Ana Rossetti y la búsqueda del gran calamar
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La escritora hace de guía por el casco antiguo gaditano ilustrando tanto las huellas de la época romántica en la ciudad, como los lugares referentes en la biografía de Fernán Caballero
Rafael Montesinos la definía como “el gran calamar andaluz”. Rafael Montesinos la definía como “el gran calamar andaluz”.No siempre en buenas relaciones con su propia proyección pública, a Cecilia Böhl de Faber/Fernán Caballero le gustaba jugar a la distracción. Su figura fue la protagonista de la ruta que, de la mano de la escritora Ana Rossetti, recorrió el casco antiguo gaditano bajo el epígrafe Fernán Caballero y el Cádiz romántico.
Un recorrido que comenzó en la casa de Frasquita Larrea, la madre de la autora, en la calle Rafael de la Viesca. Aunque de corte conservador, fue Larrea, por ejemplo, quien tradujo la Vindicación de los derechos de la mujer –su familia era de ascendencia alavesa e irlandesa–. “En alguna carta, Nicolás Böhl de Faber comenta que el día que ella queme el libro que tiene en la mesilla (el de Wollstonecraft)le haría el hombre más feliz de la tierra”, comenta Ana Rossetti. No fue, ni mucho menos, el único punto de fricción en el matrimonio, empezando porque él era protestante y ella, convencida católica: “Nicolás también fue uno de los impulsores del romanticismo en nuestro país, dando conferencias sobre los poetas ingleses románticos”, continúa Rossetti.
Curiosamente, a la vuelta de la esquina (Isabel La Católica) será donde se desarrolle la tertulia de sesgo más liberal, la de Margarita López de Morla. A nivel biográfico, ambas tertulianas tendrían sin embargo puntos en común: López de Morla se educó en Francia y, como Frasquita, “vivía separada del marido. Las dos tuvieron también mucha actividad escribiendo en periódicos y demás”.
Las barreras de Sanlúcar –y los buques de mayor envergadura– habían sellado el cambio de la Casa de Contratación a la capital gaditana. En su buena época, se contabilizaban 160 torres miradores. La arquitectura de la plaza de San Antonio, con sus ejemplos de torretas y casas palacio, da una muestra de lo que podía ser la vida entonces: fincas grandes, con el comercio abajo y la vida arriba y, aún más arriba, las reuniones sociales, los bailes, la frivolidad y sus tratos. Ejemplo de esto fue el paso de lord Byron por la ciudad durante la Guerra de Independencia: cinco días en una localidad sitiada que bien parecía, según los registros del inglés, un idílico destino de vacaciones. “Como buen romántico, va apuntando en su diario costumbres, habla con la gente en el mercado de frutas... La estancia en Cádiz le va a causar gran impresión. Su famoso poema La chica de Cádiz, que a su vez causó gran impresión, está al parecer inspirado en Ana de Córdoba”, comenta Rossetti. Justo en la esquina de Sagasta con Tinte –donde abrirá el Hotel Áurea– , estaba la Embajada Británica: Byron, además de ejecutar sus números de sensación de salón, trajinaba papeles sellados de aquí para allá. Vaya. El poeta inglés, del que Larrea tradujo algunos textos, no se alojó allí, sino en una pensión de la actual calle Periodista Emilio López.
Ana Rossetti destaca la importancia de algunas de las autoras contemporáneas a Fernán Caballero, y su “fuerte compromiso social”, a pesar del cliché asociado a la producción femenina, “pájaros y flores”. “Carolina Coronado muere en el destierro, por ejemplo, porque es abolicionista –indica la escritora–. Gertrudis Gómez de Avellaneda, que se convertirá en amiga de Fernán, va a tratar realidades muy duras, de esos temas que se supone no se debían tocar, como las condiciones en las cárceles de mujeres. Suya será, también, la primera novela en nuestro país que denuncie que las grandes fortunas europeas se han levantado gracias a la mano de obra esclava, una historia que basó en un caso verdadero del siglo XVIII”.
En la famosa finca de Rafael de la Viesca será donde nazcan todos los hijos de Frasquita Larrea y Nicolás Böhl de Faber, excepto, curiosamente Cecilia (que lo hizo en Morges, Suiza). La familia se trasladará luego a Hamburgo pero “Frasquita no lo resiste y se vuelve con las dos pequeñas, y deja al hijo mayor y a Cecilia en Alemania”. Tal vez por ese distanciamiento, las relaciones entre madre e hija nunca van a ser buenas:“Según Fernán Caballero –cuenta Ana Rossetti en el número 7 de la calle Ahumada, donde la familia se instala definitivamente– la culpa de la separación fue de la madre. Podemos estar ante un caso se alienación parental porque, a juicio de la hija, todo lo que decía Nicolás estaba siempre bien y lo que hacía Frasquita, mal. Pero la madre siempre celebraba todo lo que escribía, y quería ver a su hija publicada, mientras que el padre le decía que eso de la escritura era una tontería, y que tenía que saber coser y demás: escribir debía ser algo de lustre pero no de utilidad. Lo que su padre quería decir, en definitiva –continúa– era que no tenía que ser como su madre, y eso ella lo tenía metido en la cabeza”.
Alameda Apodaca, donde acudían quienes querían ser vistos. El photocall de la época. Allí, según el padre Coloma, un capitán de granaderos ve a Fernán Caballero y apuesta que se casará con ella en una semana. En una semana no pudo ser, pero a los seis meses el matrimonio estaba inscrito en la iglesia del Rosario, en el libro de los matrimonios secretos, ya que no se “pudieron celebrar las cuatro amonestaciones y tuvo que emitirse una dispensa, dada la condición de militar del novio”. El matrimonio fue un desastre: “El mismo padre Coloma no entendía cómo alguien había podido consentir semejante delirio”, cuenta Ana Rossetti. Entre los desencuentros, el que tan bien apuntaba George Sand:“Las educan como ángeles y las venden como potras. Una cuestión que van a tratar, además –prosigue Rossetti– , tanto Carmen de Burgos como la propia Fernán Caballero en Clemencia”.
Tras un año en Puerto Rico, Fernán Caballero se queda viuda y acude a refugiarse a Hamburgo, a casa de abuela materna. Será durante su segundo matrimonio, con el marqués de Arco Hermoso, cuando “empiece a recopilar refranes e historias y, propiamente, a escribir”. De nuevo viuda, aparece el tercer marido de la escritora:“Un enigma–señala Rossetti–. Era 18 años más joven, y ella todavía no era famosa y tampoco tan rica. Lo cierto es que entran en un declive económico importante y es por él, y por esta desesperada situación, por lo que empiezan a publicar”.
Horrorizada al enterarse de que el marido está traduciendo sus novelas a escondidas, “toma el nombre de Fernán Caballero de un crimen que se había cometido en Ciudad Real:no puede soportar que su padre vea que se expone en la palestra pública. Además, siendo Fernán, decía también el padre Coloma, podía permitirse decir lo que quisiera, ser otra persona”.
Su joven tercer marido terminará pegándose un tiro. Era el último escándalo que le faltaba a una mujer que se atrevía a sacar los pies del tiesto: “Toda la sociedad de bien sevillana le dio la espalda. Al final de su vida, a pesar de tener éxito y publicar, Fernán Caballero atravesó serias dificultades económicas”.
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