59 años de fiesta en el arco de Garaicoechea
Cádiz
Las hermanas García Sánchez siguen manteniendo el legado familiar que iniciaran su padre y su tío. En febrero del año que viene celebrarán el sesenta aniversario de la Dulcería 17
Empezaron con un tostadero de cacahuetes y pipas justo al lado de Garaicoechea, 17, nombre anterior al actual
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Inma y Ángeles García Sánchez no sólo han crecido entre nubes de algodón, también entre cacahuetes recién tostados, chocolates, chicles Bazokas, montañas de palomitas, serpentinas, papelillos y un sinfín de juguetes y disfraces que, no solo les sirvieron de entretenimiento en su infancia, sino también de aprendizaje y trampolín para ser las grandes empresarias del mundo del folclore que son en la actualidad.
Su casa en Cádiz se llama Dulcería 17, antes Garaicoechea. Un edén de sabores y colores. Una maravilla para la vista, donde sólo cruzar el umbral de la tienda el olfato se estimula al extremo y hace viajar a la memoria a esos tiempos donde poco había que importara. El templo de la perdición y la salvación está en Cádiz desde el año 1964 en la calle Garaicoechea, 17. Sí, donde el arco.
Las hermanas Inma y Ángeles García Sánchez miman y entienden la empresa familiar que les dejó su padre Miguel García Sánchez, un albañil de Puente Genil que con su hermano Rafael vino a Cádiz con 21 años ofreciendo su destreza colocando azulejos en las distintas obras de la ciudad. Gracias a sus cualidades, sacrificio y habilidad para el comercio, la diosa fortuna les alcanzó.
Desde el mostrador de su comercio, repleto de todas las chucherías o golosinas inimaginables, Inma se erige como guía de la memoria, junto con su hermana Ángeles. También está Cristi, que lleva toda la vida, “es como de la familia”, e Isa, que lleva diez años en el negocio.
Los hermanos García Sánchez
Cuenta Inma que cuando se jubiló su padre se sentaba al lado de ella en la nave de Urbisur en Chiclana y le endulzaba el trabajo con las historias que tuvo la suerte de vivir con su hermano Rafael y, por eso, recuerda más anécdotas que su hermana Ángeles. “Mi padre era un gran trabajador, tenía aptitudes. Él y mi tío querían llegar a algo más, por eso sus jornadas duraban desde que el sol salía hasta que se escondía. Tenían mucho trabajo porque eran unos buenos y rápidos, especialistas en el alicatado”.
Las hermanas Sánchez cuentan que su padre y su hermano Rafael “tenían mucho trabajo en la construcción. Ya en el pueblo eran conocidos por su finura a la hora de trabajar. Además, ellos eran muy ahorradores y si ganaban 20 duros, se quedaban con cinco y guardaban el resto". Así, en poco tiempo, los hermanos tuvieron un dinerito para cuando la oportunidad llamara a su puerta.
Esa oportunidad llegó. Casualmente uno de los hermanos, Rafael, se echó una novia en Cádiz. Gracias a un familiar de ella alquilan el local que está justo al lado de la actual Dulcería de Cádiz. Allí empiezan. Miguel tostando cacahuetes y otros frutos secos y Rafael distribuyéndolos a muchas tiendas de Cádiz capital.
Inma cuenta con nostalgia que “en mi casa envasábamos todos los cacahuetes y las pipas. Niños y mayores, todos en el salón de mi casa en una palangana repleta de frutos secos, con las manos limpias”, recalca Ángeles, “todos a envasar”. “Bueno ahora eso sería impensable”, sonríe Inma.
Las hermanas recuerdan con orgullo que su padre tostaba las avellanas de los toros que se consumían en la Plaza de Toros que había en la ciudad y de ahí el nombre de la avellana, que sólo se llaman así en Cádiz.
Seguidamente en el año 1965 en la parte trasera del campo donde vivían las familias en Chiclana, en el Pago de la Dehesilla, sin abandonar el de Cádiz, abren otro tostadero de cacahuetes y pipas. Inma recuerda que “a mi madre le hacía mucha gracia ver a mi padre en la moto con tres cerones cargados de cacahuetes”.
“Era tal montaña que al hombre ni se le veía”, prosigue Ángeles. “Todo el día yendo y viniendo se llevaba el pobre de mi padre de Chiclana a Cádiz y de Cádiz a Chiclana transportando cacahuetes para tostar”. En el año 1966 en el mismo Chiclana aumentarían el negocio con una pequeña tienda de chucherías y juguetes en la calle Carmen Picazo, 12.
