Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El tocadiscos
Coronavirus en Cádiz
La OMS designó el 12 de mayo como el Día Internacional de la Enfermería. Claro está que no todos los 12 de mayo los profesionales sanitarios se enfrentan a una pandemia que afecta a millones de personas en todo el mundo y provoca centenares de miles de muertos. Quizá por eso el día de ayer fue más especial para enfermeras y enfermeros, para personas con una gran vocación de servicio que eligieron su profesión precisamente para sentir la cercanía del enfermo, del paciente, del que estará agradecido de por vida tras volver a casa y también del humano consciente que está a punto de caer el telón y apagarse la luz. Con varios de estos profesionales ha hablado Diario de Cádiz para conocer sus motivaciones, sus vocaciones, ilusiones, sus días buenos y sus días no tan buenos. Porque cuando esto pase y los dibujos de héroes pierdan sus colores brillantes ellos seguirán ahí. Cuidando de la gente. Como siempre.
Antonio Guijón trabaja en la planta octava del Puerta del Mar. Territorio comanche durante la pandemia. Antonio, hijo de un guardia civil que tuvo que esforzarse para pagarle la carrera, jugaba al fútbol y estudiaba. “Lo mío fue una vocación tardía, casi dirigida por mi padre al principio. Yo quería hacer historia, pero como también jugaba al fútbol (llegó a hacerlo en Segunda B con el Atlético Sanluqueño) mi padre me aconsejó que fuera una carrera corta y que pudiera hacer en Cádiz. La idea me convenció y cuando comencé con las prácticas me enamoré de mi profesión. Te sientes útil, la gente es muy agradecida. Tengo una gran ilusión por lo que hago. Es muy bonito ver la cara de los pacientes cuando se van de alta, como se alegran de verte por la calle, lo orgulloso que se siente mi padre cuando alguien le habla bien de su hijo, por mi manera de ser. Es muy triste también cuando pierdes a pacientes, pero consolar a gente que está sola es muy hermoso”.
Antes de llegar al Puerta del Mar, Antonio estuvo en la unidad de hematología en Jerez. “Allí tuve que ver cómo había niños que no superaban un trasplante. Y es duro. Pero me encanta mi trabajo, cuido a los enfermos como a mí me gustarían que hicieran conmigo o con mis seres queridos. Eso es importante”.
Antonio es uno de los enfermeros que se contagió por coronavirus en el Puerta del Mar. “Ya lo he pasado y estoy bien. Los resultados han sido negativos y estoy inmunizado, si es que alguien puede estar inmunizado del virus este. Así que el jueves me incorporo y estoy como loco por volver. Es mi vida”.
María Luisa Pardo, Chispi para los amigos, lleva 11 años en cuidados paliativos, muy cerca de la muerte, lo que le hace valorar más la vida. Quizá por eso sonríe tanto. La presencia de la Parca, lejos de asustarla o entristecerla, le hace sacar lo mejor de sí en su profesión. A la que llegó gracias a la literatura. “Yo quería ser muchas cosas de pequeña, bombero, profesora, arqueóloga como Indiana Jones… pero mi padre era un médico frustrado y le encantaba la literatura médica, novelas de Robin Cook, cosas así. Leyéndolas me di cuenta del alto grado de altruismo de esas personas, su vocación de servicio. Además, tuve una profesora en COU, Emi, que terminó de meterme la vocación. Necesitaba ayudar. No quería hacer medicina porque quería tener más cercanía con la gente, y dentro de la sanidad la persona más cercana al paciente somos las enfermeras. Ellos te dan mucho más que tú a ellos. Es un privilegio tratar a pacientes en situación de fragilidad. He estado 11 años en paliativos y es una parte muy bonita. Cuando muchos piensan que no se puede hacer nada por esa persona que se está yendo es cuando más se puede hacer”.
Chispi afirma que para ella el momento más duro no es la cercanía de la muerte sino “ese instante en que te dan un mal diagnóstico. Cuando estás al lado de alguien que tiene un pequeño dolorcito y piensa que le van a decir que es una chorrada y resulta que no lo es. Eso es muy duro. Luego la gente se va resignando. Lo acepta”.
Tras 26 años trabajando como enfermera afirma que cada día vuelve a casa “sintiéndome realizada. A veces me pregunto cómo me pueden pagar por hacer esto que tanto me gusta. Porque lo que yo vivo cada día no lo experimenta mucha gente. Además por nuestras experiencias aprendes a relativizar todo mucho más, a valorar lo importante”.
