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El Cerro del Moro de Cádiz: Un ejemplo de cómo desprenderse del estigma

Cádiz, barrio a barrio

En sus años malos no querían entrar ni los taxistas. El barrio se originó desde la necesidad y la emergencia y sus consecuencias le han lastrado toda su historia. El largo proceso de reforma y la implicación vecinal fueron cambiando la fisonomía de un barrio que hoy mira al resto desde el mismo nivel, sin partir desde tres escalones más abajo. Siguen faltando equipamientos y poner fin a las fases de pisos tras 30 años de largo proceso

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El espacio público abierto en el Cerro, con el barrio detrás. En el centro, las obras del edificio que levanta Procasa. / Miguel Gómez

En el Cerro del Moro hoy se construyen pisos por promotoras privadas y se venden sin trabajo alguno. La gente quiere vivir ahí, como en cualquier otro barrio de la ciudad. Está bien situado, conectado, le faltan equipamientos aunque se pueden encontrar alrededor... La gente vive tranquila. Hace solo treinta años, eso era un sueño difícil de creer para su vecindario, cuando ser del Cerro del Moro era un estigma que muchos escondían. La historia no ha sido fácil y el camino ha dejado a muchos atrás, pero hoy el barrio muestra con orgullo lo que es, a pesar de las heridas.

Lola está a punto de cumplir 94 años. Llegó al barrio en el año 60. "Cuando llegué aquí el piso me pareció un palacio", rememora dentro del mismo inmueble que no llega a 50 metros cuadrados. Venía de una habitación de la calle La Palma en casa de su madre, con su marido y su quinto hijo recién nacido. Con tres meses se mudó (en carreta) al Cerro y hoy Antonio –que recuerda de su infancia un burro que se asomaba a una ventana en un piso de lo que llamaban las bóvedas o los arcos– está jubilado. Lola estrenó una casa en el Grupo San Fermín, construida por el sindicato franquista, en la calle Batalla del Callao. El tamaño y los materiales con los que se levantaron aquellos edificios de modo apresurado certificaban el carácter provisional que reflejaba su contrato. Hacían falta casas y rápido tras la debacle de la explosión del 47 y los barracones y chabolas que se derribaron por la ciudad. El problema es que esa casa siga en pie, en las mismas condiciones que se levantó, más de sesenta años después. Y con pocas reformas porque desde hace treinta años está escuchando que el edificio lo van a tirar para renovar gran parte del parque de viviendas del barrio. Un tercio de su vida.

El Cerro del Moro nació desde la emergencia y acumuló muchas necesidades sociales. Una zona que estaba destinada a uso industrial, atravesada por vías férreas que fueron quedando abandonadas a medida que los pisos colonizaban el suelo. Se creó un sustrato hacia la marginalidad que floreció en los años de la droga. Los ochenta y los noventa fueron décadas complicadas para el barrio. Ni los taxistas entraban. Las adicciones y la necesidad invitaban a la delincuencia. Las sobredosis y el Sida hicieron estragos.

Una de las primeras promociones que se derribaron.

Ser del Cerro, vivir en el Cerro o, simplemente ir al Cerro, se convirtió en un estigma que te podía delatar como enganchao, pobre o relacionarte con la prostitución. Mejor pasar de largo. Sin embargo, la convivencia en ese punto negro, aunque había broncas y trapicheos, no era peligrosa “porque te conocían”. A los del barrio no se les toca. Allí se vendía, y por tanto atraía a muchas personas con adicciones y necesidades desde otros puntos de Cádiz y también de fuera. Atraía lo peorcito de cada casa, como suele decirse. Años duros, de aislamiento y exclusión. En el año 1993 se contabilizaron 45 jóvenes del barrio que fallecieron a cuenta de la drogadicción. Había que poner pie en pared.

