Barrio de la Viña de Cádiz: La identidad no tiene precio (¿o sí...?)
Cádiz, barrio a barrio
El barrio más conocido, más cantado y más reclamado de Cádiz se ha colocado en el centro de las miradas de locales y de turistas desde sus orígenes humildes. La Viña, si acaso la quintaesencia del tipismo gaditano, arrastra un pasado de infravivienda y marginalidad a comienzos de la democracia con el que ha lidiado sin la ayuda de un plan integral para sus necesidades. Ahora, vaya broma, la turistificación es la nueva amenaza
Fotogalería de 2018: Orgullo viñero
Cádiz/A dos calles del que fue mi barrio, el barrio de mis padres y el de mis abuelas, contemplo La Viña pensando que ya no la reconoce ni la madre que la parió (María de Peñalva, por cierto). Ni Valcárcel, ni Cine Caleta, ni Hospital de Mora, ni la guardería en Paco Alba, ni los coches aparcados en la calle de la Palma, ni el Instituto de la Viña (el Corralón), ni Manolita del Lolo vendiendo los números, ni el refino de Nieves, ni el Riancho, ni el cochecito lerén, ni la papelería de Pepi, ni el bar Quevedo (Paco, los bocadillos de tortilla, los cigarritos sueltos)... Pero me recompongo, caigo en la cuenta de que el que regresa nunca lo hace al mismo lugar (ay, la memoria sentimental), y resuelvo que la identidad de la Viña, esa que de tanto ocultarse tras la máscara se ha convertido en la máscara misma, sigue intacta. Ahí su bendición y su cruz. Una identidad apuntalada (ni quiero mentar a la bicha de los puntales, paisaje habitual de mi infancia) con desparpajo, tipismo y una alegría popularizada en las coplas del Carnaval, cada vez más exportadas y, por tanto, una identidad cada vez más codiciada. Sin embargo, la identidad no tiene precio, ¿o sí...?
Ahora mismo, al menos, se paga alto el partidito, que ya no es partidito, y proliferan los apartamentos turísticos en los solares donde en los años 80 y 90 se levantaban viviendas y esos auténticos espacios de convivencia y movilización de la época que eran las peñas. Desde que en 2013 se instalara el primer apartamento turístico en el Corralón, cinco más contamos, por lo bajo, diez años después en un área limitada entre La Caleta y Sagasta, entre el Campo del Sur y la Rosa, poblada (a fecha de ayer) por 4.566 vecinos que habitan algo más de 1.700 viviendas (unas 480 con algún grado de deficiencia) de las más de 2.500 existentes, alcanzándose ese cifra con la suma de las cerradas la mayor parte del año o las, directamente, vacías.
Y es que La Viña no tuvo Plan Urban que la salvara (el posterior Plan Urbana ni fue ambicioso, ni integral, ni efectivo) y salvaje, como es, ha ido escribiendo su historia en el periodo de la democracia como lo ha hecho toda la vida, capeando temporales y maremotos que no caben en el cuadro de una Virgen.
Vaya broma, la turistificación es la gran ola a frenar en esta segunda década de un siglo al que los viñeros entraron, todavía, portando las pancartas que comenzaron a agitar con fuerza a finales de los años 80. ¡Dignidad! ¡Hay que acabar con la infravivienda! Infravivienda, dicho sea de paso, que aún, algo, colea: En 2017, 23 fincas residenciales estaban en bastante mal estado, 7 de ellas, con la maldita denominación.
La sombra de los años duros de los 80 quizás ya no cubren la calle de la Palma –las terrazas no dejan sitio, pero tampoco a aquella incomparable vida en la calle– sin embargo, se cierne, alargada, por Pericón, por la plaza Cañamaque, por Paco Alba... Abandono, fincas cerradas, dejadez... ¡Por Los Callejones! ¿Quién va a adecentar Los Callejones?
Y, con todo, ahí, en los aledaños de La Palma, en Confecciones Manolito, en esa Esquinita de la Palma donde desayuna la resistencia (La Petroléo, Las Mujeres de Acero y las vecinas de toda la vida), en Los Claveles, en el Bar Pichón (vulgo Bache el Bizco) y en el ambiente que se despereza bien entrada la mañana en el Club Caleta continúa latiendo la identidad de un barrio que no se rinde, que nunca se ha rendido, ni cuando le quitaron su Hospital un triste mes de abril del año 90.
