Cecilio Chaves (Cádiz, 1972) : “Creo que he aprendido a pintar hace dos años, a raíz del encierro”
De cerca
De estética plástica y ética. El artista rememora cómo se convirtió en el cotizado pintor de las azoteas de Cádiz, reflexiona sobre cómo nos afectó el confinamiento y los efectos de la pandemia y avanza nuevos proyectos
Cádiz/Merecedor de más de una veintena de premios y uno de los pintores gaditanos más cotizados a la vez que más admirado por el gran público, Cecilio Chaves (Cádiz, 1972), da la sensación inmediatamente de que también es un hombre libre, independiente y bueno, en el sentido machadiano de la palabra bueno.
–Su infancia ¿son recuerdos de una azotea de Cádiz?
–Evidentemente, sí. En concreto de la azotea de la casa donde nací, donde mi madre en la calle Santiago. Es la de los recuerdos de toda la vida, donde jugábamos a la pelota y a todo. Yo hacía pis mirando a la Catedral, porque la ventana del baño daba allí. Hasta que levantaron el edificio de la Residencia de Estudiantes, esa gran pantalla de ladrillo y de cemento.
–¿Cuándo decidió convertirse en pintor?
–Es en un momento que recuerdo como si fuese ayer y que no me canso de contar porque me parece muy tierno. Yo tenía doce años y mi madre me mandaba hacer recados por aquí y por allá. Y sólo hablo de mi madre porque mi padre falleció cuando tenía nueve años. Mi madre, como decía, me mandó a casa de un señor que era rotulista, que era el padre de mi tía política. En aquel entonces era muy conocido porque hacía montones de carteles de tiendas, incluido uno de un elefante que había en la Plaza de San Francisco. Además pintaba cuadros muy bien. Y allí fuimos mi tocayo y primo Cecilio y yo. Y, ¡sorpresa!. Me encuentro con el señor Abad pintando un cuadro en el pasillo de la primera planta de aquel patio de vecinos. Y yo me quedé con los ojos abiertos, ojiplático. Fue tal el shock que mi primo tuvo que decirme: “quillo, dile a este hombre ya lo que veníamos a decirle y vámonos de aquí”. Me había quedado completamente embobado. A partir de entonces me picó como que un gusanillo, una curiosidad, algo... De vuelta a mi casa pasé por la calle Sacramento, esquina con Rosario Cepeda, que había una papelería-librería y vi en el escaparate una cajita de óleos con seis tubos de pintura, un botecito de aguarrás, otro de aceite, dos pinceles y una paletita. Y yo, sin decirle a nadie nada, ahorré mi dinerito, compré la cajita, un caballete de mesa de plástico, un lienzo y una postal de una chica con un gorro sentada en un prado. Y me fui a mi casa y lo pinté sin referencias de nada; nadie me dijo cómo mezclar colores... Lo pinté a mi libre albedrío. Y ese fue mi primer cuadro, el típico cuadro de la tacita de plata con los monumentos de Cádiz alrededor... Aún lo conservo. Yo tenía doce años.
–¿Cómo se tomaron en casa lo de querer ser artista?
–Yo empecé a pintar y me gustó muchísimo. Entonces vieron mi interés y me apuntaron a una academia de pintura. Yen la calle Zaragoza estaba Arturo Capaceti, un señor ya muy mayor. Y allí fui yo a pintar. Capaceti falleció y Luis Gómez, que tenía Foto y Arte en la Plaza de San Antonio, se hizo cargo de la academia. Y allí seguí... Curiosamente yo no fui un niño que estuviese todo el día dibujando, pintando, siempre con un bloc en la mano. No. Yo tuve una infancia normal, como todos los chavales, en la calle, jugando al fútbol con mis amigos. Lo que pasaba es que pintaba en mis ratos libres. Pero cuando ya entré en 8º de EGB –empecé a pintar en 7º– ya dije que quería estudiar Bellas Artes. Y no había plan B. No pensaba en otra cosa. Y digo curiosamente, porque en mi familia no hay ningún otro artista. Mi madre se dedicó toda su vida a criarnos y a trabajar muchísimo por mí y por mis dos hermanos, en la cocina de la Clínica de San Rafael, limpiando casas y en todo lo que podía para mantenernos... Y desde esa bendita ignorancia mi madre dijo: bueno, vale, que pinte el niño. Porque soy consciente de que otros muchos compañeros que tenían padres médicos o abogados tuvieron muchos problemas. Veían como una locura que estudiasen Bellas Artes, porque de eso no se vivía... Yo tengo que agradecer a mi familia, a mi tía Rocío, mi madrina; a mi tía Mame; a mi tía Pepi; a todas mis tías; a mi tío Joaquín y a mi tío Pepe, que todos aportaron un granito de arena en primero de carrera, a modo de mil, de dos mil pesetas, para que yo estudiase. Ya después me vino la beca, trabajaba donde podía y ahorraba. Pero mi familia ha sido un pilar fundamental... Quien le iba a decir a ellos que con el paso del tiempo yo me iba a dedicar a esto e iba a vivir de esto.
