Gaditanos en el corazón de su tierra

Reconocimientos en Cádiz

El Ayuntamiento nombrará a Pedro Hidalgo y Adela del Moral como Hijos Predilectos y a Isidoro Cárdeno y Hugo Vaca como Adoptivos

De izquierda a derecha, Adela del Moral, Pedro Hidalgo, Isidoro Cárdeno y Hugo Vaca.
De izquierda a derecha, Adela del Moral, Pedro Hidalgo, Isidoro Cárdeno y Hugo Vaca. / D.C.

El Equipo de Gobierno presentará el próximo martes, en la Comisión de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Cádiz sus propuestas de nombramiento de Hijo Predilecto, Hijo Adoptivo y Visitante Ilustre. Así, ha propuesto que Adela del Moral y Pedro Hidalgo sean Hijo Predilecto e Hija Predilecta y que Isidoro Cárdeno y Hugo Vaca sean nombrados Hijos Adoptivos.

Esta es la historia de dos gaditanos, uno de nacimiento, el otro de adopción. Los dos, gaditanos de corazón. Dos gaditanos unidos en una forma de trabajar, la hostelería, y en un sentido de la responsabilidad hoy mayoritariamente perdido a la hora de encarar el día a día. Gente de raza que ha crecido, personal y profesionalmente, a golpe de esfuerzo, tesón, honradez y dedicación.

Los dos van a ser recompensados por ello y, también, por haber situado el nombre de la ciudad en lo más alto en lo que se refiere a su profesión, la hostelería, y, también, por haber puesto se granito de arena, muchos granitos de arena, en hacer de Cádiz una ciudad mejor.

Uno se llama Pedro Hidalgo, el otro, Isidoro Cárdeno. El primero será nombrado Hijo Predilecto de Cádiz; el segundo, Hijo Adoptivo por la ciudad que le acogió hace más de cincuenta años.

Más allá de sus virtudes personales y sociales, ambos forman parte del ‘comercio’ de la ciudad y ya es sabido que durante los 3.000 años que lleva esta ciudad dando tumbos ha sido el comercio su verdadero motor, en lo bueno y en lo malo.

Pedro Hidalgo es el propietario de la pastelería Casa Hidalgo, famosa por sus empanadillas gallegas

Pedro Hidalgo Navarro vivió desde la cuna el frenesí que suponía pertenecer a una familia de industriales. Su padre, José, era provisionista de barcos. Regentaba un almacén de coloniales en la plaza de la Catedral. Lo abrió su tío a principios del siglo XX y a él llegó como chicuco procedente de Los Tojos, en Cantabria. Y como buen chicuco, se quedó pronto con la tienda. Pedro, como el resto de sus hermanos, nació en el primer piso de las finca. Y Pedro, como lo hará antes su hermano mayor José Manuel, no tardó en arremangarse las mangas y ponerse a trabajar con su padre en el ultramarino. Eran aún los buenos tiempos: muchos empleados, un camión para el transporte, una nave en el muelle. Y para el paseo por la ciudad, un coche de caballos. Pedro no era un chicuco, aunque sólo le faltaba dormir en el almacén.

Cuando el patriarca fallece, los dos hermanos se reparten el negocio. Pedro asume la gestión del almacén, inmerso en una dura crisis producto de la caída del negocio pesquero. Decide el cierre y su conversión en una mercería. Con gran ojo clínico una vecina le dice que no, que no va a vender nada, que lo mejor es una pastelería.

Con un préstamo de la Caja de Ahorros Pedro y su mujer, Maruja, afrontan el cambio. Primero, la compra de un horno por 15.000 pesetas. Después, la apuesta por productos novedosos en la ciudad. Y ahí llegan las empanadas gallegas. Gallegas porque es la tierra de Maruja, que se trae también la receta secreta de los donuts gracias a un trabajador de la Base de Rota. Pedro, mientras, marcha para Reinosa (allí una tía suya, Hija de la Caridad, es nombrada Hija Adoptiva de la localidad cántabra) para recibir un curso de pastelería.

El negocio crece. La tienda se reforma con un estilo de los años setenta que permanecerá durante décadas. Hidalgo sabrá rodearse de un equipo que se mostrará esencial para el afianzamiento y crecimiento del negocio, aunque a pesar de su éxito (las empanadas se vendían y se siguen vendiendo como rosquillas) nunca se decidió a expandirse por otras zonas de la ciudad.

Gaditano al cien por cien, al que sólo los achaques de la edad le impiden ahora ir todos los días, sea cual sea el mes de año, a su playa de La Caleta, ha chapurreado todos los idiomas posibles para delicias de los turistas. Sabe tocar el piano aunque jamás haya pisado el Conservatorio de Música, sin duda gracias a los genes de su adorada madre, Rosario.

Si se me permite, el premio que ahora va a recibir, se debería de hacer extensivo a Rosario y a José. Ellos supieron inculcarle el amor y el sacrificio por el trabajo. Y su bondad que en el caso del abuelo José llevó a sus hijos a encontrar, cuando falleció a principios de los años sesenta, decenas de libros de cuentas con las deudas que cientos de vecinos tenían con la tienda, por no poder pagar productos en los tiempos del hambre. El siempre los fiaba a los más necesitados.