La reforma del barrio

El proyecto estrella que las administraciones pusieron en marcha para atajar la marginalidad fue la reforma del barrio. Aquellos pisos en los que vivían hacinadas las familias se caían ante la calidad pésima de los materiales utilizados para su construcción. El plan presentado en 1990 preveía el derribo y la construcción de más de medio millar de viviendas en varias fases en un periodo de diez años. Entre 1992 y 2002 el Cerro se vería como nuevo.

Ese milagro no se dio, o todavía no, que aún está en proceso. Se dieron aparentemente otros, como la presencia de un rostro misterioso en la fachada de uno de esos bloques que llevó a la gente en peregrinación. Había aparecido la cara de Cristo. Fue en agosto de 1993 en la calle Batalla del Callao y allí se arromolinaron los devotos con flores, velas y rosarios. El supuesto rostro apareció justo debajo de la ventana de un vecino, que harto de tener a gente haciendo guardia, ni corto ni perezoso pintó la fachada. El rostro volvió a aparecer, porque la humedad en Cádiz es persistente, se avivó la devoción y aquel vecino remató su apuesta picando la pared para que el Cristo se fuera para siempre de su ventana. Aquella visión no aparecería más porque esos bloques fueron de las primeras promociones en caer.

El paisaje del barrio mezcla edificios antiguos y otros ya reconstruidos. / Lourdes de Vicente

Durante los noventa se hicieron las tres primeras fases, la cuarta llegó en 2003 –un año más tarde de la previsión de que estuviera terminado todo el plan–, la quinta en 2005 y hubo que esperar hasta 2012 para ver terminada la sexta. Más de diez años después, la espera para las últimas fases ya roza la desesperanza. Lola, a punto de cumplir sus 94 años, vive en una de esas promociones viejas, en una casa sin reformar porque la van a tirar cualquier día. Se está quedando sorda de oir que seguro que conoce su casa nueva. Los pisos de las calles Batalla del Callao y Trafalgar sobreviven a regañadientes. Muchos mayores han quedado aislados en esos bloques de tres plantas sin ascensor y de escalera angosta.

A la espera (y la esperanza) de que ese proceso termine algún día, el cambio radical del barrio se puede calificar como un éxito. Las condiciones dignas de sus habitantes se une a la transformación del entorno, liderada por el soterramiento de la vía del tren y la desaparición de todas las arterias férreas que circundaban el barrio. Primero un hueco en las vallas de la vía se convirtió en paso para peatones, luego llegaron los túneles para el tráfico que enlazaban con Santo Tomás –en el que el arte urbano se expresó de un modo consuetudinario para enfoscarlo de chicles usados– y las pasarelas peatonales, y finalmente el soterramiento de las vías con la avenida de la Sanidad Pública que conocemos hoy.

Falta de equipamientos

El Cerro del Moro nunca tuvo colegio propio, centro de salud o instalaciones deportivas. Todo le viene cerca, pero hay que salir del barrio. El comercio del interior, antes y ahora, se limita a algunas tiendas de alimentación básica. Alguna flor emprendedora nació en Alcalde Blázquez. Será en sus zonas limítrofes, como la avenida Lacave, donde comience la diversidad comercial. Tan solo unos metros más allá, La Curva está llena de tiendas. Los bares también se extienden por los contornos. Y así pasará con los equipamientos mencionados antes (el colegio Adolfo de Castro, el complejo Manuel Irigoyen, el centro de salud que comparte con Loreto y Puntales, el mercado, ahora incluso con residencia de mayores.)

El Cerro estaba rodeado de vías de ferrocarril. / Bernet

En el Cerro no cabía nada. Ni siquiera la iglesia cuenta con un edificio propio. Las plazas se han limitado a una fracción de Alcalde Blázquez, que ha funcionado como la ‘avenida principal’. Hace años, esa plazoleta se dividía en dos trozos diferenciados por un arriate, uno para sentarse al fresco las personas mayores, el otro para que jugasen los niños (en un acuerdo nunca escrito pero por todos conocido).