–¿Cuál fue la primera obra que vendió?
–Yo siempre quise vivir de lo que pinto. Nunca he tenido la intención de dar clases. Muchos de mis compañeros de facultad iban con la idea de dedicarse a la enseñanza, de hacer unas oposiciones. Y a mi eso me parecía muy aburrido. Aunque también me gusta dar clase. El primer cuadro que vendí fue uno de aproximadamente 30x50 centímetros, mi primera azotea de Cádiz. Era una vista desde la azotea de mi casa en la calle Santiago. Tendría unos 20 años.
–¿Cómo recuerda aquel Cádiz? ¿Era muy diferente al de hoy?
–No veo grandes diferencias con el de hoy. Quizá la mayor sea el uso que hacíamos de las azoteas. Tengo fotos de mis cumpleaños, del de mis vecinos, que son como mis primos; de mis vecinas, que eran como mis tías, de cómo convivíamos. Y tengo un recuerdo de hacer muchas actividades en las azoteas, un espacio privado, pero colectivo, que se compartía con los vecinos. Era como el patio, pero arriba... Recuerdo cómo encalaba la azotea con mi vecino Eduardo, con aquellas brochas redondas, y cómo se le echaba a la cal un poco de aceite quemado para impermeabilizar los pretiles... eso ya no existe... y se echa mucho de menos...
–¿Cuándo pudo empezar a vivir por amor al arte?
–En cuarto o quinto de carrera. Yo estudié en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Allí conocí a mi ex mujer, Pilar Alonso, y los dos nos propusimos vivir de la pintura. Por medio de un compañero, Ignacio Valdés, conocimos a unos marqueteros, César y Francisca, que vendían obras en su taller de Los Remedios. Y a partir de ahí fue el boom. Descubrimos que sí, que se podía vender y que a la gente le gustaba... en esa época eran paisajes del río, de Sevilla. Y a partir de un cuadro que pinté de azoteas, conecté con todos aquellos recuerdos de mi niñez. Y gustó mucho. Es verdad eso de que la infancia es el paraíso del subconsciente.
–Cádiz, Sevilla, Frankfurt, Vigo, Berlín... ¿con la luz de qué ciudad en la que vivió se queda?
–De Sevilla me fui a Frankfurt, donde estuve un año completo. A mi ex mujer le recomendó un profesor que fuese a Alemania... aquello fue una experiencia dura, porque no conocía a nadie, hasta que contacté con algún español... el recuerdo que tengo de Frankfurt es gris, siempre gris... Además, yo entonces pintaba en casa... Después nos fuimos a Galicia... Yo soy una persona muy camaleónica, me adapto perfectamente a vivir donde sea. Luego estuve en Berlín. Y allí empecé a cogerle más el punto a aquella luz. Tengo algunos cuadros de aquella época... Son luces muy diferentes... pero si estás en Vigo, pintas la luz de Vigo y si es en Berlín, la de Berlín... Estuvimos un año en Frankfurt, cuatro meses en Berlín y tres meses en Rotterdam... Siempre en residencias de artistas, donde se conoce a gente de todo el mundo. En Vigo estuve 14 años. Luego, cuando cumplí 40, me divorcié y me volví a Cádiz. Y hasta ahora aquí estoy muy bien.
