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Alquilar piso en Cádiz se ha convertido en una gran odisea. Nunca han sido fáciles las cuestiones de vivienda en la capital gaditana por la limitación de suelo, pero hasta hace relativamente poco se podía plantear esta opción sin tantos quebraderos de cabeza para conseguir una vivienda que reúna dos requisitos: condiciones dignas y precios asequibles.
El mercado en la capital se ha entregado en buena parte a las viviendas turísticas (VFT), perdiendo en lo últimos años un buen puñado de pisos que antes eran de larga duración, lo que complica la ecuación.
Eso les ha ocurrido a María y Sergio, que decidieron volver a casa porque por fin surgió trabajo en Cádiz. “Desde que supe que volvíamos pasaron dos meses hasta encontrar una casa medio en condiciones. Al principio no podía creer lo que veía, viviendas enanas a precios altísimos y encima con muebles horribles que no podías tocar, lo cual nos desmoralizó”, afirma María. Finalmente “tuvimos suerte porque la hermana de mi cuñada dejaba su casa y le habló de nuestro caso a la propietaria, que inmediatamente confió en nosotros y estamos contentos aquí en Puerta Tierra, pero lo pasamos mal e incluso ya empezamos a plantearnos irnos fuera”.
En el caso de Mari Ángeles tampoco ha sido fácil. Llevaba diez años viviendo sola en un apartamento rehabilitado de la Junta en el barrio de Santa María con un alquiler de 240 euros, pero en cuestión de poco tiempo le subirá a 416 porque le ha cumplido el contrato. “Es una diferencia muy notable para mí que tengo un sueldo bastante normalito, así que lo voy a notar bastante, y si antes me tomaba dos cervezas pues ahora me tomaré una y si hacía dos viajes al año, pues haré uno, pues será más difícil ahorrar”. Conocedora de la compleja situación de la ciudad “no me puedo quejar, hasta tengo que sentirme dichosa porque los precios son muy altos en Cádiz”. Pero sí tiene claro “que si llega un momento en que trabajo solo para pagar la casa, tendré que irme de Cádiz, a Puerto Real, por ejemplo”.
Y es que “vivir sola y con un sueldo es muy difícil y me siento hasta afortunada, pero luego hay que sumar la subida de todo, de la cesta de la compra…”, lo que hace cada vez más insostenible la situación.
Se salvan de la dura pugna los inquilinos de renta antigua cuyos propietarios han respetado su situación acorde a la ley. Es el caso de Pepe Rodríguez, que además es presidente de la AVV Las Tres Torres de Santa María. “Siempre he estado de alquiler y alguna vez de joven me planteé comprar, pero la verdad es que me gustaba la casa en la que vivo, cerca de la casa donde nací, en el barrio, que era la casa de mi suegra”.
Más de 50 años lleva viviendo en la misma vivienda junto a su mujer, “pues mi suegra murió y los niños ya se fueron, pero se criaron aquí”. Una situación que ha podido mantener con un contrato de renta antigua, “y gracias a que son buenos propietarios y nosotros buenos inquilinos, soy un manitas y me ocupo siempre de lo que ocurre y los vecinos también, estamos muy pendientes de la casa”. Una finca que fue rehabilitada con el plan del casco antiguo, que dio un buen impulso al caserío del barrio, y en la que siguen contentos, “con la única pega de que nos hacemos mayores y no tiene ascensor, pero bueno, estamos bien”.
Rodríguez es consciente de que cada vez quedan menos contratos como el suyo y que la situación es complicada a la hora de alquilar, “pues lo que hay es poco y caro y, de hecho, nosotros denunciamos desde la Asociación todas las cuestiones que vemos injustas”.
Pero el libre mercado manda por el momento en esta jungla en la que se ha convertido alquilar de larga duración, y así lo han vivido por ejemplo Luisa y su familia, que en plena pandemia recibieron la noticia de que tenía que irse de su vivienda por una reforma del edificio donde vivían. “Nos avisaron a todos porque iban a hacer obras y el compromiso era que volveríamos, pero con un contrato más acorde al mercado, pues era un alquiler de renta antigua”.
Al anuncio siguió la odisea, “porque aunque el dueño nos dijo que si hacía falta nos quedáramos algo más, cumplimos la fecha y no fue nada fácil”.
Y es que al hándicap de buscar alquiler de larga duración en la ciudad se unían todas las restricciones del momento, “con toques de queda, los miedos a la hora de quedar con la gente, y lo que vimos”, advierte Luisa. “Muchas viviendas oscuras, demasiado pequeñas, que ni cumplían las condiciones de habitabilidad, indignas, vamos”. Y las que eran dignas y a precio asequible, añade, eran para el curso escolar, “porque de larga duración de dos habitaciones se ponían en 700 y 800 euros, y aparte suma la comunidad y el resto de gastos”.
Finalmente llegó el golpe de suerte y encontraron una vivienda que se ajustaba a sus necesidades, a un precio que no llegaba a los 500. “No era el de antes, pero lo podíamos asumir”.
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