Ana García trabaja en las urgencias del Puerta del Mar. “Yo vengo de una familia en la que no hay ningún sanitario, pero sí ha habido siempre un espíritu de ayudar, una familia tremendamente matriarcal, algo que tiene en común con la enfermería, y siempre he visto en mi madre, mi abuela, mis tías, una red de cuidados que era lo que mantenía a la familia. Quizá parte de mi vocación venga de ahí. No tuve muy claro desde el principio hacer enfermería, sí que sabía que quería algo que tuviera contacto con las personas y que al final pudiera ser un aporte para ellas. Además es que en aquellos momentos la nota que se pedía era bastante alta. Yo no fui una estudiante brillante pero siendo una buena estudiante pude optar a ello. Estudié en Sevilla y en la escuela de Ciencias de la Salud se respiraba un ambiente sanitario que no conocía y que me gustó desde el primer curso. Y más me gustó cuando empecé a hacer las prácticas. Ya entonces me decantaba por la pediatría y la enfermería de batalla, que me ha traído hasta donde estoy, también me atraía. Mi curso fue muy guerrero del que han salido enfermeros que están en puestos de gestión a nivel de la Junta de Andalucía y siempre hubo un nivel bastante alto. Eso me permitió tener aspiraciones y una visión de la enfermería más global. Entonces pensé que no sólo eran cuidados sino que también había que formar a la gente, que había que gestionar la enfermería desde puestos de relevancia y la investigación, que a mí me da la impresión que no nos inculcaron mucho, algo tan importante ahora”.
Nada más acabar la carrera a Ana le llegó su primer contrato. “Era algo que también quería. Independizarme lo más pronto posible y una vez que salí de Olvera ya no volví a casa de mis padres salvo en una época puntual. Empecé en Sevilla, en Osuna, me trataron como una reina y el trabajo en un pueblo relativamente pequeño me permitió ver que la enfermería no va sola, sino que es muy importante la labor de las familias. Tras varios contratos me vine al hospital de Villamartín, estuve años allí con el Grupo Pascual, y hicimos un gran grupo de trabajo y de amigas. Seguimos en contacto. Para mí fue fundamental el ejemplo de mi supervisora Ana, que es un modelo de enfermera que no tira nunca la toalla. De ella aprendí mucho”.
“A día de hoy, ya con la experiencia que tenemos, no sé si volvería a tomar este camino, no por el objetivo que tiene la propia profesión sino por lo abandonados que estamos a todos los niveles, y en una situación como la que vivimos actualmente se ha puesto más de manifiesto que nunca. Somos el eslabón que nunca es prescindible pero sí que soportamos toda la carga, y casi nunca es una carga de agradecimiento, de entrega, de estar ahí por parte de las administraciones sino todo lo contrario. Estamos muy solos y muy abandonados. Estoy orgullosa de toda la trayectoria que he tenido, que ha sido muy modesta, pero también desilusionada por cómo se trata a la enfermería desde las administraciones y sobre todo desde el máximo órgano de gestión que es el Ministerio de Sanidad”.
Gonzalo de Miguel es enfermero desde hace 28 años y los últimos 16 trabaja en urgencias y emergencias extrahospitalarias. “Mi vocación era haber sido futbolista profesional, pero como no pudo ser estudié enfermería por consejo de mi padre, que es médico, y desde el primer momento me encantó esta profesión. Me siento muy orgulloso de ella. Creo que los enfermeros tenemos un espíritu muy optimista, muy positivo, alegre, luchador, somos gente humilde, y eso nos ayuda a llevar nuestro trabajo adelante, y más en situaciones tan duras como la actual”.
Gonzalo reconoce que lo que más le gusta de su profesión, “aparte de los amigos que he conocido, lo más importante, a lo que más jugo le saco, es poder sentir que soy útil a la sociedad, que puedo servir a la gente, eso es lo mejor que nos llevamos los sanitarios y concretamente los enfermeros”.
Natalia Silva ha vuelto a ejercer su profesión tras unos años alejada de los hospitales. “Siempre quise trabajar en sanidad, ahora con la perspectiva me alegro de haber elegido esta profesión por la cercanía al paciente y a sus familiares, acompañando, cuidando y ayudando en todas las etapas de su vida. A pesar de ser los grandes desconocidos de la sociedad, con sueldos y condiciones de trabajo precarias e infra representadas donde se toman las decisiones. Todavía necesitamos que se conozca nuestro trabajo y se nos reconozca como profesionales”, dice.