–De todos los grandes maestros ¿de quién fue la luz que más le deslumbró?
–La gente de mi generación estudiamos con libros, con catálogos en papel. Y, claro, ibas a las exposiciones en vivo porque si no, no conocías a los artistas. Pero no ha habido un artista que me haya marcado. Creo que tenemos la suerte de haber creado un estilo sin contaminarnos demasiado, porque no teníamos esa ventana al mundo que ahora tenemos a mano, que es internet, que en cierta forma, contamina... Ahora va todo muy rápido. En mi época teníamos tiempo para pensar, para estar tranquilos, sin prisas. Y ahora, la gente que tiene mucha mano pintando, ese tiempo de pensar, ni lo tiene, ni lo quiere. Entonces es bastante y cómodo y fácil recurrir a lo que ha hecho alguien antes.
–Porque el arte no es sólo ejecución, sino también reflexión...
–Eso es. Hay pintores actuales, como Antonio López, que han creado estilo. Pero tienen una trayectoria de muchísimos años. Y hay pintores actuales que hacen lo que hace él. Y, sí, lo hacen muy bien. Hay un virtuosismo técnico, pero lo que hacen es reproducir, no crear algo nuevo. Porque les faltan esos cincuenta años de experiencia. Como yo digo, la cama del cuadro. Tú pintas la piel y, además, rápido, porque vivimos en ese mundo de inmediatez... No, no tengo ningún pintor de referencia en concreto... Después, con el tiempo, te dicen, bueno, te pareces a Hooper, a uno o a otro... Hooper, bien. Me gusta, aparte de porque es bueno, por varios motivos: por el sentido del color, los escenarios, porque retrata muy bien la esencia de los paisajes americanos... Pero no tengo ningún artista favorito en concreto. Lo que sí me gusta es empaparme de la capacidad de trabajo que tienen los artistas. Es decir, de esas ganas de trabajar, más de lo que pintan y cómo lo pintan, Como Picasso. Y no porque produzcan mucho, sino por esas ansias de hacer cosas.
–¿Cuántas horas pinta al día?
–Depende. Hay días en una misma semana que puedo estar diez, ocho horas pintando, y otros días que pinto dos. O rachas en las que me llevo dos o tres meses que voy a piñón y otras, como la de hace poco, en las que me lo tomo con más tranquilidad. Soy una especie de híbrido de alondra y lechuza.. De seis de la tarde a diez de la noche son mis horas mejores. Aunque ahora le estoy cogiendo el punto a las mañanas. Esto es un poco como los flamencos... Pero yo a las ocho y media o nueve ya estoy funcionando, aunque sea ordenando papeles o clavando grapas.
–El otro día le escuche decir a un colega suyo a otro que el arte es lo único que puede salvar al mundo ¿Qué pintan en él los artistas plásticos?
–Esa es la pregunta del millón, porque si le preguntas eso a un artista, creo, con sinceridad, que no te va a saber responder. Sin embargo, no se vive sin el arte. El arte entendido como un todo: arte visual, sonoro, de los sentidos... Si no existe el arte ¿qué es lo que existe? Porque el arte te alimenta el alma. Qué vamos a decir de la música. Y ahora, de la cocina. En Alemania, en la Escuela de Artes, hace muchos años ya había una asignatura de cocina. ¿Se puede afirmar que sin el arte el mundo no existiría? Tal y como lo conocemos, seguro que no. El efecto del arte en nuestra vida diaria es invisible. Pero el arte está en un buen rótulo, en una buena marca... De hecho, se ha demostrado que cuando nos llevamos encerrados en casa durante dos meses, el arte y los artistas han estado ahí y el alma y la moral de la gente han sobrevivido gracias a ellos. A mi me consta.
–Esta mañana me preguntó una amiga: ¿Qué tal estás? Bien, muy bien, le dije. Y ya solamente por decir esto te vienes arriba (ríe) Puedo estar mal, muy mal, pero no te lo voy a decir. Si lo digo es para pedir ayuda. Pero yo tengo mucha suerte, soy muy afortunado, porque hago lo que me gusta, vivo de lo que me gusta y estoy con gente que me gusta. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Bueno, sí, todos tenemos bajones, pero considero que los demás no tienen por qué cargar con esos bajones míos.
