Eduard Hildebrandt, otro viajero romántico que pintó Cádiz
Historia de Cádiz
El artista prusiano estuvo en Cádiz durante algunos días de 1849, tiempo que aprovechó para pintar al menos dos sugerentes vistas que permiten comprobar la evolución de la ciudad
Eugene Delacroix en Cádiz
A mediados del siglo XIX el puerto de Cádiz mantenía una intensa actividad comercial. Los avances logrados con la navegación a vapor mejoraron las relaciones marítimas. La estratégica posición de la Bahía favoreció las conexiones con numerosos enclaves de todos los continentes. No solo llegaban mercancías sino también viajeros, cada vez en mayor cantidad. El crecimiento de la burguesía permitía un mayor número de personas con capacidad de realizar turismo y aprovechando las nuevas tendencias culturales manifestadas por el Romanticismo, la búsqueda de civilizaciones exóticas donde encontrar manifestaciones diferentes a las existentes en la Europa industrial. A Cádiz, creemos que no precisamente por casualidad, arribaron algunos de sus máximos representantes. En literatura Lord Byron (1809), en pintura Eugène Delacroix (1832) y en el ámbito musical Frank Listz (1845).
Durante el siglo XIX fueron abundantes los artistas plásticos que aprovecharon sus escalas en nuestra ciudad para aportar pinturas y dibujos que nos permiten reconstruir paisajes actualmente perdidos o transformados. De este modo llegamos al pintor apadrinado por Humboldt, Eduard Hildebrandt, nacido en 1818 en Dantzig, ciudad entonces perteneciente al Imperio Prusiano, amplió sus estudios pictóricos en París centro cultural del momento. En 1849 dentro de una expedición científica favorecida por el ya anciano Humboldt fue financiado por nada menos que la reina Victoria de Inglaterra, la dinastía Romanov en Rusia y el emperador de Prusia, quienes compraron sus obras. Durante este viaje estaba retornando de África pasando por las Canarias hasta recalar en Cádiz después de pasar por Sevilla a 9 de mayo de 1849, rumbo a Inglaterra donde habría de exponer el fruto de sus impresiones. Precisamente esta última palabra define bien su estilo, el paisajismo que aprendió en París de la mano de grandes maestros que también estuvieron en nuestra ciudad como Dauzats y Delacroix. Su producción artística se basó en la búsqueda de la luz y del color, captando la impresión de un lugar y un momento más allá de las imposiciones de las Academias de Bellas Artes, así que en Cádiz nuestro pintor encontró a la musa perfecta.
Durante su estancia en Cádiz, que se alargó desde el 9 al 16 de mayo al menos, no pudo por menos que alabar la ciudad como deja evidenciado en la siguiente cita desde Sevilla en la obra ‘Pintor del Cosmos, su vida y su obra’: que lo que ha visto en España supera todas sus expectativas, lo maravilloso de su clima, que ojalá pudiera permanecer más tiempo pues apenas pasó en Cádiz 6 días en su viaje desde esta a Lisboa, sus bocetos que superaban todo lo que él había visto hasta ese momento en términos de belleza arquitectónica, su intención de volver más tiempo en el futuro y las 8 horas de media que pasaba pintando sentado a la intemperie, las cuales le dejaban agotado.
Ahora ya sí pasamos a analizar sus vistas, de las que a la fecha actual se conocen dos, la tomada desde Extramuros describiendo la actual playa de Santa María y la recientemente descubierta en una subasta realizada en España la pasada primavera en la que podemos ver la plaza de Isabel II (San Juan de Dios) desde un ángulo inédito, la Casa de los Pazos de Miranda, también conocida como Amaya, la cual fue levantada en 1795. Procedemos a la descripción de las vistas con el ánimo y la casi total seguridad de que el pintor produjo más que todavía están por aparecer.
La composición de la playa de Santa María fue firmada en la tarde del 9 de mayo de 1849, por la posición de las sombras fue pintada por la tarde. Observamos además un camino, no de la actual avenida, que se corresponde con un acceso por el arrecife más moderno de la segunda mitad del siglo XVIII, sino de uno incluso más antiguo de tiempos romanos que había quedado arruinado tras el maremoto de 1755. Este discurría junto al mar como el actual paseo marítimo y en estos tiempos de mediados del siglo XIX todavía era transitable. Podemos también ver las dunas salvajes y la ausencia de edificios de cantería al estar estos prohibidos por el Ramo de Guerra. La razón muy sencilla, que en caso de conflicto pudieran ser derribados fácilmente para que la artillería hiciera fuego sin obstáculos y que el enemigo no encontrara facilidades entre las callejuelas y casas de piedra. Además de esto el ejército necesitaba un paso claro desde la Puerta de Tierra al Fuerte de la Cortadura para establecer una primera línea de defensa. Por tanto solo veis chozas de madera al estilo de chabolas, pues de hecho el extramuros era un arrabal que había crecido sin control fuera de cualquier ordenanza municipal o plan urbano.
