La Castrense del Padre Poveda
El arzobispo castrense de España preside la misa de dedicación del templo, una inusual y espectacular ceremonia que se ha alargado más de dos horas
La cronología del arreglo de la iglesia del Santo Ángel
¿Ha sido una misa que certifica la dedicación propia de una iglesia? ¿O ha sido un último regalo de la Castrense a Cádiz con motivo de integral rehabilitación? ¿La misa de dedicación ha sido un compromiso de futuro de este templo de la Plaza del Falla? ¿O más bien ha sido una vuelta al pasado con las vestimentas, los objetos litúrgicos y la música que ha sonado? La parroquia del Santo Ángel Custodio ha culminado este sábado todos los ingredientes que necesitaba, si le faltaba alguno, para cumplir el 100% de los requisitos de un templo dispuesto a seguir sirviendo a su misión desde que fuera capilla levantada en 1653.
Lo ha hecho, y lo hará, de la mano de Zaqueo, ese personaje evangélico que el arzobispo castrense ha calificado de "impresentable" y que necesitó subirse a un árbol, a un sicomoro, en busca de Jesús. Y del santo Pedro Poveda, el sacerdote fusilado en el inicio de la Guerra Civil que adquirió la condición de mártir y que desde este mediodía descansa bajo el altar de la Castrense, en uno de los momentos centrales de la eucaristía.
La misa de dedicación ha estado cargada de momentos tan curiosos como emotivos; y, sobre todo, para nada habituales. Como la unción del altar con el aceite del crisma, previo cambio de vestimenta del arzobispo Juan Antonio Aznárez (acompañado hoy por el obispo diocesano, Rafael Zornoza) para sustituir la casulla por una manguillas y un delantal; o la unción posterior de las cuatro cruces que, ahora sí, existen en el interior del templo; o el canto de unas particulares letanías con recuerdos a santos bastante poco nombrados en las misas (como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio, San Juan María Vianney o o San Esteban, por citar algunos). O ese otro momento en el que se ha dispuesto una especie de brasero sobre el altar sobre el que Monseñor Aznárez ha vertido gran cantidad de incienso, que luego se ha depositado en los incensarios de la pareja de diáconos que ha asistido a la ceremonia; o ese otro momento en que dos camareras de la parroquia han vestido el altar con los manteles y el mimo oportuno para dar paso a la Liturgia Eucarística.
Todos estos momentos que distinguen una ceremonia tan inusual como esta se han caracterizado por la eficaz y discreta organización que ha reinado en todo momento en el altar, tanto por los diáconos como por los acólitos que servían la misa, así como por el secretario del arzobispo castrense, que desde su alejada ubicación junto al resto de la quincena de sacerdotes que han participado ha estado atento y dando las oportunas indicaciones en todo momento.
A ello se ha sumado las interpretaciones del conjunto Virelay, que ha plasmado a las mil maravillas las antífonas y cantos tan específicos que requiere esta liturgia, que bien merecía una retransmisión en directo o una grabación íntegra para la posteridad. Quién sabe cuándo volverá a vivir la ciudad la dedicación de un templo (no hablemos ya la construcción de uno nuevo).
Numerosos militares, alguna que otra representación civil y feligreses de la Castrense sí han podido ser testigos de este día en el que la Castrense ha completado su proceso de rehabilitación. "La belleza de este templo y del canto de esta misa son un pálido reflejo de la belleza del templo de Dios que es Jesús y que es la Iglesia", advertía el arzobispo castrense, que indicaba que todo el esfuerzo realizado para recuperar esta iglesia del Falla se ha hecho "para propiciar el encuentro con Jesús, que para eso están los templos".
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