–¿Qué hace entonces cuando pintan bastos?
–Me pongo a pintar. Y eso me sirve de terapia. Eso sólo me pasa de dos años para acá. Desde que hice los vídeos aquellos del encierro. Hay un antes y un después de aquello. Creo que he aprendido a pintar de esa época para acá, porque fue tanto lo que expliqué sobre cómo pintaba y por qué lo pintaba que mi cerebro lo asumió tan bien que podría haber pintado cualquier cosa en cualquier momento. Porque el concepto se te mete tan adentro que ya puedes hacer lo que quieras. Hace cuatro días se lo comentaba a Carolina, a mi pareja: estoy un poco chungo, tengo que pintar, necesito ponerme a pintar otra vez y olvidarme del mundo. Se acabaron las Navidades, los compromisos, los regalos. Quiero volver a una vida ordenada, que es la que me sube el ánimo.
–¿Qué conclusión saca de esta película parece que sin fin?
–Pues que, muy al contrario de los que decía la gente al principio, esto nos ha hecho peores personas. Estoy totalmente convencido. Ha sacado el policía que todos llevábamos dentro. Ese eslogan de ‘vive y deja vivir’ se ha ido al garete. Yo también he tenido que decir espera, para, para, porque se me esta yendo la olla un poco con todo esto. Entonces ¿qué intento? pues llevarlo lo mejor posible sin hacer mal ni daño a nadie. Hay normas que cumplir, y unas son justas y otras injustas, y otras que parecen normas, pero no son normas o dejan de serlo y hay gente que piensa que tienes que seguir cumpliéndola, y tienes que decir: oiga usted, es que esa norma es de hace tres meses. Por todo eso pienso que esto nos ha hecho peores en general... no a todos, claro. Pero un poquito peores [...] Si a mi un Gobierno me hace responsable de que un hospital no tenga plantilla, no es justo. Si haces un hospital con 1.000 camas y tienes plantilla para 400, cuando ocupas 800 aquello no funciona ¿el culpable soy yo?... Y luego, hay gente que espera que pase lo peor –o lo mejor– para justificarse, para decir: ‘¿ves lo que te decía yo?... Creo que hay que estar por encima de todo eso y que la gente esté bien, respetar a todos , las ideas de todos, más locas o menos locas, pero con tranquilidad. Hay gente que se lo está tomando demasiado a pecho. Y dentro de un año o dos, posiblemente, o eso espero, todo esto quedará atrás y diremos: las cosas que decía yo hace dos años... entonces, vamos a vivir con tranquilidad. Afortunadamente la cosa va a mejor y muere menos gente. Bien, pues vamos a aplaudir eso.
–Otra cosa que hemos corroborado es que la salud es un gran negocio... Pero el arte, también ¿tiene galerista o prefiere vender directamente?
–Siempre he usado las dos vías: he vendido por mi cuenta y por galería, buscando el equilibrio y con honestidad, respetando precios y no siendo desleal con las galerías. Ese camino a mi me ha valido y hasta ahora me ha ido muy bien. Pero sí, en el mercado global todo es dinero y negocio. Y la enfermedad también lo es... Si no vendes tu obra, no vives. Muchos pintores no se dan cuenta de que la comisión que tú le pagas a la galería es porque ellos tienen el cliente y tú no. ¿Que las comisiones debían ser menores? Sí, pero es que vender unos zapatos o cualquier mueble, también conlleva su beneficio. La comisión depende del sitio, pero la media está ahora en un 35%. Los artistas vamos a nuestro aire y cada uno se mueve de una forma. Otra cosa son las noticias del mundo del arte y lo que las mueve: todo se reduce a la autenticidad o falsedad de una obra, su atribución a un maestro o el precio por el que se ha vendido.
–En ese contexto, un artista como Banksy lo mismo regala un mural o una puerta de valor incalculable a un pueblo o a una ciudad que medio descuartiza en directo una obra recién subastada triplicando su valor...