El caso es que el extramuros primitivo fue arrasado durante el asedio francés de la Guerra de Independencia en el que muchas casas fueron derruidas para evitar ventajas al enemigo pero este nuevo no tardó en crecer. Para estas fechas ya estaban consolidados los núcleos de San José y San Severiano. En la imagen veis pequeñas embarcaciones que pescaban en la actual playa de Santa María y la subida por los imponentes y por entonces casi indemnes glacis, los cuales constituían un sistema de fortificaciones y contraminas (túneles) de mediados del XVIII destinado a la defensa del frente de tierra.
El torreón de la Puerta de Tierra luce el aparato de comunicaciones telegráfico conocido como de Mathé. Este último ya desaparece en las vistas de 1870. Tras el lienzo de la muralla despuntan en orden de derecha a izquierda, la Iglesia de Santa María, el Matadero hoy desaparecido, la Cárcel y la Plaza de Toros de Daura, mostrándose el Baluarte de San Nicolás a sus pies ya con cierto grado de deterioro (se caería a pedazos en 1854 fruto de los brutales temporales que impulsaban literalmente toneladas de fuerza marina sobre nuestra ciudad). La Catedral Nueva con sólo una torre pues la de Poniente aún restaba por finalizar (no fue terminada hasta 1862). En el frente del Campo del Sur se pueden distinguir las siluetas de la Torre Tavira, el Convento de Capuchinos, con el baluarte del mismo nombre. Para finalizar el faro antiguo de San Sebastián todavía sin rodear por la Avanzada de Isabel II que se terminaría también en 1862 con motivo de la visita de la reina. También se pinta El magnífico faro de la segunda mitad del siglo XVIII que sería derribado en 1898 para evitar un punto de referencia fácil a unos buques estadounidenses que nunca llegaron.
La segunda vista fue firmada el 16 de mayo y como la anterior fue realizado por la tarde como sugieren las sombras. Nos muestra en primer plano el extremo final del mercado de frutas, siendo el de verduras el que se ve al fondo. Ambos fueron edificados a principios del siglo XIX, funcionando como mercado incluso tras la construcción del de Abastos por Daura en 1838. El callejón que queda a la izquierda del mercado de frutas era conocido como de San Fernando y desembocaba en el cruce con calle Nueva y el edificio conocido como Casa Isleta, el cual había pertenecido a la orden religiosa de los Jesuitas y que se encontraba entre la Muralla Real que cerraba el puerto y la parte frontal de este mercado, generándose un espacio abigarrado y pintoresco. Cabe destacar el pavimento de la plaza conformado por una cuadrícula de solería que daba el aspecto de un enorme salón de piedra frente al mar y la presencia de balcones volados barrocos en las fachadas de las casas pues se acababa de empezar con la reforma neoclásica del arquitecto gaditano Juan de la Vega. A la derecha tenemos el edificio del Ayuntamiento y la iglesia de San Juan de Dios, con la calle Sopranis al fondo amén de las escaleras que subían a las Puertas del Mar cerrando la plaza al fondo a la izquierda. Una última apreciación es necesario referir: cómo la amplitud de la perspectiva es ligeramente exagerada al servicio de que el pintor pudiera representar todos los elementos urbanos.
Como conclusión es importante destacar lo singular de la perspectiva escogida por Hildebrandt en un momento en el que ya existían grabados de la plaza como el de Chapuy de 1844 e incluso un calotipo (fotografía primitiva) de Claudius Wheelhouse realizado curiosamente en octubre del mismo año 1849, aunque desde una perspectiva más común, para mostrar el Ayuntamiento y la Catedral.
Es más que probable que entre la amplia producción de Eduard Hildebrandt algún día aparezcan otras composiciones paisajísticas gaditanas elaboradas durante aquella semana de mayo de 1849 que pasó en la ciudad.
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