“Después de la moto vino la furgoneta pequeña y después una furgoneta mejor y más grande, una Avia”, señala Inma hurgando en su memoria. “Cuarenta años se llevó mi padre Miguel Sánchez transportando cacahuetes y pipas a Chiclana”, añade.
A estas alturas ya cada uno de los hermanos se encargaba de un tostador, Miguel el de Cádiz y Rafael el del campo de Chiclana. Más tarde se harían con una nave para almacén y venta de juguetes, chucherías y material de oficina en Chiclana, justo al lado del tostador.
Inma rememora que en el año 1975 o 1976, mientras su padre y su tío se hacían cargo de los tostadores, contaban con la ayuda de un empleado para la autoventa por lo kioscos de Cádiz capital. No podía ser otro que el fiel y amigo Manolo Jiménez, padre de Cristi, una de las empleadas más longevas de la Dulcería. Ella relata que desde chica está en el negocio de la familia Sánchez, “De pequeña prefería quedarme en la tienda a ir a la Cabalgata de Reyes. Era un día mágico en la dulcería y yo quería estar ahí”, cuenta Cristi.
Ángeles Sánchez explica que la gente que entraba en la tienda pensaba que Cristi era nieta de su padre, “estaba todo el día aquí. Salía del colegio el viernes por la tarde y ya estaba en la tienda viendo la televisión que teníamos en la trastienda y el sábado también lo pasaba entre chucherías”.
Garaicoechea, 17 y Pago de la Dehesilla
A principio de los años setenta es cuando Miguel García adquiere el local del arco de Garaicoechea. Este local estaba contiguo al local del tostadero y el nombre que adopta la tienda en un primer momento es el de 'Garaicoechea, 17'. Aquí empieza el negocio de las caramelos, golosinas, piñatas y juguetes.
Rememoran las hermanas que venían mayoristas de todos los pueblos de Cádiz en carros a comprar las chucherías y juguetes en la tienda de Garaicoechea. Fueron pioneros en la venta al por mayor y por menor de este tipo de productos. “Unos emprendedores natos”, afirma Inma.
Entonces ocurre la tragedia. Una noche de 1972 un incendio destruye la nave de los hermanos Sánchez en el Pago de la Dehesilla, en Chiclana. “Gracias a los vecinos del pueblo lograron sofocar el incendio porque los bomberos tardaron en llegar”. “Al ser de noche no hubo pérdidas personales, eso sí, se perdió todo el material que había en la nave”. Inma subraya que hasta hace poco han estado utilizando en la empresa cuadernos con los filitos quemados del incendio y tienen guardado el recorte de la noticia de Diario de Cádiz que se hizo eco del suceso.
Una cita nos recuerda que a veces hay que dar un paso atrás para da un gran paso adelante. Eso es lo que les pasó a los hermanos Rafael y Miguel García. El incendio no hizo más que agudizar el ingenio de estos emprendedores. Volvieron a recomponer la nave de Chiclana y la familia compró una máquina de tostar cacahuetes, palomitas, almendras y pipas.
Incluso Miguel y Rafael en 1989 con otros socios compraron la marca de pipas SalySol, muy conocida en Cádiz. Distribuyeron pipas durante diez años más o menos para toda Andalucía. Finalmente, un tiempo después le vendieron su parte a uno de los socios.
Ángeles Sánchez recuerda como si fuera un sueño: “Éramos niños y estábamos en la casa donde vivíamos en Chiclana con mis primos justo al lado del tostador. Hasta allí llegaba el olor a palomitas de la tostadora nueva. Eso hacía que todos los niños de la familia saliéramos corriendo hacia la nave”, cuenta Ángeles con añoranza, que se bañaba literalmente en palomitas recién hechas.
Mientras tanto, en Garaicoechea, Miguel seguía surtiendo la tienda con los más diversos caramelos y golosinas, comentan las hermanas. “Cada vez había más y más variedades diferentes de referencias. Hubo un gran resurgimiento en el mercado de las golosinas y mi padre tenía la últimas novedades en la nueva tienda”. Es más, Miguel con su olfato emprendedor empezó a introducir en la tienda otra vía de negocio: papelillos, serpentinas, pitos, accesorios del mundo del Carnaval y un poco más tarde disfraces en caja. Mientras el tostadero del local contiguo a la tienda iba bajando su producción de frutos secos. Se acababa una época en la familia García Sánchez.