–El problema de Banksy es que empezó como un gran luchador contra los poderes económicos dentro del arte y se lo ha tragado. Banksy ya no me vale. Porque entra en el mercado y se monta una película, seguramente de acuerdo con la casa de subastas, se rompe la obra y ahora cuesta millones, tres veces más.... No. Hay que ser consecuente con lo que uno piensa. Si vas por libre, vas por libre. Si vale cero, vale cero. Pero al final pasa como con algunos partidos políticos. Al final es el sistema te absorbe, te come y te engulle y pasas a formar parte de él. Evidentemente, Banksy se ha entregado al sistema que denunciaba, ha entrado en el mercado, y por la puerta grande, además.
–¿Comparte esa idea del arte como activismo y denuncia o debe estar al margen de eso?
–Quien quiera hacer un arte activista y de denuncia, perfecto, porque tiene un medio plástico para hacerlo. El que pinta por una cuestión estética, como puede ser mi caso, que pinto mis vivencias de azotea, la gente por la calle, pinto calles, mi día a día, la gente en un bar, bueno, vale también. Las dos fórmulas son totalmente correctas.
–Ahora parece que lo transgresor es lo bello y vale más la copia que el original ¿por qué un perrito gigante de Jeff Coons hecho con globos anudados, como el de un artesano callejero, vale lo que vale?
–Primero porque Jeff Coons es más artista que el artesano de la esquina. Y después porque Jeff Coons es Jeff Coons y ha llegado a donde está a través del mercado, de una casa de subastas y tiene unos galeristas, unos marchantes y unos compradores. Y los compradores siempre defienden su inversión a muerte, revalorizándola, vendiéndola cada vez más cara.
–¿No nos sobra ya tanto Micky Mouse y tanto Mao en el arte actual?
–Eso ya está todo muy pasado. En los 70 y los 80, el mundo de Wall Street le echó el ojo al arte, porque se cansaron de los inmuebles. A partir de ahí, olvídate: eso es mercado, eso ya no es arte, sino que hay que analizarlo en un contexto económico y de valores que incluso a mi se me escapa. Un coleccionista siempre sabe cuanto vale lo que tiene en su casa, ya sea bonito o feo. Da igual. Se mueven en esos parámetros.
–¿Teme encasillarse como el pintor de las azoteas?
–No, porque la gente que me conoce sabe que pinto otras cosas. Sabe que también pinto a gente, hago retratos, de todo. Y, además, es bonito que te conozcan por algo. Una de las cosas que más orgulloso estoy es de que la gente vea uno de mis cuadros y que me reconozcan en él y digan: ese cuadro es de Cecilio. O que alguien pinte un cuadro a la forma de... y digan ese cuadro es como los de Cecilio. Que lo puede pintar cualquiera, efectivamente, pero estoy muy contento en mi vida de haber podido pintar azoteas sin fijarme en nadie, teniendo un criterio propio. Lo que decía : internet ha hecho muchas cosas buenas, pero también tiene su lado negativo. Yo, a Julián Delgado, a mi compañero de estudio, cuando me quiere enseñar algo en internet le digo: ¡que no! ¡que no quiero ver nada! ¡no quiero contaminarme!
–Sé que hay instituciones que le encargan retratos...
–Sí, concretamente, Zona Franca. Y también particulares. El mundo del retrato es complicado y me interesa lo justo. El que me encargue un retrato sabe que va a ser un retrato de Cecilio Chaves y no de Antonio López ni de Hernán Cortés. Si le gusta mi estilo, que me lo encargue, y si no, que no me lo encargue.
–¿Se ve pintando abstracto?
–De hecho yo también pinto abstracto. Cuando empiezo un cuadro tengo un concepto abstracto de la pintura. Sé lo que voy a pintar. Pero, plásticamente, mis cuadros están compuestos de miniabsractos. Yo tengo una mancha y se empieza a ver, poquito a poco, hasta que se ve. En ese proceso hay abstracción. Intento transmitir a los alumnos y a la gente que le gusta la pintura ese placer de coger el color de la paleta y ponerlo en el cuadro. Que en principio no quiere ser un balcón, sino un color que digo: ¡qué bien queda en el conjunto del cuadro!. Colegas míos me han dicho más de una vez: tú vas a terminar pintando abstracto. Bueno, de momento no. Estoy cada vez más realista, pero con esa base abstracta y pictórica que te digo, de calidades, de texturas, de tonos, de todo eso.
