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El Barrio de la Viña, más allá de sus terrazas

La ciudad

A pesar de haberse convertido en uno de los principales focos turísticos de Cádiz, el barrio más identitario de la ciudad es un lugar donde los vecinos quieren hacer su vida

Una imagen del arranque de los callejones en el Barrio de la Viña, una mañana de esta semana. / Julio González

Cádiz/Sobre 130 solares que urbanizaron terrenos de huerta y cererías comenzó a perfilarse hace cinco siglos lo que hoy es el corazón de la gaditanía y la Troya de la hostelería (tan deseada su conquista). Separado del resto de la ciudad hasta la desaparición del convento de San Diego (lo que hoy conocemos como Plaza de Abastos era su enorme huerta), el Barrio de la Viña lleva en su memoria genética la periferia, la marginalidad y el límite, quizás por ello, este ser vivo (no nos cabe duda alguna que lo es) se ha forjado un carácter propio y un singular sentido de la comunidad que, en cierta manera, pervive hasta nuestro días. La Viña is diferent, my friend, aunque ya no tenga Hospital de Mora, ni Cine Caleta, ni Valcárcel, ni Escuela de Hostelería, ni la mayoría de sus peñas. Aunque tenga ya más apartahoteles que casas apuntaladas y más sillas en las terrazas que en sus casapuertas. Pero ni todo el monte es orégano, ni toda la Viña es la Palma. Que también. La Viña, el barrio de la Viña, los viñeros, hacen su vida, siempre la han hecho, con temporales y maremotos. Que La Viña es diferente, home (y hasta un poco indiferente). Quien lo probó, lo sabe, que dijo el poeta.

La Viña se despereza tempranito para salir a la mar (aunque cada vez sean menos las cañas del país que roneen por los balcones) o para ir a mariscar (¿ya están aquí los erizos, qué no?). El ambiente está en el Club (Caleta) y en la playa (¡qué bonita está la playa diosmidemialma!) que acoge en su paseo y en su arenal a los vecinos más deportistas (cada vez más, hasta en la misma calle de la Palma hay un gimnasio) y a los que sacan al perro a pasear (cada vez más, y pronto, de legal).

Los chiquillos también son los dueños de las calles en las primeras horitas. No olvidemos que en el Barrio de la Viña, a pesar de que la población mayor de 65 años le gane la partida a la menor de 15, tiene dos institutos (La Salle y el Caleta), tres colegios (Santa Teresa, Capuchinos y Juan Pablo II), una guardería (en la que se siempre se quedan niños por entrar) y hasta dos facultades universitarias (y ojalá fueran tres...)

La Viña tiene un mañaneo precioso que nada tiene que ver con el de un centro turístico. Un mañaneo pintoresco y bullanguero. Vivo y verdadero. Son los barecitos más cercanos a la iglesia de la Palma los que ponen el café, que se convierte en medio chatito (o entero) en los baches de Pericón. Porque si la Palma tiene sus terrazas, Pericón tiene sus baches. Están los carros de la plaza, y los números volanderos, está la calle la Rosa (¿es Viña, no?) con el centro de mayores y Rosario vendiendo flores en la misma calle. Está el tránsito para los callejones donde se echa de menos el Riancho y donde hay parada indiscutible en Manolito que tiene de todo y muy apañado. Está la vida, discurriendo, a paso firme, con monedero a buen recaudo, y hablando en un idioma que es el que está loco por escuchar el extranjero. Auténtico, que se dice ahora en las guías de viaje.

Porque todavía son, más o menos, 5.000 los vecinos que con sus luchas y sus afanes intentan sobrevivir en el barrio con mayor mortalidad de Cádiz, dato a. C. (antes de coronavirus), y con un alto índice de paro , que no arregló ni la explosión del turismo de la que fuimos testigos antes de la pandemia.

Esquina Cristo de la Misericordia con El Corralón, en el barrio de la Viña. / Julio González

Con todo, la Viña tiene sus heridas (un 44,3% de sus habitantes no ha completado la primaria y el 2,7% es analfabeto) que se refleja también en su fisonomía humilde (adéntrense más allá de su arteria principal y callejeen por los alrededores de la plaza la Reina) pero en una piel de Acero como la de sus Mujeres (asociación Mujeres de Acero) que llevan décadas dinamizando el barrio, como también lo harán muy pronto los nuevos vecinos, la asociación lgtbi+ Aghois, que se acaba de instalar en Cristo de la Misericordia.

También la iglesia, con las parroquias de la Palma y con Capuchinos (ojo, donde se produjo la caída mortal de Murillo), se empeña en que este barrio no pierda su identidad, siendo siempre centro no sólo de culto, también de convivencia. Dos iglesias, sí, y una mezquita, la única de Cádiz, tiene la Viña. Que la Viña tiene de todo.

Por tener tiene hasta una plaza preciosa y un poco sola cuando se recogen sillas y mesas (Pinto) y otra en estado de abandono y sin proyecto para recuperar (Cañamaque). Tiene una biblioteca que sólo abre por la tarde y tiene dos de los emblemas de la hostelería gaditana de toda la vida, curiosamente, ninguno está en la calle la Palma: El Faro y El Manteca.

Decíamos plazas. La Viña late ahora en la plaza de la Reina. Lo que era el instituto El Corralón es desde hace unos años una plaza donde todas las tardes madres, padres y abuelos se dan cita para que jueguen sus niños y dotar de vida a las más siempre apagadas jornadas vespertinas e invierno. ¿En verano? En verano es una feria.

Niños viñeros y niños de padres viñeros que se tuvieron que ir de la Viña porque, ¡impensable hace unos años!, vivir en la Viña se ha convertido ya en un privilegio. Pocas casas adecentadas. Poco suelo. Tres fincas ocupadas de apartamentos turísticos y dos (Cristo la Misericordia y Patrocinio) en camino. Traducción: precios prohibitivos.

Es un miedo latente entre los vecinos. La Viña sin viñeros. Este temor se cuela en las conversaciones sobre las terrazas, y más allá de las terrazas. A algunos les molesta el paso o les estropea el descanso (sobre todo en los bajos); otros, se encogen de hombros y dicen que están acostumbrados; no pocos se ven agobiados en época estival; hay quien entiende que hay lugar para todos si hay equilibrio... Y muchos de los mayores del lugar, sin saber muy bien cómo ni por qué, terminan reflexionando sobre esta Viña cada vez con menos viñeros y recordando una forma de vivir, antes del boom de los bares, que, dicen, ya no existe.

Sí, hombre, algo queda. Hay vida en el Barrio de la Viña con sus terrazas, pero también, más allá de ellas.

La Viña, ¿un reflejo del resto de Cádiz?

El Barrio de la Viña vive con, y en paralelo al turismo, intentando preservar la vida de barrio que, por otro lado, es el imán que provoca la fascinación del visitante. La Viña, con La Caleta, parte del Campo del Sur y baluartes defensivos tan extraordinarios como el Castillo de Santa Catalina, ha visto cómo en los últimos años la calle de la Palma se ha ido poblando de bares y terrazas que, a juicio de los hosteleros, han cambiado el nicho de mercado del barrio (donde ahora hay bares, los viñeros más antiguos recuerdan refinos, panaderías fruterías...) Una muestra, ciertamente, de lo que ocurre en la ciudad (una ciudad sin industria más allá de la apuesta por el turismo) al completo. Con todo, la Viña todavía resiste en su vida de barrio.

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