Carreras de caballos en el Hipódromo de Cádiz
Historias de Cádiz
Construido en 1876 por el ingeniero de Caminos, Luis la Orden y Otaolaurruchi para el Jockey Club l Situado en terrenos de Tomás Haynes, en las proximidades de Puntales
La hípica, aunque hoy nos pueda resultar extraño, ha tenido gran importancia en la ciudad de Cádiz. Nuestra población contó con picaderos, sociedades hípicas, teatros especiales para acoger grandes espectáculos de caballos, carreras en la playa Victoria y hasta un flamante hipódromo en las proximidades de Puntales.
En la segunda mitad del siglo XIX el alcalde Juan Valverde derribó los pequeños puestos existentes en las plazas de Fragela y San Fernando para dar paso a un gran solar que acogiera el Circo Teatro, dedicado fundamentalmente a dar espectáculos ecuestres, muy del gusto de los gaditanos de aquella época. En este mismo lugar, muchos años más tarde, sería levantado el Gran Teatro Falla.
En el barrio del Balón existía, también en la segunda mitad del siglo XIX, un enorme picadero que pasó por distintos propietarios. Allí aprendieron a montar a caballo, único medio de locomoción en la época, infinidad de gaditanos. Durante varios años este picadero estuvo a cargo del llamado Club Hípico de Cádiz, con cuadras y caballerizas en la calle San Rafael. Al frente de este club estuvo el senador Agustín Blázquez, y formaron parte de su directiva distinguidos comerciantes gaditanos como Angel Picardo, Aurelio Díaz Ordóñez, Sebastián Martínez de Pinillos, Camilo Gibaja o Eduardo Parodi.
Pero el máximo esplendor de la afición hípica gaditana llegaría en 1876 con la construcción de un magnífico hipódromo en las proximidades del barrio de Puntales. Este hipódromo fue llevado a cabo por el Jockey Club de Cádiz creado con la finalidad de que nuestra ciudad pudiera acoger carreras de caballos en un recinto reglamentario, con las dimensiones exigidas.
La idea de levantar un hipódromo partió del banquero y comerciante gaditano Agustín de la Viesca y Sierra, presidente del Jockey Club de Cádiz. Junto a Viesca formaron parte de la directiva otros comerciantes gaditanos como Tomás Reade, Manuel Gómez Cuevas, César Lovental, Fernando Abárzuza y Juan Manuel Lacoste. Estos directivos también fueron los organizadores y comisarios de las correspondientes carreras de caballos.
Los terrenos para el Hipódromo fueron arrendados a Tomás Haynes, dueño de unos astilleros en Puntales, propietario de una fundición y de grandes extensiones de terrenos en los extramuros de la ciudad. Concretamente el hipódromo se situó entre los actuales depósitos de tabacos y el estadio municipal.
De la construcción del hipódromo fue encargado el ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Luis la Orden y Otaolaurruchi. Contaba con un una pista de 1.229 metros de longitud y 11,29 de ancho. Disponía de instalaciones para la Casa Club y oficinas del Jockey Club de Cádiz, tribunas para el público y 28 hermosos palcos que se extendían por todo el frente de la tribuna.
Las pruebas alcanzaron prestigio nacional y el Rey Alfonso XII enviaba una copa para alguna de las pruebas a disputar. Había temporada de carreras en primavera, verano y otoño, durando varios días las competiciones. Curiosamente el terreno situado en el interior de la pista seguía estando a disposición de Haynes para que sus vacas pudieran pastar. Cuando llegaba la temperada de carreras, Haynes sacaba el ganado y el terreno era acondicionado para acoger al público.
El hipódromo disponía de restaurante, pero lo habitual era que el público llevara cestas con la merienda. Los más pudientes encargaban cestas en el restaurante y pastelería de Ramón Lannes, situado en la calle Novena esquina a San Miguel, donde años más tarde abriría sus puertas la pastelería Viena.
Lannes era especialista en lo que hoy llamamos ‘catering’ y sus especialidades, según la publicidad de la época, eran fiambres de pavo en galantina, lengua escarlata, salchichón de Lyon, jamón en dulce, embutidos y paella a la valenciana y a la catalana. Los vinos oscilaban desde el modesto Valdepeñas hasta el Champagne pasando por vinos de Chiclana, Sanlúcar y Jerez. Esta casa entregaba las cestas en el propio hipódromo evitando al público la molestia del traslado.
El público acudía mayoritariamente en coches de caballos, propios o de alquiler. También acudían en tren, ya que existía parada en la Segunda Aguada, muy cerca del hipódromo. Como también ocurría en las corridas de toros, una vez finalizadas las carreras del día, el público asistente organizaba el regreso al centro de la ciudad. Los coches de caballos marchaban uno detrás de otro hasta la calle Ancha, donde se desperdigaban.
El Hipódromo de Cádiz, llamado oficialmente Jockey Club de Cádiz, apenas tuvo diez años de vida. Con el fallecimiento de Agustín de la Viesca desapareció el Jockey Club y nadie quiso hacerse cargo del hipódromo. Durante varios años sirvió para los aficionados al tiro al plato y al tiro de pichón.
Años más tarde sería formado el Comité de Carreras de Caballos de Cádiz, presidido precisamente por Rafael de la Viesca Méndez, hijo del citado Agustín de la Viesca, y posteriormente por Angel Picardo. Este comité sería el organizador de las carreras de caballos en la playa Victoria, en las inmediaciones del Balneario y que llegaron a tener una gran importancia en la primera mitad del siglo XX, con asistencia de numerosos forasteros llegados desde todos los puntos de España y la disputa de importantes premios. En esos años el viejo campo de la Mirandilla, hoy campo de deportes del colegio de las Esclavas, acogió el Campeonato de España de saltos a caballo.
La afición hípica de Cádiz acabó en esos años cincuenta del pasado siglo XX.
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