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Condiciones de vida inhumanas en el barrio de la Viña

La APDHA y la asociación Mujeres de Acero muestran el problema de la infravivienda a partir de dos fincas de las calles Paco Alba y República Dominicana

Francisca Gil, de 90 años, lava la ropa a mano en una pileta situada en el corredor de la finca de la calle Paco Alba, 4.
Rafa Burgal Cádiz

22 de mayo 2014 - 01:00

El barrio de la Viña, más allá del tipismo, el Carnaval y el verano, esconde entre sus muros uno de los mayores problemas que se da en el centro de Cádiz. Con un parque de viviendas envejecido y descuidado, la infravivienda es una tónica habitual en pleno siglo XXI. Lo que parece una estampa de otras épocas se sigue repitiendo en multitud de fincas. Los puntales, las grietas o la humedad se unen provocando unas condiciones de habitabilidad inhumanas e indignas. De hecho, imágenes que parecían olvidadas, como la del baño comunitario, se repiten mucho más de lo que se piensa.

El abandono por parte de los propietarios y las administraciones se torna preocupante para unos inquilinos que por recuerdos sentimentales o por causas económicas, al tener un contrato de renta antigua, se resisten a abandonar sus casas.

La Asociación Pro Derechos de Andalucía (APDHA) y la Asociación Mujeres de Acero del Barrio de la Viña mostraron ayer dos ejemplos de la infravivienda existentes en esta zona del casco histórico de la treintena de casos que tiene contabilizados la entidad viñera entre fincas cerradas, apuntaladas, con riesgo de derrumbe, deshabitadas o solares sin ningún uso previsto.

El primero de los inmuebles está en la calle Paco Alba, 4. En ella conviven cuatro vecinos, tres dentro del edificio y uno en la accesoria. Fuera, los dos colectivos denunciaban con un cartel la situación de esta casa que rezaba: "Esta finca no reúne las condiciones dignas para vivir. Junta y Ayuntamiento no hacen nada. ¡Solución ya!". Irónicamente, del portón de entrada colgaba la propaganda electoral que llena las calles de cara a las elecciones europeas.

Nada más entrar al patio de la finca, lo primero que llama la atención son los puntales que sostienen todo el corredor de la primera planta. En ella habita Francisca Gil, de 90 años, que lleva 69 años viviendo allí y más de ocho sin poder salir a la calle tras una operación de cadera. Su casa está dividida en varias estancias separadas. En la principal, tiene su dormitorio, presidido por una gran grieta que asoma tras el ropero, un pequeño salón y un aseo formado por un lavabo y un bidé que no tienen agua corriente.

En otra habitación se encuentra la cocina, mientras que el váter está en una estancia separada, así como el fregadero. Por todo esto, Francisca cuenta que paga "unas 20.000 pesetas de las antiguas -120 euros-".

El principal problema está en que no tiene una ducha con la que asearse. Para ello, tiene llenar una bañerita de agua que tiene que calentar para poder lavarse dentro del pequeño aseo. "Para hacerlo tengo que poner aquí la bañera -señalando al cuarto de baño-, me agarro a la puerta, me agacho y me lavo", explica. Ante esto, su petición es muy simple: "Yo quiero lavarme bien. No tengo ni agua caliente, ni salidero, ni nada. Le he dicho al dueño que me ponga una placa ducha y me ha dicho que la ponga yo o que la pague con los recibos".

Para colmo, Francisca tiene que lavar a mano su ropa en una pileta que se encuentra en el corredor. "Ahora lo que tengo son dos jerseys para lavar. Yo es que me visto mucho de limpio", asegura.

En la segunda planta vive Ángela Doblas junto a su marido, su hija separada y su nieto. Tras 44 años en el inmueble, pone una fecha clara al comienzo de los males de la casa: "Los problemas llegaron en 1997 cuando tiraron la 'casa de la Parra', que da para los Callejones. Se abrió una grieta en la escalera y empezaron a salir por todo el edificio". A partir de ahí, señala que los techos de la casa se están hundiendo, lo que ha provocado que "las puertas no se puedan cerrar".