Natalia empezó trabajando en los hospitales Pascual, concretamente en San Rafael. “Empecé trabajando en San Rafael, con una carga de trabajo tremenda y unos compañeros inolvidables. Éramos muy jóvenes y nos comíamos el mundo, allí aprendí mucho de la profesión y de compañerismo. Luego la vida me entretuvo unos años fuera de la profesión, pero me quedaba la espinita y el año pasado decidí volver, ahora lo pienso y me alegro de haber tomado esa decisión, estamos viviendo momentos duros, con unas condiciones de trabajo incómodas, pero si miro atrás, sabiendo lo que sé hoy, lo volvería a hacer, creo que volver a trabajar de enfermera es una de las mejores decisiones que he tomado. He tenido que volver a formarme y reciclar mis conocimientos, pero es que la formación y el reciclaje están siempre ahí, la ciencia avanza y nosotros tenemos que hacerlo con ella”.
Emilio Rodríguez es enfermero de quirófano. “Soy enfermero por vocación, desde chico lo tenía en mente, quizá sería porque las hermanas de mi madre también son enfermeras y lo veía cuando venían a casa y me llamaba la atención escucharlas. Lo que más me gusta de mi profesión es el paciente, cuidarlos, es el centro de todo, lo que da sentido”.
Emilio es enfermero del quirófano de cirugía cardiaca y reconoce que cuando alguien necesita una operación “entra en mi quirófano con mucho miedo. Impresiona mucho y el paciente sabe que son intervenciones de alto riesgo de las que puedes no salir. Entonces, cuando entra, yo como enfermero me presento con mi nombre y lo intento distraer, le hago preguntas personales y también de seguridad, si tiene alergias y otras cosas que a la vez que lo distraen te permite hacer tu trabajo hasta que llega la anestesia”.
Para Emilio los peores momentos de su profesión “son esos en que se nos va un paciente. Nadie piensa que se te puede morir un paciente en una intervención, pero mis intervenciones son a vida o muerte y cuando se te muere un paciente, gracias a Dios son las menos veces, resulta muy duro, porque la familia está fuera esperando y se pasa muy mal”.
Por último, sobre cómo está afectando la crisis del covid, reconoce que “en casa se dan situaciones complicadas, porque mi mujer también es enfermera, y son situaciones en las que tanto ella como yo lo pasamos mal, yo menos, porque ella tiene más trato con el paciente covid, de hecho ella estaba en una unidad de diagnóstico de covid. Es difícil el tema de los niños, los turnos, compatibilizarlo todo ahora que no tienen colegio, son situaciones de estrés. Además ahora no podemos contar con nuestros padres, porque son mayores, son personas de riesgo, entonces mandar a los niños, que pueden ser asintomáticos y que pueden contagiar a mis padres o a mi suegra, no es posible, tenemos que estar haciendo malabarismos para poder ir a trabajar, no faltar, y cuidar a los niños, porque son tres niños pequeños y sin colegio es más complicado”.
Cristina Martínez, enfermera de trauma del hospital de Jerez, dice que se hizo enfermera “por vocación, siempre quise serlo desde el instituto, me gusta ayudar y cuidar a las personas, en los peores momentos que se pueden encontrar tanto los pacientes como los familiares, nosotros somos su apoyo y ven en nosotros un poco de salida, ya sea acompañándolos en los momentos más duros, cuidándolos en los momentos que menos pueden cuidarse por ellos mismos o informándoles sobre su desconocimiento. Lo que menos me gusta de la profesión es que somos el último eslabón de la cadena y eso llega a molestar”.
Rafi Valverde asegura que estudió enfermería “por vocación, recuerdo cuando era pequeña que siempre jugaba a serlo, me encantaba curar a mis muñecas y a mis primas, cuando jugábamos ahí estaba yo para ponerles una tirita o un vendaje. Sentía impotencia cuando alguien de la familia se ponía malo y yo no podía hacer nada para sanarlo, quizás fue ese cúmulo de sensaciones lo que me empujó a serlo. Mi profesión me encanta y todos los días en mi trabajo intento dar lo mejor de mí. Hay veces, la mayoría, que es muy gratificante, cuando ves que los pacientes salen adelante y se van de alta, sin embargo también tiene sus sinsabores, sobre todo cuando sabes que no hay solución y que la vida de algunos de ellos se acaba. Lo estamos viviendo día a día, sobre todo con esta pandemia”.
Rafi afirma que “miedo por lo acontecido no tengo, solo mucha preocupación cuando llego a casa y sé de donde vengo y veo a mi familia, solo por ellos, porque puedo contagiarles algo. Lo único que me encantaría es que esta profesión y nuestro trabajo fuesen reconocidos siempre y no solo en tiempos de pandemia”, concluye.
