La vieja cárcel, que en otros siglos acogió las ansias de libertad de tantos presos, debe reflejar un espíritu de concordia, para que las libertades que se gestaron en la Constitución de 1812 encuentren una sólida expresión cultural y de cooperación. Ese histórico edificio, que ha resistido a la ruina, a las guerras y al tiempo, debe recuperar el gran objetivo para el que fue reconstruido: que Cádiz vuelva a ser la puerta de América”.
Fue precisamente la historia de este significativo edificio la que centró un discurso que navegó con precisión por los avatares de su construcción, sus detalles técnicos, los usos que ha tenido y las distintas historias de la que han sido mudos testigos sus paredes, siempre afectadas por ese mal tan gaditano como es la humedad. Como tantas cosas en Cádiz, con la Catedral como ejemplar abanderada, su construcción se demoró más de lo previsto: “El gran arquitecto Torcuato Benjumeda es el autor del proyecto original. Empezaron a construirlo en 1794. Debido a la escasez de fondos, tan típicamente habitual en las obras públicas gaditanas, tardaron más de 30 años en finalizar los trabajos. Se dieron por terminados en 1836, dirigidos por el arquitecto Juan Daura, continuador de la obra de Torcuato Benjumeda, que había fallecido unos meses antes. No obstante, tras la ampliación realizada por Daura, aún quedaba por ejecutar un último tramo, el más cercano al mar, que no se completó hasta las obras de restauración y reconstrucción para adaptarlo a Juzgados en 1990. Es decir, el proyecto inicial de Benjumeda fue realizado en tres fases, y tardaron casi dos siglos en completarlo y en reconstruirlo. Tras las obras finalizadas en 1990, no habían pasado ni veinte años cuando fue necesario resanarlo y hacer una rehabilitación integral para que acogiera la Casa de Iberoamérica”.
A partir de 1966, el histórico edificio comenzó a vivir su momento más delicado. Fue el año en que dejó de ser Cárcel Real tras la construcción de un nuevo presidio en Cortadura. El conjunto neoclásico ideado por Benjumeda comenzó a deteriorarse y durante más de dos décadas pasó a formar parte del decadente mapa de la capital gaditana, un edificio abandonado, que amenazaba “una ruina inminente” y que finalmente pudo ser salvado con su conversión en sede judicial, con una rehabilitación que no salvó, sin embargo, los problemas de humedades que se aminoraron con la última reforma realizada en 2010 y con el futuro como Casa de Iberoamérica y referente cultural en el horizonte. La reinauguración del edificio se realizó, en enero de 2011, precisamente con una exposición sobre la historia de la Academia Hispano Americana.
Un edificio con más de 200 años de historia da para mucho. A ello también se refirió el nuevo académico, que habló de los presos americanistas en Cádiz aunque no recalaran en la Cárcel Real por su condición de militar, como Francisco de Miranda (independencia de Venezuela) o Mariano Abasolo (independencia de México). O de un destacado preso, este sí ingresado en la Cárcel Real, como Fermín Salvochea, que dio con sus huesos en el presidio de su ciudad natal en 1891, aunque antes ya supo de la vida carcelaria en varias ocasiones: como en 1868, tras la revuelta que lideró meses después de La Gloriosa y que obligó a vaciar de presos la Cárcel Real, por orden del alcaide de la prisión, ante la imposibilidad de atenderlos. Todo con una curiosa anécdota: “Una vez finalizada la revuelta, casi todos los penados del destacamento presidial de esta plaza volvieron al establecimiento; la mayor parte se presentó voluntariamente, aunque a otros tuvieron que ir a capturarlos”, contó León.
O la leyenda que sitúa en sus celdas a los piratas que escondieron en las playas gaditanas, antes de ser detenidos y condenados (diez a pena de muerte) en 1830, el botín logrado en el saqueo del buque ‘El defensor de Pedro’, un rico conjunto de monedas que se considera el origen de los famosos duros antiguos aparecidos en la playa casi 75 años después...
Y, finalmente, la relación del edificio con las llamadas saetas carceleras, que “los reclusos cantaban en la madrugada del Viernes Santo a Jesús Nazareno cuando pasaba por la cárcel en su itinerario de recogida camino de Santa María. Saetas, cantadas también por Enrique el Mellizo, desde su casa en la muy cercana calle Botica, y que se escucharon en Cádiz hasta 1966, cuando el edifico perdió para siempre su condición de establecimiento penitenciario.
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