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El Castillo de Santa Catalina, el ejemplo inalcanzable

A diferencia de San Sebastián, el Ayuntamiento logró la cesión del otro fuerte y lo rehabilitó íntegramente, siendo hoy un espacio cultural y de eventos para la ciudad

Imagen de los castillos Santa Catalina de Cádiz y San Sebastián al fondo / J.P.

Cada uno en una punta de un enclave mágico como la Caleta. Cantados a partes iguales en la historia de la ciudad, de sus versos y de sus cantes. Pero radicalmente distintos en el presente y más distantes aún si se mira al futuro. A la izquierda de la playa del casco histórico, San Sebastián sigue languideciendo mientras las administraciones públicas miran hacia otro lado y los grupos de presión se afanan en batallas de otros edificios; y a la derecha, Santa Catalina reluce completamente rehabilitado y como escenario de una programación cultural y de eventos que se alarga durante todo el año.

Santa Catalina fue una fortificación que recibió la ciudad hace años y que el propio Ayuntamiento rehabilitó íntegramente, adaptándolo a esos nuevos usos culturales y de ocio; un proyecto que se le resiste al Castillo de San Sebastián, cuya cesión a la ciudad no tiene impedimentos alguno, a priori, por el Gobierno central pero que rechaza el Ayuntamiento por un mal estado de conservación que no hace sino agravarse.

Santa Catalina llegó a manos de la ciudad a mediados de los 90 del siglo pasado, y el Ayuntamiento decidió acometer, ya en el siglo XXI su rehabilitación por fases, recuperando un edificio que ya en la última época de su anterior uso militar (que se cerraría en el año 1991) ya presentaba notables deficiencias. La fórmula utilizada entonces por el Ayuntamiento fue la creación de escuelas taller que se formaban y trabajaban en el propio castillo, rehabilitando en una primera fase las salas superiores de las naves denominadas de San Juan y San Nicolás, la capilla, las antiguas celdas y parte del módulo de entrada, además de urbanizar los espacios del recorrido perimetral y del patio de armas; en una segunda fase, se actuó en la planta baja de esas naves; y una tercera fase que es centró en los polvorines; y una cuarta que sí quedaría siempre inconclusa en el foso de acceso a la fortificación.

Cerca de 1,5 millones de euros invirtió el Ayuntamiento en las tres fases ejecutadas; importe que se une al cerca del millón de euros que llegó de parte del Ministerio de Fomento, con cargo al 1% cultural. Alrededor de 2,5 millones de euros que sirvieron para devolver la vida a Santa Catalina, que se presentaría en sociedad como nuevo espacio cultural de la ciudad en 2002, con sus casi 5.700 metros cuadrados de superficie.

Esta última cifra, de hecho, puede ser una primera clave para intentar comprender las diferencias entre Santa Catalina y San Sebastián, fortaleza esta última que supera los 40.000 metros cuadrados de superficie, lo que implica un notable incremento también en el apartado presupuestario. De hecho, Costas ha invertido entre 2009 y 2018 la friolera de 15,6 millones de euros que han sido del todo insuficientes para una recuperación que ya a principios del siglo XXI se tasaba en 45 millones de euros (partida a la que habría que aplicar el lógico incremento del paso de los años y de la especialización del proyecto).

Además, San Sebastián es una fortaleza mucho más expuesta al mar y a sus efectos contra la piedra que sustenta la edificación que Santa Catalina, lo que requiere un mantenimiento constante para mantenerlo en perfecto estado de revista y evitar ese deterioro del que ahora adolece.

Otra clave puede ser la ausencia de un proyecto claro y definido que permita centrar el foco y apostar con la debida claridad por un fin concreto para devolver a la vida la fortaleza de San Sebastián. Allí se ha planteado un gran acuario, un parque temático, un auditorio, una zona de hostelería y ocio, el gran epicentro del Bicentenario de la Constitución o ha funcionado el laboratorio del Ceimar. Pero nada de eso se ha concretado o ha calado en la ciudadanía, a lo que se unen otros proyectos que causaron rechazo como el de la construcción de un puerto deportivo alrededor del castillo o la ampliación del paseo Fernando Quiñones con elementos constructivos modernos conviviendo con la histórica piedra caletera.

A todo ello se une una clave fundamental, posiblemente la principal: ninguna administración quiere comprometerse con el edificio, quiere implicarse en su rehabilitación, en su conservación, en darle vida a este trozo de Cádiz, del casco histórico y de la Viña. Ni el Gobierno, que pelea entre ministerios para asumir responsabilidades y que no actúa a la espera de que el Ayuntamiento recoja las llaves del castillo; ni el Ayuntamiento, que no ultima la tramitación ni solicita una nueva cesión, y que incluso ha retirado la vigilancia, a la espera de que Madrid financie íntegramente una antigua fortaleza, un atractivo que sería punto fuerte económico, histórico, cultural, turístico y de ocio en cualquier otra ciudad del mundo, y que en Cádiz se cae a pedazos mirando con envidia la buena salud de su vecina Santa Catalina.

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