Cádiz pierde población al mismo ritmo que la España vaciada
Informe
Potente capital durante el siglo XIX, la ciudad comenzó a despoblarse a mediados del XX agravando la situación en las tres últimas décadas
La falta de suelo impide su recuperación
Dentro de dos meses el Instito Nacional de Estadística, INE, publicará los datos de población cerrados a 1 de enero de 2021. Más allá de la importancia que tiene año tras año esta cifra en esta ocasión la relevancia será aún mayor pues marcará cuál ha sido la tendencia de la evolución de la población durante el año del coronavirus.
Será entonces cuando comprobemos si la pandemia también ha afectado a la movilidad poblacional, si la ciudad de Cádiz no ha logrado parar la sangría de habitantes que viene sufriendo desde hace cerca de 30 años incluso en un año tan excepcional como éste.
Si se rompe la tendencia a la baja o, simplemente, apenas se observa movimiento a favor o en contra, habrá que esperar a los datos del 1 de enero de 2022 para ver si la ruptura tiene continuidad. Pero si, por el contrario, Cádiz vuelve a perder vecinos en el año del estado de alarma y de la limitación de la movilidad, las campanas de alerta que suenan cuando se publica esta estadística cada doce meses tendrán que repicar aún más alto.
Lo cierto es que a pesar de que Cádiz está de moda, que la ciudad se llena de turistas superando la temporada estival, que las promociones de renta libre de vivienda que salen a la venta se agotan en apenas unas horas, que vecinos de renta alta procedentes de otros puntos del país o de Europa buscan aquí su lugar de residencia..., lo cierto es que la estadística sobre población es clara, rotunda y preocupante sobre nuestro presente y nuestro futuro inmediata.
Entre 1991, cuando se llegó al techo de habitantes con 157.355 empadronados, y 2020, con el último dato oficial que nos dejaba en 115.439 vecinos, Cádiz capital ha perdido 41.916 habitantes. Es decir: el 26% de su población.
Si este porcentaje basta para persistir en nuestra preocupación, lo es más al ser similar a los porcentajes de pérdida de habitantes que se ha producido en la llamada España vaciada.
Territorios de Castilla-León, Galicia y Aragón, como pueden ser Zamora, Lugo, Ávila, Soria, Palencia, Teruel..Zamora, Lugo, Ávila, Soria, Palencia, Teruel. han perdido en los últimos 40 años habitantes en porcentajes que van del 19% al 30%. Hoy, en todos ellos, se reclaman con urgencia medidas de carácter social, económico, de infraestructuras para revitalizar el territorio.
Lo cierto es que dejando a un lado la similitud de este porcentaje negativo, la realidad de Cádiz es diferente a la de la mayoría de la España vaciada, pues a pesar de su pérdida de población evidente mantiene un crecimiento económico relativamente sostenido (es la segunda localidad en renta de la provincia), tiene la vitalidad administrativa de una capital de provincias, un turismo cada vez más potente y el potencial de vivir en una Bahía con localidades en crecimiento que, casi todas ellas, se han convertido en lugar de residencia de estos 40.000 gaditanos que se han ido de su ciudad natal. Salvando las distancias, en algunos casos enormes, es como si funcionarán como zonas residenciales de Cádiz.
Porque la pérdida de población que viene sufriendo la capital desde hace tres décadas no tiene el componente de emigración sufrido por estas provincias, muy conectado con el menor desarrollo de las ciudades que se sustentan en sectores económicos en crisis desde hace décadas (más incluso que la crisis industrial innata en la Bahía de Cádiz).
La pérdida de población en la ciudad se basa en un aspecto fundamental. Tan fundamental que es imposible de solventar: la falta de vivienda en un territorio ya agotado. Y si no hay nuevas casas, difícilmente crecerá la población.
El problema eterno de la vivienda
La vivienda es, ciertamente, un problema enquistado en la ciudad de Cádiz desde hace muchos decenios.
Circunscribir a la mayor parte del vecindario en el estrecho espacio dejado por las murallas que rodeaban la ciudad histórica hasta las primeras décadas del siglo XX impidió la que era la expansión lógica por el suelo de extramuros. Más allá del frente de la Puerta de Tierra y de los glacis se chocaba con las denominadas como Zonas Polémicas, que por orden del Ramo de la Guerra (lo que hoy es el Ministerio de Defensa) impedían construir en altura hasta el límite de la parroquia de San José.