Las hermanas García Sánchez
Las hermanas Inma y Ángeles Sánchez también cursaron sus estudios mientras trabajaban en la tienda de Cádiz y la de Chiclana. Cuando su padre se jubila en 1998, en 1996 lo haría su tío Rafael, empieza el traspaso del negocio familiar. A posteriori se disuelve la empresa anterior. Los hermanos García Sánchez, con mucho sacrificio, se embarcan y llegan hasta el polígono Urbisur en Chiclana para adquirir una nave y expandir la Dulcería 17.
De la nueva Dulcería en Chiclana se hace cargo Inma y Ángeles del negocio del arco de Garaicoechea en Cádiz. Las dos trabajan en las naves de Urbisur junto con dos hermanos más. Su primo se queda con la distribución de las máquinas expendedoras de frutos secos Salysol.
Lo primero que hace Ángeles al hacerse cargo de la tienda del arco de Garaicoechea es cambiarle el nombre. La rebautizaría con el nombre Dulcería 17 y "más allá de esto no ha cambiado nada, todo está como mi padre lo colocó. Pocos cambios hemos hecho”, comenta Ángeles.
Está igual que al principio, las mismas estanterías y muebles. “Se respeta todo como estaba en época de Miguel”, dice Cristi. “Los huesitos, los palotes en el lugar exacto en el que estaban”. Ángeles mira la repisa y se acuerda donde estaban colocados los desaparecidos chicles Cheiw y los envases de cristal de los caramelos a granel, que tienen los mismos años que la tienda, todavía siguen aquí. Hasta el sitio donde colocan el chocolate en las fiestas navideñas sigue siendo igual. “Sólo hemos cambiado el mostrador desde que se inauguró la tienda”, rememora Ángeles.
Ellas han conseguido no sólo mantener el negocio familiar, sino ampliarlo. En las naves de Chiclana en Urbisur en época de fiestas cuentan con 50 trabajadores. Diez personas sólo están para rellenar bigconos en esta época navideña. Inma registró el invento de los conos gigantes o bigconos rellenos de golosinas y juguetitos. En la actualidad exportan e importan material festivo y golosinas a Europa y Marruecos. “Somos pioneros e innovadores en exportar caramelos desde que mi padre lo hacía en Cádiz y venía gente de toda la provincia y ahora nosotras lo estamos haciendo al resto de Europa y Marruecos”.
Inma Sánchez es una empresaria nata y mantiene que ella también aprovecha cualquier oportunidad que se le presenta. Actualmente las hermanas tienen en total casi 2.500 m2 repartidos en seis naves en el polígono Urbisur de Chiclana en las cuales se cuentan la nave de chucherías, carnaval, moda flamenca, venta al por mayor, aparcamiento y almacenaje “que siempre falta sitio”, se queja Inma. Cuenta la empresaria que una de las novedades que incorporó hace diez años fue precisamente la moda flamenca, todo un éxito. “Vienen de toda Andalucía e incluso autobuses expresamente a comprar aquí”.
Estas hermanas no dejan de sorprender y hace dos años compraron la marca de caramelos 'Vampiro'. La renombraron como 'El Turco' y allí en Chiclana en una de sus naves fabrican caramelos, chupachups, caramelos rellenos, piruletas e incluso flashes líquidos para congelar.
Les gusta buscar nuevas guías de negocio y utilizar todas las armas que están a su alcance. Una de ellas son las redes sociales. Inma Sánchez es muy conocida en TikTok por hacer vídeos de su tienda y hace partícipe a sus seguidores de las últimas novedades.
Ahora es el turno de estas mujeres, Inma y Ángeles García, que a base de echarle horas de trabajo a un sueño dulce y salado que comenzara su padre hace casi sesenta años (en febrero los celebrarán) se encargarán de exportar tiempos felices al mundo y a los gaditanos que tienen la suerte de contar con esta pequeña tienda museo de las golosinas en el arco de Garaicoechea, custodio de la infancia de muchos que fueron, son y serán.
El objeto de la memoria
EL VERTEDOR
El objeto de la memoria es un vertedor de cacahuetes, pipas, almendras o incluso papelillos. Su medida justa es 1/4 de kilo. El vertedor iba directamente del saco de 25 kilos de pipas crudas para los loros al papel de estraza. Testigo vivo de casi cincuenta años de tradición y sal de Cádiz.
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