Fallece el padre Rafael Caldelas, decano de los sacerdotes diocesanos

Ejerció como párroco en San Roque durante 50 años. Tras su jubilación fue nombrado canónico de la Catedral de Cádiz

El sacerdote Rafael Caldelas López.
José Antonio Hernández Guerrero

17 de abril 2014 - 01:00

Cuando apenas le quedaban catorce días para que cumpliera noventa y nueve años, ha fallecido el padre Rafael Caldelas López, un sacerdote natural de Puerto Real que, tras estudiar Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario Conciliar de San Bartolomé, desarrolló tareas pastorales en la Diócesis de Cádiz durante setenta y cinco años.

Tras ser ordenado, fue nombrado coadjutor en la parroquia de Santa Cruz y, posteriormente, en la de San Antonio de Cádiz. Fue cura ecónomo en San Martín del Tesorillo hasta que, tras un concurso, accedió como cura párroco en Santa María La Coronada de San Roque, donde permaneció -con un paréntesis de tres años en La Línea de la Concepción- durante cerca de 50 años. Después de su jubilación canónica como párroco, fue nombrado rector de la Iglesia de San Pablo y canónico de la Iglesia Catedral de Cádiz.

A pesar de sus intensas tareas pastorales, también desarrolló una amplia y rigurosa labor histórica investigadora como lo demuestran sus libros Parroquia de Gibraltar en San Roque: Documentos 1462-1853 (1976); Gibraltar en San Roque: cuaderno de notas actas capitulares 1706-1882 (1983); Despertador (1988); Andar y rezar por casa (1989); La Parroquia de Gibraltaren San Roque: Suplemento (1993); El Beato Fray Diego José de Cádiz: selección de elogios, sermones, discursos, recuentos y celebraciones del centenario de la beatificación (1998); y El Conde de las Lomas. Parroquia de Gibraltar en San Roque: II suplemento (1999). En 2001 fue nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad de San Roque.

El padre Caldelas llenó el espacio y el tiempo de nuestra Iglesia gaditana con el testimonio de una vida elemental y sencilla. Durante los últimos diez años en los que permaneció recogido en la residencia de El Puerto de Santa María y en la San Juan de Dios de Cádiz, generó un cálido y confortable clima fraternal y una densa atmósfera cordial. Concedía importancia -como él afirmaba con frecuencia-, a las "pequeñas cosas importantes". Por eso ejercía con plenitud el ministerio sacerdotal entregándose permanentemente a la oración y a la dirección espiritual, celebrando la Eucaristía, administrando la Penitencia y, en resumen, viviendo las enseñanzas claras y sencillas del Evangelio.

La vida -larga, ejemplar y fructífera- de este cura bueno, apacible y servicial, seguidor cercano de Jesús y fiel cumplidor de los consejos evangélicos, constituye una llamada explícita para que nos abramos a la trascendencia y, al mismo tiempo, una cordial invitación para que cultivemos los valores humanos tan importantes como la sencillez, la laboriosidad y la alegría. Con su invencible paciencia, con su férrea disciplina, con su permanente alegría y con su exquisita delicadeza, nos ha estimulado para que evitemos el capricho, la frivolidad y la superficialidad. Qué descanse en paz.

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