De esta forma, extramuros fue un territorio (no tan amplio como hoy, pendiente de los rellenos en La Paz y Zona Franca) destinado a casas bajas o de una altura, granjas y numerosos huertos. Y poco más.
Así, casi toda la población vivía en el poco más de un kilómetro cuadrado del casco histórico. Cerca de 71.000 vecinos en 1787, unos 65.000 en 1900 y más de 70.000 aún en 1940. Hacinamiento que acabó por crear el denominado como "chabolismo vertical".
La expansión por Puerta Tierra no se iniciará con fuerza hasta la década de los 40 del siglo XX. Los chalés de la burguesía que se habían ido levantando, y que aún se levantarán durante unos años más, a lo largo de la Avenida, en la recién creada Bahía Blanca y en zonas de La Laguna, fueron sustituidos con el tiempo por grandes bloques residenciales.
Ello supuso un leve desahogo para el casco antiguo. El parque de vivienda, sin embargo, siempre fue insuficiente hasta llegar al colapso. En la década de los años 60 del siglo XX el entonces alcalde José León de Carranza, ya advertía que Cádiz no podía acoger a más personas. Ponía como tope el final de los años 90 con no más de 180.000 habitantes. Miraba ya el edil a la Bahía como zona de expansión. Proyectos como los del Cádiz 3 apuntaban por buscar terreno rellenando parte del saco de la Bahía con el objetivo de alcanzar una población de ¡625.000 habitantes!
Cádiz llegó a su tope de población en 1991. En esa época el éxodo de habitantes ya se había iniciado unos años antes. Primero fueron las clases más pudientes aprovechando la puerta de salida que supuso la construcción del puente Carranza y la creación de las nuevas urbanización en El Puerto de Santa María; al poco, las clases medias que no encontraban en Cádiz viviendas de acorde a sus necesidades, ni por el tamaño ni, sobre todo, por el precio. Porque vivir en Cádiz siempre ha sido muy caro.
Este último grupo buscó acomodo en Puerto Real, San Fernando y Chiclana, que han basado su crecimiento en los vecinos llegados desde la capital hasta el punto que en su trama urbana se encuentran barrios ocupados casi en su totalidad por gaditanos de nacimiento.
A la ausencia de un parque de vivienda adecuado en número se le ha unido la falta de trabajo, aunque éste es un problema que se extiende por toda la Bahía. Que buena parte de los 40.000 vecinos en los que se ha reducido el censo de Cádiz en tres décadas sigan residiendo en el área metropolitana indica que el empleo, la falta del mismo, no ha sido la causa esencial de esta salida aunque sí haya tenido su parte de culpa.
La decadencia del sector industrial, con las reconversiones de Astilleros y su dinámica industria auxiliar, la marcha de Construcciones Aeronáuticas, el paulatino cierre de la Tabacalera, la crisis portuaria y pesquera... disparó el paro y rebajó la renta media del gaditano (hoy sustentada por los funcionarios y un elevado número de jubilados). Una caída de ingresos que dificultó el acceso a una vivienda ya cara... por lo que volvemos a la búsqueda de piso más allá de Cortadura.
La marcha de gaditanos no es un mero desastre estadístico, no solo una cifra global que va a la baja. Supone un cambio social especialmente notable porque marca cómo será la sociedad gaditana en un plazo no muy largo de tiempo.
Volvamos a los datos. La pérdida de 40.000 habitantes y el crecimiento natural de la población que se ha ido mermando a medida que el censo se ha ido reduciendo año tras año, ha tocado a la base de la pirámide de población formada por los grupos de menor edad y, con ello, los que deberían de sustentar a Cádiz.
Más mayores de 85 años que menores de 5
Hoy la capital apenas tiene 3.522 niños con edades comprendidas entre los 0 y los 5 años de edad. Hace tres décadas, cuando alcanzamos nuestro tope de habitantes, eran 9.015, casi tres veces menos. Por el contrario, la ciudad cuenta (datos de 2020 que son los últimos disponibles) con 3.749 vecinos mayores de 85 años de edad. Es decir, más que niños pequeños. Una cifra que además se ha disparado pues en 1991 eran 1.273 y en 2001, 1.673.
En una década se han perdido 700 vecinos entre 6 y 10 años, 1.100 entre 16 y 20, 2.500 entre 21 y 25 años de edad. El grupo con mayor número de vecinos es el de 56-60 años. Son 9.141 y van en ascenso lo que marca aún más el envejecimiento de la ciudadanía.