Entonces los vecinos salieron a las calles, como saldrían 6 años después convirtiendo a La Palma, 7 –en peligro de derrumbe tras pasarse 14 años apuntalada– en un símbolo de la decadencia de muchas de las viviendas del barrio. Y la rehabilitación de las casas por parte de la Junta de Andalucía llegó, sí, pero a cuentagotas a lo largo y ancho de 30 años. Para la Viña no hubo un plan integral, nunca hubo un plan.
Pero la fisonomía de mi barrio se enmascara (todo en la Viña se enmascara, siempre, eterno antifaz de la buena cara) con un perímetro magnífico, imponente, donde se realizó la verdadera transformación urbanística, donde está el verdadero cambio, digamos, estético.
Si el gobierno de Carlos Díaz emprendió en los 80 la reurbanización de ese trocito del Campo del Sur que nos pertenece a los viñeros (nuestro malecón), el de Teófila Martínez asumió la última y definitiva fase de la rehabilitación del Castillo de Santa Catalina, hoy muy visitado pero infrautilizado. Si los socialistas recuperaron el Baluarte de los Mártires a principios de los 90 para sacar a subasta su gestión privada para eventos, entre el final del mandato de los populares y el comienzo del actual gobierno de la ciudad se volvió a dar vida al Baluarte del Orejón, hoy Espacio Quiñones. También tenemos carril-bici y la guardería que ocupaba Paco Alba, pronto se volvió a materializar como Escuela Infantil en el Baluarte de Capuchinos. Y el Balneario de la Palma.
El Balneario, la puesta de sol, las barquillas. La gran foto que se lleva el turista de Cádiz en un intento de inmortalizar la esencia del barrio de la Viña. El Balneario de mi infancia se caía de vejez y suciedad, me decían que fue un restaurante, ni me lo creía... Entonces para mí el Balneario era el lugar desde donde se tiraba (desde la cúpula de uno de sus brazos) mi padre, mi tío y aquellos hombres que fueron chavales en los tiempos del restaurante. La marea llegaba entonces tan arriba... Casi a la pared de Santa Teresa... Las neveras por las cabezas, las mujeres chillando en una representación teatral que se repetía cada domingo... Los niños nos tirábamos de la murallita, para pasar después al Puente Hierro y, como rito de iniciación definitivo, abordar El Canal. Ese que casi se llevaría el temporal Emma junto a parte del Paseo Quiñones y que, afortunadamente, se tardó poco en recuperar...
Pero hablaba del Balneario. El Balneario también fue adecentado por el gobierno socialista y hoy es sede del Centro de Arqueología Subacuática. También el edificio del Hospital de Mora (para el que también hubo plan de un hotel que frenaron los vecinos) fue recuperado para un uso social, ¡qué más social que la educación! El Mora es la Facultad de Ciencias Empresariales a la que mira con envidia, soñando con nuevas travesías, muerto de pena, un barco varado... El edificio de Náuticas.
Para él tampoco hubo plan. Sí para el Castillo de San Sebastián pero, al caso, lo mismo da. Muerto, revivido y muerto de nuevo por peleas entre administraciones públicas y falta de inversión, el señor de La Caleta, hogar de su vigilante eterno, el faro, ha alternado en el siglo XXI algún periodo de apertura (alrededor de los fastos del Doce, por ejemplo, con exposiciones, los Conciertos para la Libertad, el laboratorio del Cei.mar y hasta el Salón Manga) con un cierre, hasta ahora, definitivo que debería avergonzar a cada servidor público que ha tenido la ocasión de darle otra oportunidad.
Oportunidades se le dibujaron a Valcárcel que abandonaba el siglo XX con 1.500 alumnos y, a este paso, llegará a la mitad del XXI con 1.500 coches. A Valcárcel , otrora hospicio, otrora el colegio e instituto para mi generación, le cerraron las puertas con la promesa de un hotel de lujo que nadie quería en un barrio donde ahora luchan, a la cabeza las Mujeres de Acero, para que se convierta en centro universitario. Entre una promesa y otra, brilló como una estrella fugaz Valcárcel Recuperado: una iniciativa popular que en 2011 tomó por su cuenta el edificio, lo adecentó, lo limpió y le dio un uso ciudadano. Un año duró. Los desalojaron.