–Julián Delgado y usted son pareja de estudio desde hace muchos años ¿celebran los aniversarios?
–Que va. De hecho, de vez en cuando nos preguntamos: ¿Cuánto tiempo llevamos en el estudio? (ríe) Además, tenemos etapas en las que hablamos poco. Y no es porque estemos enfadados, sino porque cada uno vamos a lo nuestro. Y otras en las que hablamos más y estamos más cercanos. Eso sí, la cervecita no falta. Y eso está muy bien. La verdad es que nos llevamos muy bien. Tenemos nuestro espacio común y nuestros espacios particulares. En Estudio 17 llevaremos entre siete y ocho años, pero ya te digo que no me acuerdo... Y como buena pareja, de vez en cuando discutimos. Pero se nos pasa rápido. ¿Discusiones fuertes?, no, no vale la pena.
–¿Cómo ve el panorama artístico en Cádiz? Me consta que tiene muy buena relación con otros colegas suyos...
–Me llevo bien con todos, no me llevo mal con nadie. Si ha habido un más o un menos, cosas de la vida... Pero no vale la pena ser rencoroso por nada... El panorama artístico local es complicado, porque lo podemos ver de manera global, y ahí entran las instituciones, o de forma individual. Yo hace tiempo que opté por esto último. Es decir, yo no le quiero deber nada a nadie. Voy a lo mío y pinto en Cádiz para el mundo, no para Cádiz. Veo poco panorama artístico. Creo que habría ser un poquito más amplio de miras y potenciar la cultura en Cádiz de una forma general. A mi me encanta el Carnaval y me gusta la Semana Santa. Pero hay algo más que eso. No soy cofradiero, pero como espectáculo audiovisual me gusta la Semana Santa y he pintado sobre ella. Pero la idea del arte tiene que ser exportable e importable a la vez. No debe ser localista. Las instituciones deberían trabajar en eso, en exportar arte gaditano y traer arte de fuera, claro.
–Usted no es partidario de las subvenciones...
–Es que te amarran. Te hacen ser dependiente. Te encierran en un corralito, como pasa en los partidos políticos. Yo soy partidario de las subvenciones privadas para un proyecto privado concreto, en el que yo aporte a cambio una memoria, una exposición... Ahora, ¿subvenciones a fondo perdido? no soy partidario de esto. Hay gente que puede necesitar ayudas porque no les llega para vivir. Pero eso puede pasar en cualquier oficio. Yo puedo decir que nunca he pedido una subvención.
–¿De quién es la última obra de artista local que ha adquirido?
–Tengo dos, que he comprado, que no son intercambios. Una es un abstracto de nuestro amigo Alfonso Barrera. Es un cuadro que me aporta mucho, porque tiene mucho color. Lo tengo en mi salón y cada día estoy más contento de que esté allí. Y la otra es de mi muy buena amiga y fotógrafa, Inés Gontad, una gallega afincada en Chiclana. Con ella tenemos en mente dos proyectos: uno de fotografía para pintores y otro para el mercado relacionado con los productos y la gente de la Plaza. Ella haría los productos y yo a la gente. Además, estoy en Proyecto 10, una idea en la que participan pintores figurativos, realistas e hiperrealistas, que nos hemos unido para reivindicar ese arte que gusta mucho entre la gente común, pero que a las instituciones públicas les cuesta un poquito más. A mi me gusta todo tipo de arte, siempre que sea bueno. De este proyecto ya hay una exposición en Ceuta. Somos unos cien pintores y unas 150 obras. Aparte de todo esto, mi proyecto es pintar mucho. En primavera participo en una colectiva de desnudos, porque también pinto desnudos. Pero el principal proyecto es vivir tranquilo, vivir bien, vivir siendo una buena persona sin hacer daño a nadie y que cada uno lo haga lo mejor que pueda. Porque si para vivir bien tienes que hacer daño a los demás o estar encima de ellos, siempre vigilante, como un policía, mal asunto. Relájate y vive lo mejor que puedas.
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