Curioso milagro de Silos Moreno

Historias de Cádiz

Su estatua, fundida en bronce en la Carraca, desapareció del lugar donde aguardaba su traslado a Cádiz

El obispo, monje benedictino, no quería honores ni recuerdos

Estatua de Silos Moreno situada delante de la Catedral
Estatua de Silos Moreno situada delante de la Catedral / Archivo
José María Otero

18 de octubre 2020 - 07:00

La estatua de fray Domingo de Silos Moreno ha sufrido numerosas vicisitudes desde su colocación en la plaza de la Catedral; cambios de emplazamiento, intentos de derribo, traslado a las dependencias municipales y restauración solemne. Pero lo más curioso le ocurrió tras su fundición en el arsenal de la Carraca en 1856.

Monje benedictino, Silos Moreno fue nombrado obispo de Cádiz en 1824, haciendo su entrada solemne en la diócesis al siguiente año. De carácter muy humilde y sencillo, puso todo su empeño en la terminación de la Catedral, que pudo consagrar en 1832. Buena prueba de su humildad es el lema que hizo colocar en su tumba “Indigno monje benedictino y más indigno obispo de Cádiz”.

Sin embargo, nada más fallecer comenzaron unos honores por él no deseados. El Ayuntamiento cambió el nombre de plaza de las Tablas por el de Silos Moreno y un grupo de quince gaditanos reunió cantidad suficiente de dinero para erigir una estatua en su honor y recuerdo. Muchas fueron las voces que se levantaron en nuestra ciudad para indicar que a Silos Moreno no le hubiera gustado tantos homenajes, ya que era un sacerdote muy sencillo.

De nada sirvieron las quejas. La estatua fue encargada al escultor sevillano Lorenzo Baglietto, mientras que el pedestal fue diseñado por el arquitecto madrileño Jerónimo de la Gándara. Director de las obras fue designado Juan de la Vega.

Cuando terminó Baglietto su trabajo, la estatua de Silos Moreno fue llevada al arsenal de la Carraca para su fundición en legítimo cobre. Finalizado estos trabajos, fueron avisados los organizadores del monumento para que lo trasladaran hasta Cádiz. Pero la comisión se había quedado sin dinero y el traslado de la estatua era algo complicado. El almirante de la Carraca, Quesada, cansado de esperar, decidió que la estatua de Silos Moreno fuera colocada en la entrada del arsenal, tapada con unos grandes paños.

Allí estuvo largo tiempo, hasta que, por fin, fue enviada desde Cádiz una barcaza para el traslado definitivo. Al destapar los lienzos la sorpresa fue general: ¡ la estatua había desaparecido!

De inmediato comenzaron rumores de un supuesto ‘milagro’; el monje Silos Moreno no quería honores y había hecho el ‘milagro’ de hacer desaparecer su estatua. Pero el almirante Quesada no estaba muy conforme con este supuesto ‘milagro’ y ordenó una investigación. Pronto se descubrió que en los baratillos de Cádiz y San Fernando había entrado abundante bronce en los últimos tiempos y que trabajadores de la Carraca brindaban en las tascas de ambas poblaciones a la salud y memoria de Silos Moreno.

En esos años, la entrada a la Carraca no estaba situada donde hoy se encuentra. La puerta del arsenal estaba junto al caño y enfrente de la Avanzadilla. Para entrar y salir había que cruzar el caño a través de los ‘bombos’ flotantes, que se abrían para dar paso a buques y embarcaciones menores. Esas maniobras provocaban que los obreros se vieran obligados a permanecer largo rato a las puertas del arsenal y esa circunstancia fue aprovechada por algunos para ir arrancando poco a poco trozos del bronce de la estatua.

El almirante Quesada asumió la responsabilidad de lo ocurrido y ordenó que la estatua fuera fundida de nuevo. Terminados los trabajos, Quesada reunió a todo el personal del arsenal para decirles. “El obispo Silos Moreno era un santo. En vida no quería estatuas y ahora ha hecho el ‘milagro’ de que desaparezca. Se ha fundido de nuevo, pero pondré guardia armada para que no se repita el ‘milagro’ y además exigiré responsabilidades si se repite”.

En efecto, no hubo nuevos ‘milagros’ y la estatua de fray Domingo de Silos Moreno fue llevada hasta Cádiz y pudo ser inaugurada en la plaza de la Catedral el 8 de septiembre de ese mismo año de 1856, en solemne ceremonia siendo obispo de la diócesis de Cádiz, Juan José Arbolí y alcalde constitucional de la ciudad, Adolfo de Castro.

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