Fallece Pedro Hidalgo, el gaditano de la Catedral

Obituario

El empresario dio continuidad a un ultramarino nacido a principios del siglo XX y convirtió sus empanadas gallegas en un referente de la gastronomía gaditana

Pedro Hidalgo, con una de las famosas empanadas de la plaza de la Catedral. / Jesús Marín

Pedro Hidalgo celebró hace pocos días sus 90 años. Fuerte como un roble aguantó con resignación pero también con enfado los últimos años de enfermedad, que le impedían bajar a primera hora a la pastelería y, sobre todo, ir a bañarse a su playa de La Caleta, fuera cual fuera la fecha del año.

Pedro Hidalgo ha fallecido en el inicio de este fin de semana de un mes de julio tan atípico y tan duro. Deja tras de si una vida de trabajo. Le llamaban el gallego de la Catedral, pero él tenía adn cántabro, de donde procedía su padre, José, un ejemplo típico de chicuco gaditano. Entre las fotos de la familia que guardo hay varias de mi abuelo ya mayor. Las miro y veo en ella a Pedro, con esos ojos vivos y ese rostro curtido por décadas de trabajo.

Pedro Hidalgo, junto a su hermano José Manuel, trabajó codo a codo con su padre al frente del ultramarino del número 8 de la plaza de la Catedral, en funcionamiento desde 1914, desde que apenas era un jovencito. La tienda funcionaba como proveedor de la extensa flota pesquera de la ciudad, aunque el negocio, de la mano del padre de Pedro, se convirtió en un centro de ayuda a decenas de familias gaditanas con escasos recursos a las que se le fiaba alimentos aún sabiendo que nunca se cobrarían.

Arriba de la tienda vivía la familia. Rosario, la madre a la que Pedro adoraba, y siete hermanos a cada cual más revoltoso. Famosas son las bromas que hacían, ya mayores, a quienes iban por la tienda o entraban a preguntas cualquier cosa. El carácter extrovertido de Pedro le llevaba a chapurrear todos los idiomas posibles, tan autodidacta él como la capacidad de aprender a tocar el piano de oido, con esa vena artística propia de una parte de su familia, empezando por su abuelo materno, su madre y seguida ahora por sus propios hijos.

Pedro aprendió desde pequeño la ética del trabajo. Los niños, que formaban parte de una familia con recursos, estudiaban en la misma tienda antes de ponerse a trabajar en el negocio familiar. Todos, menos él y su hermano mayor José Manuel, buscaron con el tiempo otros caminos en la vida, quedándose como la mano derecha de José que, con la edad fue delegando en sus hijos el control del ultramarino.

A su muerte, en 1962, mantienen el almacén que ya estaba sufriendo los inicios de la crisis pesquera y, sobre todo, los efectos de una dura competencia a la que nada ayudó el carácter solidario de los hidalgo, que mermó notablemente las cuentas del negocio.

Así, apenas unos años más tarde se decide un cambio radical. El ultramarinos se transforma en una pastelería que estará en manos de Pedro y su esposa, Maruja, mientras que José Manuel se quedará con el estanco.

Lo cierto es que si en Catedral 8 funciona una de las pastelerías más famosas de todo el sur de España es gracias a una vecina, que quitó a Pedro y a Maruja la idea de instalar allí una mercería. Ojo que no va a funcionar, les dijo. Cambiaron de idea y llegó el éxito.

Un éxito, como todo lo relacionado con la larga vida de Pedro Hidalgo, conseguido con el trabajo duro. "Empezábamos a las ocho de la mañana y terminábamos a las diez de la noche, sin parar", me comentaba hace ya un tiempo, hablando de la historia de la familia. Con la ayuda de algunos amigos y el preceptivo préstamo de la Caja de Ahorros, compraron un horno de segunda mano por 15.000 pesetas, que se apoyaba con el de la panadería El Laurel para preparar lo que sería desde el principio el emblema de Casa Hidalgo: las empanadas.

La receta mágica de Maruja, que cincuenta años después aún se mantiene apenas mejorada con nuevos productos, introdujo en Cádiz las auténticas empanadas gallegas. Después, la propia esposa de Pedro enriqueció la oferta con unos inmensos donuts, nacidos en la base de Rota.

El éxito de las empanadas fue tal que cuando se traían desde El Laurel, la mitad se vendía por la calle.

Casa Hidalgo, apoyada por una plantilla de la que Pedro siempre tuvo palabras de elogio, incrementó la oferta en pastelería (los roscos de Reyes Magos, los 'charinis', el hojaldre...), con un horario de trabajo para el propio Pedro que superaba en tiempo lo vivido en los tiempos del ultramarino. Contaba mi tío como había preparado la tarta del primer aniversario de una niña a la que, años más tarde, le elaboró también su tarta de bodas.

Ya jubilado, seguía bajando al obrador (la familia vive en Catedral 8 desde principios del siglo XX), para controlar el proceso de preparación del relleno de las empanadas. Se tomaba un café en el bar vecino y volvía a la tienda, donde se sentaba saludando a la clientela, a la de toda la vida y a los centenares de turistas que entraban, entran, cada año. Después, se iba a su Caleta, a su baño diario. Aún estando ya enfermo estaba atento a todo lo que se cocía abajo, en un esfuerzo propio de su adn cántabro por recuperase lo suficiente como para bajar de nuevo. Realizó su último esfuerzo acudiendo al acto organizado por el Ayuntamiento de Cádiz en el que recibió el título de Hijo Predilecto de la ciudad.

Ya se echan de menos sus sonoros saludos "Hola Hidalgo", su inglés, francés o alemán macarrónico. Con él se va una etapa no solo de nuestra familia, sino de una parte de la época de mayor esplendor del comercio de Cádiz.

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