Cámaras vs. corchos blancos

Nueva polémica municipal

Entre el alcalde y la Policía, los ambulantes ilegales del pescado se quedan con el alcalde y los pescaderos de la plaza con la Policía

Un vendedor de caballas, enseñando ayer por la mañana su mercancía.
Pedro Ingelmo Cádiz

25 de mayo 2016 - 01:00

Este hombre que sostiene una caballa que se hace infinitesimal en la comparación con sus labradas manos como palas excavadoras empezó a trabajar "en las contratas" a los 17 años y estuvo en los Astilleros hasta que dijeron que se acabó. Se fue a su casa con una pensión de 600 euros, que es lo que le cuesta el alquiler del "piso de los de Pascual". Mantuvo a tres hijos hasta que los tres hijos volaron "para trabajar en las contratas hasta que no hubo contratas". E hizo lo que había aprendido en La Viña desde niño. Cogió su barquita y se fue a por caballas. Todos los días, o casi todos, coge su barca a las cuatro de la mañana y trae a esta misma esquina, que no diremos qué esquina, sus caballas, que son "unas misses", sólo caballas de La Caleta. Hoy las vende a 1,50 euros y a 1,25 (las veremos luego -otras, claro- en la plaza a cinco euros el kilo). Tiene éxito porque es verdad que las caballas tienen muy buena cara, con los ojos aún muy abiertos de recién haberse muerto. "¿Problemas con la Policía?" "No, cuando vienen los vemos, ellos nos ven y nos vamos". "¿Y el alcalde?" "Eso me han dicho, que el alcalde dice que muy bien. Pues claro, si es que esto es una tradición". "Ilegal". "Ya, claro, todo no puede ser", bromea. Y sigue despachando caballas a buen ritmo, cantando sus virtudes.

Tampoco tienen mala cara los boquerones de su vecino, que rondará los 30 años y que eligió una mala profesión, panadero, "que ahora todo el pan es congelado". Cuando se le acabó lo de la panadería se reconvirtió limpiando pulpos en la plaza, que apenas sacaba para llevar a su niño adelante. Y luego ni pulpos ni nada. Paro puro y duro. Hace año y medio escogió esta esquina -no diremos qué esquina- y un vecino le dejó una casapuerta para que se refugiara cuando vinieran con "la placa". A él no le hace gracia la ilegalidad. "Quisera que nos dieran un permiso o algo. Tengo mi pescado lo mejor que puedo, uso guantes, tengo mi nieve... soy lo más higiénico posible, pero tengo que vivir. Así que me voy al barco, suelto 40 euros y me traigo los boquerones. Si tengo suerte, y el día va bien, le saco 30 ó 35 euros. Otros días no le saco nada. Y hay otros días que le pierdo. Pero si pudiera trabajar claro que trabajaba. Hombre, a quién le va esta vida..."

El joven que vende boquerones, ya más cerca de la plaza, en una esquina -no diremos qué esquina- iba bien en los estudios, llegó hasta Selectividad, perdió a sus padres, se quedó más solo que la una y echó "ochocientos currículum". Relata un montón de trabajos por los que ha pasado. El más estable fue el de frutero en la plaza hasta que "la plaza decayó" y no necesitaron fruteros. Se echó a la calle con las cajas de corcho. La Policía le conoce desde chiquillo y, si le pillan, la mayor parte de las veces hace la vista gorda. "Pero hay que tener cuidado".

Su compañero tiene los codos y las piernas tatuadas de cicatrices porque se levanta pronto para irse a las rocas a coger cangrejos y se pega "unos carajazos" importantes con los resbalones, cuando no sale "medio ahogao". Su último trabajo fue "en la cárcel. Me pasé ocho años preso por fumar porros". "Algo más harías ¿no?" "Que le dí unos porros a unos, pero la Policía... -adopta tono confidencial- La Policía se queda con todo, con los cangrejos y con los porros. Te vienen con la placa, se queda con los cangrejos: ¿y qué hace con los cangrejos? ¡Se los comen! Y yo también tengo derecho a comer". Es posible que ya lleve algún canuto encima porque está de lo más divertido y cuenta magníficas historias. Pero de todas las historias la que menos gracia le hace es la de la multa que le pusieron por vender pulpos. "Por cada pulpo 300 euros. ¿De dónde saco 300 euros?". Otro compañero tiene encima una multa de 600. No puede pagarla, es insolvente. "Si me dejan a plazos..."

En la plaza el legendario Paco Rosado es comprensivo. "Competencia no me hacen porque lo que venden es pescado azul. Y entiendo que no se puede vivir con 400 euros al mes. ¿Qué van a hacer los chavales? Lo sé yo y los políticos, que hacen la vista gorda". No son tan comprensivos unos puestos más allá: "A mí me viene tres veces a la semana el Seprona, pago 2.000 euros al mes en impuestos y me gasto un dineral en controles de calidad. En la calle el pescado no tiene control. Yo no me atrevería a comer ese pescado. ¿Qué han tocado esas manos, qué sabes lo que estás comiendo? Y luego vienen las lamentaciones". En otro puesto entienden que el alcalde piense lo que dice, pero no que diga lo que piensa. "Le pasa porque no es político profesional. Uno de los de siempre no mete un gambón como el que ha metido. Si es alcalde, lo es de todos. ¿Cómo va a preferir a un vecino que a otro? Normal que la poli se cabree".

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