Valcárcel, un aparcamiento, sigue esperando, de nuevo vacío, de nuevo en decadencia, los acuerdos, las promesas, los dineros, mirando a La Caleta. El Caleta, el instituto, sigue vivo, menos mal. También La Salle-Viña aunque su vecino, el instituto del Corralón, no corrió la misma suerte, fue demolido en 2007. Un museo, el del Carnaval, el que hace unos días abrió sus puertas en el Palacio Recaño, se esperaba en el solar.
El Barrio la Viña siempre puede esperar. Con el taratachín, con el taratachán. Mientras, su población envejece y los hijos no vuelven. La Viña siempre puede esperar, ¿o acaso no tiene una puesta de sol incomparable para mirar y remirar? El Barrio la Viña siempre puede esperar. Tiene la paciencia del pescador. Mejor, de la princesa dormida. El castillo en los márgenes. Tantos pretendientes. Un beso. ¿Le dará la vida o se la quitará? La Viña y la identidad. El orgullo de los viñeros. Su bendición y su cruz. Mi barrio de la Viña, te contemplo a dos calles de distancia, ¡quién pudiera volver y pagar tu precio!
Lo mejor
Los viñeros
Alegres, descarados, parlanchines, solidarios, cantarines y luchadores. Los vecinos de la Viña, los de toda la vida, son el verdadero patrimonio inmaterial de su barrio. Dicen las estadísticas, sin embargo, que la tasa de mortalidad es un 15% mayor en los hombres y un 8% mayor en las mujeres que en cualquier otra parte de Cádiz; y que enfermedades como la depresión y la ansiedad también suben considerablemente con respecto a la media de la ciudad. Y nada es contradictorio porque, en el barrio de la Viña, donde la máscara es ley, todo es posible. Lo mejor de La Viña son los viñeros, sin duda, aunque cuando cierran las puertas de sus casas aparezcan los fantasmas, y las duquelas. Pero en el barrio, ay en el barrio, todo es luz, alegría y embuste inocente como el de aquel aerolito... La Viña y sus viñeros.
Lo peor
La vivienda
Poca y cara. Si históricamente este barrio ha luchado porque sus vecinos consiguieran unos hogares dignos, hoy día, acceder a una de esas casas habitables es casi un imposible. Los habitantes del barrio coinciden en asegurar que la mayoría de sus hijos han tenido que salir de La Viña para independizarse. Los de más fortuna, a otros barrios de la ciudad (sobre todo a extramuros), el resto, a otros puntos de la Bahía. Tampoco contribuye al rejuvenecimiento del barrio la proliferación en los últimos años de apartamentos y viviendas turísticas que han ocupado los solares en desuso. Esta realidad, junto a las altas tasas de desempleo, preocupan a los viñeros que han salido de la infravivienda para encontrarse de cara con otro problema que amenaza la supervivencia de su forma de vida.
Las claves del barrio
La Caleta, pulmón y oxígeno
No es sólo una playa, no es sólo el escenario de la fotografía perfecta, no es sólo el alivio del verano de los pobres, La Caleta es al Barrio de la Viña pulmón y oxígeno. De lo que ofrecen la marea y sus rocas han sobrevivido muchos, y en su arena, discurre la vida.
Negocios señeros, El Faro y El Manteca
Además de cómo te llamas, las preguntas que más he contestado en mi vida son ¿dónde está El Faro? y ¿dónde queda El Manteca? Mucho antes de la reciente explosión turística, el restaurante y la taberna (antes también almacén) ya estaban en las guías del viajero.
Las terrazas, motivo de conflicto
En la calle de la Palma y aledaños siempre hubo bares y peñas, muchas peñas. Incluso cuando pasaban los coches, y cuando se aparcaba, y cuando jugábamos en la calle. Ahora hay bares con amplias terrazas que el actual gobierno intentó limitar. El conflicto fue sonado.
Valcárcel y resto de equipamientos cerrados
Valcárcel, si consigue convertirse en centro universitario, puede ser una oportunidad de rejuvenecimiento del barrio. Pero también San Sebastián, Náuticas, o un mejor uso para la plaza de la Reina (hoy un parque infantil con deficiencias) son proyectos clave.
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