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Tres millones de euros se va a gastar la Diputación en transformar el antiguo Instituto del Rosario en un nuevo centro de arte contemporáneo para la capital.
Una reflexión rápida nos haría valorar de forma positiva este proyecto, pues supone rehabilitar un antiguo edificio, antes sede del que fue el primer instituto de la ciudad y, primero, parte del convento de los agustinos, que podría haber entrado en decadencia y ruina sin esta inversión.
Sin embargo, una reflexión más serena, una visión global sobre lo que ofrece la ciudad y lo que necesita y, también, un análisis de cuáles deberían de ser las prioridades en una administración en estos tiempos de pandemia y crisis, nos hace valorar la ejecución de este centro de arte contemporáneo como desmesurada e innecesaria para Cádiz.
Por lo pronto cabe recordar que ya contamos con un centro dedicado al arte contemporáneo, el ECCO, que aunque ahora haya evolucionado como un equipamiento cultural más global nació con el objetivo de dar a conocer este arte. En su momento, el Ayuntamiento, su promotor en la etapa de gobierno del PP, ya intentó que la Diputación aportarse su nutrida colección para completar el centro, algo a lo que se negó la administración provincial.
De esta forma, en cuestión de meses Cádiz tendrá dos referentes culturales relacionados con el arte contemporáneo, separados por cientos de metros, con referentes como la colección de los Costus, en manos del Ayuntamiento, y con todo lo que fue conformando la colección Aduana, en manos de Diputación.
Es el absurdo en cuanto a promoción de un arte, separando en dos lo que podía estar en un único equipamiento, y de esta forma darle más potencia y una mayor atracción exterior.
Por lo demás, la tradición artística de Cádiz no parece que se concentre en el arte contemporáneo como para tener dos centros sobre el tema. ¿Cuántos museos del Carnaval serían necesarios, bajo esa óptica?
Así que la Diputación decide invertir 3 millones de euros, más lo que cada año necesitará el mantenimiento del edificio y el coste de su programación, para exponer una parte de sus obras de arte (no todas, según dijeron en su día cuando se presentó el proyecto): Se planifica así un edificio atendiendo a las necesidades de la propiedad, no a las necesidades que pueda tener la ciudad.
Si nos circunscribimos al ámbito cultural, y está bien que el antiguo instituto se incluya en el mismo porque ayudará a dinamizar su entorno, Cádiz tiene pendientes otros proyectos, a modo de museos, centros de interpretación o centros culturales, que por lógica tienen mayor prioridad y una atracción mayor tanto para el visitante de la ciudad como para el turista.
Por lo pronto, la ciudad aún no ha sido capaz de poner en marcha el que debería de ser uno de sus referentes: un Museo del Comercio, donde se refleje especialmente la relación entre Cádiz y las antiguas colonias, la potencia de su puerto y la presencia durante décadas de apellidos de media Europa referentes en este sector que tanta riqueza nos dejó.
En la etapa del gobierno de Teófila Martínez se planteó esta idea para ubicarla en el edificio que ocupa el Archivo Municipal, cuando éste se iba a trasladar al Palacio de Recaño, que bien hubiera sido otro edificio candidato para este Museo, especialmente al compartir manzana con la Torre Tavira, donde trabajaba el vigía que controlaba la llegada de los barcos mercantes.
Otra alternativa es el necesario centro dedicado a la Constitución de 1812, tras el fracaso del diseño inicial en San Felipe, su lugar natural. O el Museo que Cádiz le debe a Manuel de Falla. Museo que Cádiz le debe a Manuel de FallaO incluso un centro dedicado a la Historia de la Comunicación, aquí donde nació la prensa moderna con El Conciso, donde se edita uno de los periódicos más antiguos de España o donde nació la tercera emisora de radio del país.
Todas estas propuestas tendrían, sin duda, un calado ciudadano más importante que el segundo centro en la ciudad dedicado al arte contemporáneo.
Con todo, la operación prevista en el IES del Rosario es un nuevo ejemplo de la ausencia de un diseño global de la ciudad en materia de equipamientos culturales. Durante años, en una tendencia que persiste, se han recuperado edificios con un alto coste económico olvidando que después necesitan de una programación adecuada y estable que atraiga al público y dinero para su continuidad.
No ha existido una puesta en común entre las administraciones públicas para consensuar proyectos de relevancia con futuro. Y por eso, se acaba malgastando el dinero público.
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