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Cuarteroni; pescador de perlas y de almas

Historias de Cádiz

La increíble vida del marino y sacerdote gaditano Carlos Cuarteroni Fernández l Prefecto apostólico de las islas de Labuán y Borneo l Inspiró la figura de Sandokán, de Salgari

Lápida de Cuarteroni en su casa natal
José María Otero

23 de abril 2022 - 17:41

En marzo de 1880 regresaba a Cádiz, enfermo y agotado, el sacerdote Carlos Cuarteroni Fernández. Dos días más tarde fallecía en el mismo domicilio que le había visto nacer, en la antigua calle del Carbón, en la actual esquina de la calle Cristóbal Colón con Canalejas. Los gaditanos conocieron entonces, a través de la prensa local, la fabulosa vida de su paisano, digna de una novela o de una película de aventuras. Un hombre que había pasado de buscar perlas en los mares del Sur a sacerdote y redentor de cautivos.

La profesora Alicia Castellanos, investigadora y autora de un libro sobre Cuarteroni, estima que la figura de este singular gaditano pudo inspirar a Emilio Salgari para su personaje de Sandokán, el aventurero protagonista de numerosas novelas y películas. Barrios Sevillano también publicó en 1923, en Diario de Cádiz, unas notas sobre la vida de este curioso sacerdote.

Carlos Cuarteroni

Cuarteroni había nacido en nuestra ciudad en septiembre de 1816. Con apenas trece años embarcó con rumbo a Filipinas iniciando así una brillante carrera en la Marina Mercante, siendo capitán de varios buques. En 1842, con apenas 26 años, dejó el mando de la fragata Bella Vascongada y compró con su propio peculio la goleta Mártires de Tong King. Con 27 tripulantes, Cuarteroni se dedicó a la búsqueda de perlas y carey por los mares de Oceanía y a seguir el rastro del buque inglés Christina, que había naufragado por aquellos mares un año antes con un fabuloso cargamento de plata a bordo.

Catorce meses más tarde, Cuarteroni localizaba al Christina encallado en unos peligrosos arrecifes. El marino gaditano rescató la plata y en dos sucesivos viajes llevó el tesoro a Hong Kong, poniéndolo íntegro a disposición de las autoridades. Tras un largo pleito, Cuarteroni recibió la parte correspondiente al armador y capitán del buque que había encontrado el tesoro y vigiló para que su tripulación también fuera recompensada conforme a la Ley. Ello le granjeó fama de hombre justo y honrado y le aseguró para siempre la lealtad de sus marineros.

Dueño de un importantísimo capital, el marino decidió regresar a Cádiz para pasar una temporada con su familia. Sin motivo aparente alguno, Cuarteroni decidió cambiar radicalmente de vida. Regresó a Hong Kongy tomó el hábito de los Trinitarios Redentores de Cautivos. Con su propio dinero compró la goleta Lynx y se dedicó a rescatar a los miles de cautivos cristianos que estaban prisioneros por la infinidad de islas existentes en los mares del Sur. Al mismo tiempo, Cuarteroni, experto marino, levantó cartas y corrigió errores de planos y derroteros anteriores. Hablaba, según la prensa de nuestra ciudad, chino, árabe, malayo, tagalo, sulnés, visayo y otros dialectos de los mares del Sur.

Por fin, en 1849, el aventurero gaditano decidió regresar a Roma para exponer la situación en aquellos remotos mares, plagados de cautivos de las numerosas guerras y conflictos anteriores, y la necesidad de construir iglesias. Ofreció a la jerarquía católica costear los gastos de levantar los edificios religiosos que fueran necesarios y mantener a su costa a sacerdotes y misioneros.

En Roma, mientras luchaba por conseguir su objetivo, el gaditano Carlos Cuarteroni tomó las órdenes sagradas siendo consagrado sacerdote por el Papa Pío IX y apadrinado por el cardenal Franzoni, prefecto de la Congregación de Propaganda Fide.

Por fin recibió autorización para marchar a su misión siendo nombrado prefecto apostólico de las nuevas misiones con facultades de obispo. Cuarteroni, acompañado de varios misioneros, llegó a Manila para empezar de inmediato con su arriesgada labor.

Compró los barcos Consolatrix Aflictorum y Refugium Peccatorum y se dirigió a Labuán, Borneo y otras islas levantando iglesias y misiones. Desde allí se dedicó a realizar incursiones por las islas de Malasia, rescatando cautivos y prisioneros para entregarlos después en zona segura a las autoridades. No hacía distinción y rescataba tanto a católicos como a protestantes o miembros de otras religiones. Poco después de comenzar esta misión enfermaron los misioneros que llevó desde Roma, poco acostumbrados al clima y víctimas de enfermedades tropicales. Cuarteroni siguió adelante durante algunos años únicamente acompañado de un fiel criado.

Entre las hazañas de este intrépido gaditano está el haber realizado una navegación de 82 días entre una isla de Malasia y Manila con una pequeña embarcación y 27 cautivos a bordo y tras soportar enormes temporales.

El Gobierno, conocedor de las hazañas de Cuarteroni y de su arrojo y valor, le concedió varias encomiendas y cruces, que fueron rechazadas por el gaditano diciendo “Jesucristo mi maestro no llevó más cruz que aquella en que le crucificaron y siendo yo su discípulo debo seguir su ejemplo de pobreza y humildad”.

En octubre de 1879 regresó a Roma para arreglar diversos asuntos de las misiones . Fue recibido como obispo por el Papa, que departió más de una hora a solas con el gaditano. Pocos días más tarde, Carlos Cuarteroni sufrió una grave lesión cerebral mientras despachaba algunos asuntos. Recibió la Extremaunción y al mejorar algo su estado de salud solicitó marchar a Cádiz para pasar una temporada de descanso junto a su familia.

Pero su salud estaba muy quebrantada debido a las durísimas navegaciones y falleció a los dos días de llegar. Su entierro fue presidido por el obispo de la diócesis y por una comisión de la Corporación Municipal. Su cadáver fue llevado al cementerio y años más tarde a la cripta de nuestra Santa Iglesia Catedral, donde reposan actualmente.

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