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La calle Ancha perderá su último bastión comercial

Comercio

Confecciones Lluch, negocio inaugurado en abril de 1971, cerrará por jubilación de su propietario

Joaquín Lluch este jueves en su tienda de la calle Ancha / Jesús Marín

“He conocido tres suelos de la calle Ancha: uno con aceras, el rojo y blanco y el de ahora”. Casi 50 años tras el mostrador dan para mucho. Que se lo digan a Joaquín Lluch, que se jubila y con él se marcha el último bastión del comercio en esta vía. Confecciones Lluch cerrará tras la liquidación que ya anuncia en su escaparate. Abrió sus puertas en abril de 1971. Joaquín muestra la tarjeta de invitación a la inauguración, en Duque de Tetuán, 35, cuando Ancha se llamaba así. Su padre, Julián Lluch, abrió esta tienda. “Llegamos a tener cuatro. Las otras tres en Barrié, García de Sola y Callejones de Cardoso”, cuenta. La última, la de Cardoso, echó la baraja en el verano de 2017 por la jubilación, también, de su hermano Carlos.

“He visto de todo en esta calle, épocas buenas y épocas fatales. Tengo para escribir un libro”, señala. A sus 65 años echa la vista atrás y se muy joven en la tienda, cuando su padre no lo quería ver por allí ni en pintura. “Él quería que estudiara como algunos de mis hermanos, pero a mí, no sé por qué, me tiraba mucho el comercio”, relata. Joaquín rememora cuando su padre era el encargado de una de las tiendas de la cadena Boston, concretamente en parte del local que hoy ocupa ISI. Aprovecha para mostrar en su ordenador una foto de Dubois, otro histórico, en la que se ve el establecimiento que hubo allí antes de Lluch: Almacenes Domínguez. “Tenían la central en el edificio que hoy es el centro de salud de Vargas Ponce”, apunta.

“He conocido tres suelos de la calle Ancha: uno con aceras, el rojo y blanco y el de ahora”

Pero aquí se cierra la historia de otro comercio tradicional. Joaquín aclara que el adiós no obedece a la situación actual provocada por la epidemia. “Ya tenía pensado jubilarme”, dice. Ya le hubiese gustado encontrar continuidad en una tercera generación, mas “nadie quiere hacerse cargo del negocio, mis hijos no quieren esta vida. Han visto a su padre durante años sin un mes de vacaciones”.

Cerrar a las seis de la tarde, en estas dos semanas de restricciones, es una aventura más de tantas como atesora. El lunes y el martes abrió de cuatro a seis. “No había nadie en la calle, no merece la pena. ¿Quién se va a comprar una camisa a las cuatro?”, se pregunta. De todas maneras asegura que sigue acudiendo al tajo “cada día con la misma ilusión y ganas que la primera vez, esa es la clave para mantener un negocio tradicional. Así hemos superado varias crisis como ésta, de la que pienso que, dure lo que dure, todo se regenerará de nuevo, como siempre ocurrió”.

Un buen local quedará libre, propiedad de la familia Lluch. “Ahora no sé cuánto darían por él, pero en su tiempo nos ofrecieron el oro y el moro”, reconoce. Allí se ubicará otro negocio, aunque sin la solera de este último vestigio de la calle Ancha. Hace poco cerraba Almacenes El Siglo y solo quedan el bar Liba y la heladería Los Italianos como exponentes de una época dorada.

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