Análisis
Santiago Carbó
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Tribunales
"Más curas con olor a ovejas". Francisco Javier López Luna, el sacerdote acusado de abusar sexualmente de 27 alumnos del colegio Salesianos de Cádiz cuando era su director, recordó esta frase del Papa Francisco en el juicio que comenzó este jueves en la Audiencia. El religioso defendía así su trato cercano con el alumnado, su modelo educativo basado en la proximidad, su posicionamiento de 'tú a tú' con la chavalería. Pero, ¿en qué punto su comportamiento pasó a ser excesivo? ¿Cruzó Luna los límites con su rebaño?
A diferencia de lo que ocurrió el día de su detención en julio de 2013, el cura declaró el jueves con la única asistencia de su abogado. No hubo concentraciones de apoyo por parte de los que defienden la inocencia del cura. Tampoco de sus detractores. Los únicos que se agolpaban a las puertas del Palacio de Justicia eran los periodistas de diferentes medios de comunicación locales y nacionales.
Contra todo pronóstico, la vista fue pública, y aunque el fiscal y el letrado de la Junta -que representa a un único menor tutelado por la administración- solicitaron que se celebrase a puerta cerrada, el tribunal de la Sección Tercera decidió que la exposición de los hechos que el ex director iba a ofrecer podía (o debía) ser oída por todos.
El testimonio de López Luna no fue la única versión que el tribunal permitió que se conociese públicamente. Antes del interrogatorio, el magistrado Manuel Grosso de la Herrán leyó las conclusiones provisionales del fiscal en contra de la voluntad del propio representante del Ministerio Público, que rehusó hacerlo.
El escrito de calificación fiscal acusa al religioso de abusar sexualmente de 27 menores del centro, cuya confianza se granjeó a cambio de permitirles faltar a clase. Pero hacer 'pellas' tenía un precio, según la Fiscalía: un castigo corporal. El fiscal menciona palizas, golpes con la mano abierta directamente en la piel, patadas, rodillazos y puñetazos. También habla de juegos violentos y con un alto componente sexual: los fuegos artificiales (abofetear rápidamente la cara del menor); el abrazo del oso (levantar al niño en peso, a veces de frente y otras de espalda, haciendo coincidir los genitales del chico con el pecho del acusado para luego arrojarlo); y el goldfish (tirar de los genitales de forma agresiva).
Hay más. El escrito de acusación hace referencia a grabaciones de anuncios en los que los menores eran los protagonistas. Durante el rodaje de estos spots el sacerdote -según el relato de la Fiscalía- roció de espuma a un alumno y a otro le colocó bien la ropa interior, que al parecer tenía mal puesta. Las conclusiones hablan además de bailes y estriptis por parte de los alumnos.
Todas estas acciones contaban con el beneplácito del que entonces era el director del colegio, al que el fiscal también acusa de cerrar con llave la puerta de su despacho para no verse sorprendido durante esos juegos.
Francisco Javier López Luna lo negó todo el pasado jueves. Ni abusos ni agresiones. Admitió que jugó con sus alumnos a las peleas, eso sí, pero sin golpes. De juegos sexuales, ni hablar. Para él eso son "calumnias". El cura reconoció que se rebajó al nivel de los chavales, que su sistema educativo era "cercano" y que trató de empatizar con los chicos más conflictivos del colegio. "Soy un director accesible", manifestó, "pero se han aprovechado de mí".
El juicio se retomará a partir del próximo lunes, cuando los 27 menores implicados en este caso comiencen a declarar. En un principio, no estaba previsto que acudiesen todos, ya que 14 testimonios iban a ser escuchados a partir de las grabaciones que se realizaron en su día durante la investigación. Pero el abogado de López Luna solicitó (y el tribunal lo admitió) que volviesen a declarar. Alegó, entre otros motivos, que la instrucción había sido "parcial y subjetiva", y que muchos de los denunciantes eran ya mayores de 18 años o casi.
El tribunal que lleva este procedimiento, el fiscal, miembros del TSJA... han recordado insistentemente estos días a los periodistas lo "delicado" que puede llegar a ser este caso, haciendo especial hincapié en el tratamiento mediático que deben recibir las supuestas víctimas menores de edad a la hora de salvaguardar su identidad; observación ésta que compartimos y entendemos obvia.
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