Susana Ruiz lo tuvo claro desde siempre. “Desde que tengo uso de razón siempre he querido ser enfermera. Me gustaba ayudar y cuidar a los demás desde pequeña. Siempre jugaba cuidando a las muñecas y cuando me presenté a selectividad y saqué la nota sólo puse la carrera de enfermería porque no quería hacer otra cosa. Lo tenía claro. Me siento muy orgullosa de ser enfermera y si tuviera que volver a escoger haría lo mismo. La satisfacción que siento cuando una persona se cura no se puede describir. Es una felicidad plena”, afirma.
Susana incluso tiene su lema. “Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Si no puedes aliviar, consuela. Y si no puedes consolar, acompaña”.
Juan Meléndez siempre quiso ser enfermero. “Desde pequeño estuve preocupado por el bienestar de las personas. Encaminé mis estudios hacia ello y llevo 25 años ejerciendo la profesión. Al principio fue difícil, durante años estuve con contrarios precarios, de un día, de fines de semana, noches… de hecho por esa causa trabajé en muchos sitios y he conocido a muchos compañeros. Mi carrera se encaminó hacia las urgencias, de hecho llevo 21 años en ella y actualmente trabajo en la UCI Móvil DCCU de Cádiz. Cada día estoy más enamorado de mi profesión, aunque el día a día es complicado porque tratamos a pacientes muy delicados de salud. Enfermedades como infartos, ictus, accidentes de tráfico e incluso acompañando a pacientes en sus últimas horas de vida”.
Juan reconoce que estos últimos meses “han sido muy duros, preocupados por el covid-19, trabajar con estrictas medidas de protección, para evitar infectar y ser infectados, pero siempre pensando en la salud y bienestar de los pacientes. Si volviera a nacer sin dudarlo un segundo volvería a ser enfermero, porque esta profesión la llevo en el corazón”.
Inés es enfermera de la unidad de Urología-Otorrino del Clínico de Puerto Real. “Las paradojas de la vida han hecho que sea precisamente este año, año de pandemia, el que la OMS haya aprobado que sea el año de la enfermería. Un año que está siendo difícil, duro por el trabajo físico y el psíquico. Ahora no es momento para celebrar, sino para dar lo mejor de nosotras. Y una vez que esto pase y volvamos a la normalidad, sí creo que debería ser momento de reconocimiento, de homenajes y de colocarnos en el lugar que debemos estar”.
Isabel Nogueroles es enfermera supervisora de infecciosos. “Tengo la suerte de dedicarme a lo que me gusta, a lo que decidí ser desde siempre. Estoy convencida que no se aprende a ser enfermera, no es algo que se consiga con un título, con aprender técnicas o procedimientos, es mucho más. Esa chispa es la cuestión”, dice. Reconoce, eso sí, que “todo es mejorable. La sanidad lo es, nuestro hospital, mi unidad pero… no puedo evitar decir que la calidad humana que tenemos en la enfermería es difícil de mejorar. En estos días he visto profesionales volcados en su trabajo, entrando en habitaciones sin EPI, no porque no tuviéramos, sino porque no había tiempo de ponérselo si se quería salvar la vida de alguien, llorar por un paciente fallecido sin compañía de sus familiares, lidiar con el miedo de volver a casa, sufrir por haberse contagiado y desear volver para ayudar… Necesitaría muchas páginas para contarlo todo”.
“Soy supervisora de la unidad de infecciosos desde hace cinco años. No es fácil gestionar, liderar, apoyar… en este momento se hace más difícil pero es mucha, muchísima la satisfacción que siento por mi profesión y, ni que decir, por todos sus profesionales. Vale la pena el tiempo que se dedica, las fuerzas, la ilusión, la pena y los llantos, incluso la decepciones cuando un paciente se va de alta a casa o se duerme para siempre en paz. ¡¡¡Bendita profesión!!! Gracias y feliz día de la enfermería a todos”.
José Luis Avecilla es enfermero del 061. “Yo me metí en la enfermería por pasión. Me encanta ayudar, me encanta tratar con la gente, implicarme. Trabajando en la UCI estábamos haciendo contratos de estos de renovación y apareció un día que había un servicio como de UCI pero que iba a los sitios, a domicilio, a los accidentes de tráfico, así que me dije, si yo soy de los que ven un accidente y se baja a ayudar gratis, si encima me van a pagar, ahí tengo que estar yo. Y así fue como empezamos”.
Temas relacionados
También te puede interesar
Lo último
6 Comentarios