Hablar de Isidoro Cárdeno es casi repetir el retrato de Hidalgo. Basta con decir que han sido decenas los colectivos y partidos como Podemos los que han pedido su nombramiento como Hijo Adoptivo de Cádiz.

Porque aunque parezca imposible, Cárdeno no nació en esta tierra. Viene de Huelva, de Cumbres Mayores, pero siente Cádiz desde que llegó a ella con apenas quince años, a mediados de la década de los sesenta.

Aquí llegó de la mano de un primo que le buscó trabajo en las instalaciones de Pescanova. Le toca el reparto... a la Sierra, por lo que debía de levantarse todos los días a las cuatro de la madrugada.

Isidoro Cárdeno nació en Cumbre Mayores pero ha sabido como nadie vivir de lleno la idiosincrasia de la ciudad

Tras este duro inicio en el mundo laboral, le contrata la empresa de Francisco Chaparro, encargada de la distribución de chacinas y coloniales. Allí estuvo una década y allí le comenzó a entrar el gusanillo de la hostelería.

En clave familiar, ya se hará patente el carácter solidario de Cárdeno pues, a pesar de sus más que reducidos emolumentos no dudaba en mandar cada mes dinero a la casa de su familia en Huelva.

En 1976, de la mano de su amigo Plácido Moreno, deciden dar un paso adelante, trascendental en su vida. Piden un crédito y se hacen con un local en la calle Sagasta. Ya entonces Isidoro traslada una imagen de seriedad en el trabajo. En el banco, cuando le piden un aval para el crédito, él dice que sólo cuenta con “la seriedad y el trabajo”. El banquero, eran otros tiempos, se fía. Y acierta de pleno.

A la vez que afianza su negocio de distribución en Cádiz, se hace socio de una fábrica de chacinas en su tierra natal. Hasta que en 1999 los dos socios compran el antiguo local de la Cervecería del Puerto en la calle Zorrilla. Un año más tarde nacerá Cumbres Mayores, uno de los emblemas hoy de la buena hostelería de Cádiz.

Todo ello lo logró Isidoro Cárdeno trabajando y trabajando. Inculcando a los suyos, a sus hijos y a quienes con él trabajan, le necesidad de ofrecer un servicio de calidad, lo que ha permitido crear un público extraordinariamente fiel.

Aunque parezca imposible, Isidoro tuvo tiempo en estos años para meterse de lleno en la siempre complicada idiosincrasia de Cádiz.

Emulando a los industriales que dieron lustre al nombre de Cádiz en el XVIII y XIX, Isidoro Cárdeno se metió de lleno en las tres ‘C’ indispensables del ADN gaditano: el Cádiz CF, el Carnaval y las cofradías. Y aún ha tenido tiempo, fuerzas y ganas de ayudar a impulsar una fiesta siempre descuidada en esta ciudad: la Navidad y Reyes.

Hace unos años reconocía este periódico: “De Cádiz me gusta todo. Es una ciudad a la que estoy muy agradecido. Yo con Cádiz tengo pasión. Los gaditanos no valoramos lo que tenemos, porque es la mejor tierra para vivir”.

Adela del Moral fue la primera mujer en la historia en ser autora del Carnaval de Cádiz

También es la historia de Adela del Moral (Cádiz, 1953) que va a ser reconocida por su vocación pública con concejala y maestra, su trayectoria y su faceta como autora del Carnaval que la llevó a ser la primera autora mujer en la historia del Carnaval de Cádiz. Fue autora de la música del Coro Mixto o coro de las niñas desde 1981 hasta 1997, y directora musical desde 1984 hasta 1997. Para el Equipo de Gobierno es evidente que esta gaditana está muy afianzada a la ciudad y además ha colaborado transmitiendo su conocimiento sobre la música a muchos niños y niñas de la ciudad. Una mujer comprometida con su tiempo y una gran autora del Carnaval, que ha conseguido el respeto y admiración de todos los amantes de esta fiesta tan popular en nuestra ciudad.

Hugo Vaca dejó huella como futbolista del Cádiz tras llegar de su Argentina natal pero lo ha hecho también como ciudadano

Y la de un argentino con más sentimiento de gaditano que muchos de los que han nacido aquí. Hugo Alberto Vaca Beccaria, (Córdoba, Argentina 1956) comenzó su carrera como futbolista en el año 1973 jugando para Belgrano de Córdoba, club al que perteneció hasta 1978. Ese año se trasladó a España para formar parte del plantel del Cádiz CF. Se mantuvo como jugador del Cádiz hasta 1983. Ese año se transformó en el nuevo refuerzo de Algeciras CF hasta 1986 que decidió retirarse del fútbol profesional. Desde su llegada a la ciudad, se estableció como si hubiera pertenecido siempre a Cádiz, haciendo a gala del dicho “el gaditano no nace, se hace”. Tras finalizar su etapa como futbolista permaneció en la Tacita de Plata hasta que años más tarde empezó a formar parte del organigrama técnico del club. Actualmente presenta y dirige el programa Submarino Amarillo en Onda Cádiz Televisión.

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