La monja de Residencia
Cádiz Oculto
Varios testigos describen el fantasma de una mujer, quizá una religiosa, en el Puerta del Mar
Un hospital es el escenario ideal para que actúen los fantasmas. Hay tanto dolor entre sus paredes, y tanta rabia contenida, que las energías se desatan creando fenómenos del todo desconcertantes. Si trazásemos un mapa con los hospitales supuestamente encantados del mundo obtendríamos una gráfica escalofriante. Son legión.
Como muestra, esta lista incompleta de centros sanitarios donde se han visto apariciones inexplicables: el viejo hospital de Mahón, el del tórax de Terrassa, antituberculosos en Sierra Espuña (Murcia), Los Montalvos (Salamanca), La Paz (Madrid), Saint Bartholomew (Londres), Kutn Memorial (Mississippi), Taunton State (Massachusetts), Gonjiam (Corea del Sur), Old Changi (Singapur)… Muchos de estos, y de los que no nombramos, se encuentran abandonados. Son hoy edificios ruinosos y acogen a los curiosos de la parasicología que realizan sesiones de espiritismo y graban psicofonías. O lo intentan. No todos están cerrados, por ejemplo, nuestro Puerta del Mar, conocido por los gaditanos como Residencia.
De todos los trabajos que he escrito sobre asuntos paranormales, sin dudas el del hospital Puerta del Mar ha sido uno de los más complicados. No porque haya sido difícil encontrar testimonios, sino porque estos no quieren identificarse, algo que me parece esencial para dar credibilidad a lo que se cuenta. Me gusta citar nombres y apellidos e incluso publicar las fotografías de mis entrevistados. Sin embargo, con este asunto no ha podido ser así porque buena parte de quienes me han trasladado sus experiencias continúan trabajando en el hospital y, como es lógico, intentan huir de todo aquello que pueda acarrearles algún tipo de problema laboral. Así lo manifiesto en el capítulo que le dedico al hospital Puerta del Mar en mi libro
Cádiz oculto y así lo hago ahora. El caso resulta curioso porque todos los testigos hablan de lo mismo. No son experiencias inconexas. Hacen alusión a una misma presencia fantasmal femenina. Aunque no todos los testigos son capaces de describirla, la mayoría apuntan a que pudiera ser el espíritu de una monja o de una enfermera (o ambas cosas).
La historia de la monja de Residencia es relativamente moderna. La versión más extendida de la leyenda se refiere al incendio que la noche del 16 de abril de 1991 obligó a desalojar a más de 700 enfermos. Lo que pudo haber sido una enorme tragedia, por suerte no lo fue, pero alguien dio pábulo al misterio haciendo recaer la culpa del suceso en una exmonja malvada. En realidad, según informe del Consorcio Contra Incendios, el fuego se produjo por un chispazo de un cargador de baterías de linterna defectuoso. A pesar de todo, la leyenda, como leyenda que es, ajena a los datos históricos, ha continuado su curso con el protagonismo de esa monja que, una vez fallecida, cambió su carácter. Su fantasma no es dañino, sino benefactor.
El fantasma orienta a los despistados y alivia el dolor de los corazones rotos por la muerte de algún ser querido. Su figura suele aparecerse en los ascensores, de improvisto, o en las salas de espera durante la noche. La mujer habla con dulzura y calma los nervios. Hace muy poco, aquí en la Casa del Terror, un visitante me narró su experiencia: “Trabajé en Residencia. Una noche me quedé dormido en control y me despertó una mujer que me dijo “está sonando el timbre, ve, atiende y luego sigues descansando”. Me sobresalté ante la posible urgencia y, cuando quise buscar a esa mujer que estaba dentro del control, no la encontré. Había desaparecido. No puedo darte descripción alguna, pero te lo cuento y se me ponen los vellos de punta”.
La monja del Puerta del Mar, o la enfermera, o la mujer al cabo, provoca escalofríos en aquel que se adentra en el hospital conociendo la leyenda. Hace años, con apenas 20 años, estuve allí durante un tiempo y una mañana noté que alguien me llamaba. Me desperté y no era una monjita. Era una enfermera bellísima, pelirroja, con los labios de rojo carmín y la camisa levemente desabrochada. Me traía el desayuno. No volví a verla nunca y ninguna de sus compañeras sabía de quién se trataba. Cada vez que se abría la puerta esperaba que fuera ella. ¿El fantasma de una enfermera? Si Fernando Quiñones veía el espectro de una vicetiple guapísima en el teatro Falla, ¿por qué no iba a ver yo el de una enfermera? Cada uno tenemos nuestros propios fantasmas…
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