Con una renta antigua de 27 euros mensuales, que "al principio era 1.000 pesetas cuando la gente pagaba 200 pesetas por el alquiler", apunta que ya hay varias denuncias ante el Ayuntamiento, lugar donde tienen que pagar el alquiler, y apunta directamente al propietario Enrique Arroyo. "Empezaron las multas en abril del año pasado y hasta que no lleguen a un número de multas no pueden hacer nada", relata Ángela.

Y si no basta con las grietas, a ellas se suman visitas indeseables. "He visto ratas de a kilo y mayores. ¿Qué voy a hacer si ya estoy acostumbrada? Mi marido ha matado ratas en la casa. Además, las cucarachas también suben hasta arriba", comenta con naturalidad.

La situación en la finca de República Dominicana, 11 no es muy diferente a la de Paco Alba, 4. Las macetas colgadas en las paredes y las cañas en los balcones de esta calle disfrazan la realidad de esta casa. Paredes de ladrillos descubiertas, baños comunitarios o la humedad son las principales taras de este edificio, en la que conviven siete vecinos.

En el patio interior bajo tiene parte de su vivienda Antonio Rivas, que vive junto a su madre Ana, sus dos hermanos, sus dos hijos y su nieto. Se reparten en tres estancias diferentes, por las que pagan 240 euros mensuales. La principal es una casa con un salón, tres habitaciones que cuentan con la única ventilación de unas pequeñas rejas que dan al patio, un aseo con una placa ducha y una cocina en la que los azulejos ya han jugado más de una mala pasada. "Friendo papas se me cayó un azulejo en la sartén. Cualquier día sale la cocina ardiendo", afirma.

Junto a esta vivienda hay una habitación contigua, mientras que en la primera planta tiene otro piso con un salón, una cocina y dos habitaciones. En una de ellas, la presencia de la humedad es más notable. "Aquí hace más frío que en el resto de la casa y la luz tarda más en llegar, por eso mi hija duerme en el otro cuarto con mi nieto", comenta Antonia.

El remate de la casa es un váter comunitario que no se puede utilizar al estar atascado. "Mi salón de arriba es muy lindo, pero para qué lo quiero si no tengo váter. Antes teníamos en el pasillo una pileta y utilizábamos una escupidera, pero nos la han quitado y nos han puesto una torta de cemento", denuncia.

Una estampa habitual en la casa es la de las ratas, que, como explica Antonia, "se sienten debajo del baño del bajo, que está hueco, y se las escucha hasta chillar".

A la finca han acudido ya técnicos municipales para revisar su estado, pero, tal como dice Antonia, "nos aseguran que no está en ruina, pero que le hace falta un buen arreglo".

En la segunda planta tiene su piso María Ramírez, jubilada tras trabajar como pinche en el hospital Puerta del Mar y que hace ocho años decidió marcharse con su hermana a la barriada de la Paz al no poder aguantar las duras condiciones de vida. Su piso solo está compuesto por un salón-cocina y un dormitorio mantenidos en las mejores condiciones posibles. Sin embargo, tampoco dispone de un cuarto de baño, teniendo únicamente un váter inutilizado al no tener agua en un pequeño habitáculo en el que la higiene brilla por su ausencia por la acción de los gatos callejeros. "Mi madre vivió aquí desde los ocho años y yo nací en la casa", argumenta María como motivo para no dejar la renta antigua por la que paga 20 euros.

María considera suficiente para ella, que es soltera, el poco espacio que tiene como vivienda, pero es indispensable disponer de un cuarto de baño para poder volver a vivir allí. "El dueño que me lo iba a hacer", asegura María. Pero su petición, al igual que la de Antonio, no ha llegado a buen puerto.

Tampoco resulta edificante el entorno de esta segunda planta, tal como se afana en enseñar Antonia, con dos viviendas vacías con las puertas abiertas en las que se acumulan la basura y muebles de anteriores vecinos. Una muestra del abandono de la finca al que están sometidos los vecinos y ante el que ni los propietarios ni las administraciones consiguen dar una solución. Unas condiciones indignas propias de otra época.

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