Actualmente la gente del barrio ya no usa ‘las ollas’, esos bancos circulares que han sido ocupados por los supervivientes de la oscuridad. Los pisos nuevos tienen zonas comunes amplias con espacio para que jueguen los más peques. La zona principal de esparcimiento se ha mudado de Alcalde Blázquez al parquecito nuevo en la esquina que une la Avenida Marconi y Valencia. Juegos infantiles, césped, banquitos, un bar con su terracita completan la zona de ocio donde en su día estuvo la Huerta María, un almacén donde comprar productos frescos, con gallinas y vaca para obtener leche recién ordeñada.

Una pancarta reivindica la séptima fase en uno de los bloques pendientes de renovación. / Miguel Gómez

Justo enfrente, adosado a los grupos de La marina, Procasa está construyendo un edificio de ‘cohousing’ –habitaciones con zonas comunes– para dar cobijo a personas y familias con necesidades habitacionales inmediatas y de modo temporal.

Un barrio que ofrece nuevas oportunidades, porque ahora, tras un cambio radical que está más cerca de culminar, en el Cerro se vive como en cualquier otro sitio de la ciudad, con problemas similares al vecino.

Lo mejor

El cambio es posible

El barrio ha demostrado que se puede salir de una situación social tan complicada. No ha sido fácil. Han remado a contracorriente durante muchos años, luchando contra los estigmas, contra las adicciones y las consecuencias dejadas por años en los que la droga manchaba todo en ese lugar. Partiendo desde las profundidades, desde las necesidades sociales, el activismo vecinal ha sido capaz de darle la vuelta. Cerromarcha, Cerrojoven, Cerrobarrio, Educadores, muchas han sido las iniciativas impulsadas por las familias del barrio para darle más oportunidades a los jóvenes, que no se sintieran deshauciados por la situación social que vivían a su alrededor. Hoy miran orgullosos por el retrovisor, porque el cambio ha llegado.

La calle Alcalde Blázquez con 'las ollas' en primer término. / Miguel Gómez

Lo peor

Fases que no llegan

El plan para renovar la mayoría de bloques de viviendas del barrio está muy adelantado. Esto sería una gran noticia si no fuese porque comenzó hace más de treinta años y aún no se ha terminado. Los retrasos, la falta de financiación, los bloqueos entre administraciones gobernadas por distinto color político, la burocracia, las crisis vividas en todo este tiempo, todo se ha conjurado para que este plan anunciado en 1990 aún no haya visto la luz al final del túnel. Un proyecto ambicioso, sí, capaz de ayudar a cambiar una realidad difícil, o que la realidad vaya cambiando a la par. La cuestión es que aún la séptima fase está en trámites, los bloques se caen a pedazos y hay muchas familias que llevan años esperando una resolución.

Las claves del barrio

Lucha vecinal

Amigas al Sur es una organización que continúa con asambleas de barrio impulsando la actividad vecinal y la participación de los jóvenes. Destacan la función que las madres hacen también junto al Adolfo de Castro. Llevan quince años haciendo la labor de un comedor social, pero ya antes habían encaminado sus inquietudes hacia el apoyo vecinal. Le dan de comer a entre 90 y 150 personas, pero del barrio serán solo entre 10 y 12 familias actualmente. Cogen el testigo de aquellas madres que lucharon en la época oscura, con valores solidarios transmitidos y la sabiduría de la experiencia para “salir como leonas” para que no vuelva a ocurrir.

Cambio de plaza

Si la plaza del Cerro del Moro estaba en Alcalde Blázquez, ahora la zona para sentarse al fresco y que los niños jueguen se ha desplazado unos metros, hacia la esquina de la Avenida Marconi, Valencia y la Sanidad Pública. Un espacio más abierto y verde.

El desarrollo de los nuevos proyectos

La torre que construye Abu en los antiguos depósitos de Tabacalera, la Ciudad de la Justicia proyectada y el nuevo hospital en los terrenos de CASA deben cambiar por completo las oportunidades del barrio para crecer en todos los aspectos.

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