Chile cumple 200

Entre el temblor y la esperanza, el país andino celebró ayer el Bicentenario del inicio del proceso de independencia

El espectáculo de fuegos artificiales con el que Valparaíso celebró ayer el inicio del Bicentenario.
Enrique Alcina / Cádiz

19 de septiembre 2010 - 01:00

Chile celebró ayer su Bicentenario, entre los ecos del temblor y la esperanza de un país espigado y angosto que este año ha sufrido dos reveses, el terremoto seguido de tsunami y el accidente de los mineros, que marcan el devenir de unas Fiestas Patrias diferentes. Empanada de sensaciones encontradas. La reconstrucción permanente del prometedor rincón andino, pura fortaleza mental, ejemplo de transición democrática, el fin del mundo, al sur de los deseos de emancipación de la América de las alturas y del sol luminoso. La linda Valparaíso, la joya del Pacífico, como no podía ser menos, acogió anoche una función espectacular de fuegos artificiales, pirotecnia musical de costa a costa, hasta la playa de Viña del Mar, a los sones de los Jaivas o Violeta Parra. Chile da gracias a la vida, doscientos años del inicio del proceso de independencia de la querida y a veces cruel Madre Patria. Santiago se puebla de fondas, una especie de casetas de feria de enormes dimensiones, donde reina el baile de la cueca, corre el extraordinario vino chileno y cuentan historias de libertad.

En este especial 18 de septiembre, aviones de las Fuerzas Armadas arrojaron marcadores de libros, que es como arrojar luz, a lo largo y ancho de las quince regiones que componen el país, símbolos de cultura alrededor de las plazas de armas. Los treinta y tres mineros, cuya imagen ha recorrido el mundo, izaron su particular bandera a las doce del mediodía. Y en los exteriores del Palacio de la Moneda se proyectó la historia chilena para niños y mayores, en enormes pantallas. El país tan proclive al amor propio, ha agotado todas las banderas, como ya ocurrió tras el terrible terremoto de febrero, durante el Mundial de fútbol, al abrigo del accidente minero y ahora por mor de un Bicentenario más mítico que real. La información oficial admite que Chile emprendió su cruento camino a la independencia al año siguiente, en 1811, cuando O'Higgins, hijo de un militar de origen irlandés, Ambrosio O'Higgins, que trabajó para la Corona española, llegando a ser Virrey del Perú.

El libertador de Chile, Bernardo O'Higgins, visitó Cádiz en su primer viaje a Europa. Un viaje de instrucción que le cambió la vida. Bernardo se contagió en Cádiz de la fiebre amarilla que asoló esta tierra en el verano de 1800, y en Londres se contagió del espíritu liberal influido por la Revolución Francesa y la Independencia de Estados Unidos. Toda la culpa, como ya se sabe, la tuvo Napoleón Bonaparte, lo dicen hasta los chilenos en los papeles oficiales, aunque apenas admiten consecuencias de la breve pero entrañable Pepa gaditana. Estos días, Cádiz y la Constitución del Doce no suenan en Chile, qué le vamos a hacer. Se acuerdan más de las castas de Fernando VII, aunque la historia confiesa los efectos positivos que causaron las ideas revolucionarias que Cádiz tuvo como huéspedes dos siglos atrás. En Chile existe una curiosa relación de amor y odio con España. Los conquistadores de ahora llevan nombre de multinacionales. Y las empanadas, carne y cebolla a tutiplén, las hay también de queso y de cariño mutuo Las empanadas chilenas no tienen rival, aunque proceden remotamente de España, claro está. Si en Santiago saben a independencia, en Cádiz las empanadas se ajustan más al gusto local, basta con probar las empanadas chilenas de Cádiz.

De vuelta a Valparaíso, patrimonio de la Humanidad, otro Cádiz con otros colores y hechuras. Anoche se iluminó el cielo, un rumor recorrió los cerros, los aires bohemios y ultramarinos de la ciudad tomaron la suerte del sube y baja por sus ancestrales ascensores y lanzaron cinco mil bombas de artificio desde los barcos. Una manera de arrojar más luz a la historia, al tiempo que lugareños y visitantes pueden conocer los entresijos de doscientos años de Chile a través de las máquinas del tiempo, dos trolebuses de la época que representan cien años cada uno de ellos. Actores, animadores y ciudadanos de a pie, convertidos en protagonistas de su pasado, viajan al corazón de la libertad.

Sangre criolla, educación europea, un barco con destino a Cádiz. O'Higgins, el libertador, fue recibido en Cádiz por Nicolás de la Cruz, amigo de su padre. Hay constancia de ello en las cartas que el joven Bernardo enviaba a su familia, que comenzó a preocuparse cuando su vástago adoptó ideas revolucionarias, ya en Londres, el chaval se desmandó y a la vuelta tornó la historia del hermoso rincón del mundo, a un lado la cordillera, al otro lado el mar, la mar. Por cierto, en la fantástica casa de Pablo Neruda al borde del océano Pacífico, Isla Negra, amén de barcos a escala, escritos y objetos de toda clase y condición, el poeta alumbra una habitación con el nombre de Rafael Alberti, otra historia de libertad aún por contar.

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