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Cádiz retrocede (en población) a 1958

El descenso de población nos lleva al padrón que la ciudad tenía hace 64 años

¿Cómo se vivía en aquella época?¿Cómo ha cambiado la capital?

En 10 años Cádiz puede bajar de los 100.000 habitantes

El acceso a Cádiz desde la muralla en los años 50. / D.C.
J. A. Hidalgo

27 de diciembre 2022 - 06:00

Cádiz retrocede en el tiempo. El nuevo descenso de población acumulado a lo largo de 2021 y que nos ha dejado una cifra oficial, a 1 de enero de 2022, de 113.066 vecinos, nos lleva al Cádiz de 1958, cuando el padrón municipal cuantificaba a 113.517 residentes.

Afortunadamente en poco más se parece la ciudad de hoy a la de hace seis décadas, aunque buena parte de nuestros problemas, fundamentalmente los urbanísticos, proceden de esta época.

Fue a finales de esta década cuando comenzó a hablarse de un proyecto de relleno en la Bahía para conseguir 400.000 metros útiles de suelo.

La que iba a denominarse como barriada Arrese, después las Mil Viviendas, y finalmente La Paz, nacida de la mano del Ministerio de Vivienda con el que el Ayuntamiento de José León de Carranza, alcalde desde 1948, chocará casi hasta llegar a las manos con algún alto cargo del departamento, tenía como objetivo solventar en una pequeña parte el grave problema de falta de pisos en la ciudad, y la precariedad de estos en el casco antiguo.

En este año Carranza anunciaba también la actuación sobre 100.000 metros cuadrados en el entorno de la parroquia de San José "donde hay modestísimas, deplorables y antihigiénicas viviendas". Los dos nuevos barrios se iban a unir, se contaba entonces, "por ancha vía cruzando un ‘puente en alto’ sobre el ferrocarril", inimaginables entonces el proyecto de soterramiento del tren.

Por aquel momento el casco antiguo ya estaba colapsado, con más de 60.000 vecinos y con barrios como Santa María-La Merced, San Juan o La Viña hacinados.

Extramuros estaba aún en proceso de urbanización. Ya se había dado por fracasada la ubicación en Santa María del Mar y en Bahía Blanca de una zona residencial de lujo separada del resto de la ciudad, incluso con playa privada, aunque el segundo de estos ‘barrios’ seguirá siendo el lugar de referencia para los chalés de la ciudad.

Chalés que seguían mandando en la fisonomía de la Avenida, donde ya se estaban levantando los primeros edificios en altura, en la zona más cercana a la plaza de la Victoria (la actual de la Constitucional) y junto al cementerio de San José, donde se construían edificios con los característicos soportales, que según el PGOU de 1948 debía ser la norma para la principal vía de la ciudad.

El inicio del fin de estas construcciones unifamiliares aún tardará poco más de una década, cuando el desarrollo de Puerta de Tierra comience a agotar todos los espacios libres que quedaban. Hoy, la treintena que siguen en pie se concentran en Bahía Blanca y en La Laguna.

En 1958 el Ayuntamiento de José León de Carranza estaba metido de lleno en la construcción de un paseo marítimo.

La apertura cuatro décadas antes del Balneario de la Victoria, después reconvertido en hotel de propiedad municipal (vendido para financiar la construcción del estadio de fútbol), había iniciado el uso masivo de la que se llamó playa del Sur.

El primer alcalde Carranza, Ramón, ya había planteado en la década de los 20 un centro turístico en la glorieta Ingeniero la Cierva, con un hotel, un casino y una piscina, además de una zona de atracciones.

El segundo Carranza, José León, será el que comience la urbanización de un paseo marítimo hasta entonces inexistente, construyéndose casetas de mampostería a partir de La Cierva camino de Cortadura (donde ya se levantaban estructuras de madera privadas con distintos tamaños y diseños).

En 1958 se aprobó una inversión de 1,5 millones de pesetas de la época para seguir las obras. Ese mismo año se creará una comisión para "estudiar el mejor aprovechamiento de la playa entre Cortadura y Torregorda, con vistas al mayor esplendor de nuestra temporada veraniega, una de las fuentes de nuestra riqueza", anunciaba entonces el alcalde.

Aún tardarán unos años en ponerse sobre la mesa proyectos de gestión privada que pretendían la urbanización de esta primer tramo de Cádiz. Eran, en todo caso, operaciones de gran calado urbanístico: con cientos de viviendas y rellenando en algunos casos parte del saco de la Bahía. De todo ello, afortunadamente, solo quedó una carretera de servicio paralela a la playa.

En 1958 la ciudad, y José León de Carranza, estaba ya obsesionada con la construcción de un puente sobre la Bahía que evitase el tiempo perdido al tener que bordear la misma por San Fernando.

Ya en 1958 en la mesa del despacho del edil estaba el proyecto primitivo diseñado por el ingeniero Antonio Durán, donde se incluía un tramo móvil de 60 metros y un ancho del tablero de 17 metros para dar cabida a un andén para peatones, dos calzadas para ciclistas (adelantándose a la fiebre del carril bici del siglo XXI), una calzada para tres circulaciones, y una para el ferrocarril.

Al final el plan lo aprobó el Estado en 1964. Eso sí, el gobierno de Franco, que había financiado otras infraestructuras por todo el país, se negó a aportar fondos para este proyecto, que tuvo que ser asumido en su totalidad por el Ayuntamiento de Cádiz. En 1958 el coste se calculaba en 210 millones de pesetas. Cuando el puente se inauguró once años más tarde, el precio se había disparado hasta los 600 millones, dejando al municipio en bancarrota.

Dos décadas después del final de la Guerra Civil, Cádiz seguía sufriendo los horrores de un conflicto que había dejado una profunda herida en la sociedad y que había aniquilado (mediante las armas, la prisión o el exilio) a un elevado porcentaje de sus vecinos.

Aún, en 1958, no había llegado la época más floreciente del astillero gaditano. Como el resto del país, Cádiz sufría los rigores económicos de la autarquía, que el gobierno de la dictadura olvidará poco después a fin de evitar su quiebra económica.

En todo caso, la industria naval junto a la actividad de la pesca, la aún boyante fábrica de tabacos y Construcciones Aeronáuticas, mantenían a flote la ciudad, con un comercio tradicional que aguantaba tantos años malos a la espera del resurgir en los 60.

La degradación urbana ya era evidente en los barrios más pobres de la ciudad, mientras en Puerta Tierra se levantaban viviendas con carácter provisional que se harán eternas, todo ello sin planes de urbanización del viario, como pasará en el Cerro del Moro.

Con plaza de toros, con el teatro de verano, con un Teatro Falla centrado en el cinematógrafo y con una gran abundancia de cines de verano, la ciudad intentaba divertirse en las escasas salas de fiestas que funcionaban, mientras que el Carnaval, en su más pura esencia, funcionaban a modo de fiestas típicas.

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