Estos datos se vislumbran en el día a día de Cádiz: Si el censo de los más pequeños se ha hundido se toca de lleno a toda la infraestructura educativa. Especialmente la pública, que ha visto como se han tenido que cerrar centros escolares por la falta de alumnos, junto a otros que bordean el cierre desde hace varios cursos. Y que una ciudad cierre un colegio siempre es una señal nefasta. Pero la educación concertada, favorecida en Cádiz por centros amplios frente a lo público con espacios tan estrechos, también está viendo como en los primeros cursos comienzan a notar el descenso de matriculados. Por supuesto, a menos infantes menos guarderías.
Hay menos niños y habrá aún menos jóvenes a la vuelta de la esquina. Mejor o peor formados, con mayor o menor espíritu de progreso, son los grupos sobre los que se va a sustentar el desarrollo de Cádiz en unos años. Y si no hay ¿vamos camino de ser gobernados en todos los órdenes de la vida por una gerontocracia?
Dejando a un lado el efecto del turismo y la capacidad de atracción que pueda tener Cádiz en el entorno de la Bahía, la disminución de niños y jóvenes se nota en la vitalidad de las calles. E incluso en la vitalidad de la noche y del ocio nocturno.
A la vez, el envejecimiento de la población es palpable. Hoy el 24% de la población gaditana tiene más de 65 años. Sólo diez capitales del país tienen un porcentaje superior. Y apenas el 12% de los gaditanos tiene menos de 14 años, lo que nos sitúa en el sexto lugar en España. No hay signos de cambio, tanto por la ausencia de viviendas como por el hundimiento de la natalidad: en el año 2000 se produjeron en Cádiz 1.097 nacimientos, frente a los 669 de 2019.
Este último dato nos hace retroceder a cifras de hace 75 años, lejos, muy lejos de los 3.305 nacimientos cuantificados en 1959.
El envejecimiento va parejo a la necesidad de incrementar el gasto sanitario, a una mayor presencia de usuarios en los centros de salud de la ciudad, a un descenso en el uso de los equipamientos culturales a medida de que la edad anima menos a salir a la calle.
Apuestas necesarias
El dinamismo que acompaña, o por lo menos debería de acompañar, a los grupos de edad más jóvenes sí se puede mantener apostando con fuerza por el Campus de la Universidad en la capital, con más centros, más equipamientos culturales y de ocio, más complejos residenciales para acoger a más alumnos, porque aunque no estén censados en la ciudad darán más vida a Cádiz.
A la vez, apostar por la llegada de empresas relacionadas con las nuevas tecnologías, ocupando para ello el espacio vacío en el polígono exterior de la Zona Franca, tal vez ayudaría a mantener en la ciudad a los jóvenes con buena formación educativa que hoy tienen que marcharse a otros puntos de España o Europa.
Viviendas en precario
Junto a ello, la precariedad de una parte del parque de vivienda del casco antiguo, con problemas de accesibilidad por la ausencia de ascensores, lleva a muchos mayores a quedarse de forma obligada en casa. Los gastos de los servicios sociales del Ayuntamiento, junto a los de Cruz Roja y el SAS, se disparan en su afán por atender a estas personas: atención médica, alimentación, limpieza, ayuda para el traslado al centro de salud...
Hay otro dato significativo e igualmente preocupante: el índice de hogares unifamiliares en la ciudad, que llega ya al 22,24% del total, con el significado social que ello conlleva.
Es cierto que en el último trienio se han animado las promociones privadas, y que todo lo que sale al mercado se vende de forma casi inmediata. Pero al contrario de lo que podía ocurrir hace cinco o diez años, estas viviendas no las ocupan familias que residían fuera de Cádiz, sino que la compran vecinos de la propia ciudad con ganas o necesidad de mejorar su residencia. Es decir, no suponen altas en el censo.
El suelo casi está agotado. Con los solares pendientes de construir, los chalés que aún quedan por derruir y las fincas que siguen vacías en el centro histórico no hay espacio para atender a la demanda. Datos aproximados nos sitúan en un millar los pisos de renta libre que aún se pueden levantar, para una demanda de unos 3.000 compradores; en pisos sociales no se pasa de unos 600 nuevos, para una demanda de 6.000.
Con todo ello, y si se quieres preservar los últimos espacios de desarrollo urbano (muelle-ciudad y polígono exterior de Zona Franca) como apuestas económicas y de dinamismo social, la vivienda y la recuperación de la población es totalmente inviable en los límites de los 13,3 kilómetros cuadrados de Cádiz. Sólo una visión en clave de Bahía es factible. Pero eso es otra historia.
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