"Cádiz es una Arcadia con su reverso tenebroso"
Miguel Ángel García Argüez | Escritor
Autor de narrativa y poesía, letrista dentro y fuera de la oficialidad del Carnaval, charlamos con García Argüez sobre la importancia de lo que nos cuentan y lo que nos contamos
Todo el mundo sabe que es ‘El Chapa’. No porque pegue la chapa, que podría ser; ni por ‘chapando bares’, que lo mismo también:por las chapas que llevaba en la chaqueta de joven. Miguel Ángel García Argüez (La Línea, 1969) ha cultivado la poesía, el relato y la novela; dirige la sección de narrativa de la Colección Alumbre de la Diputación gaditana y da clases de creación literaria. Autor también de carnaval, ha firmado el libreto de las cuatro últimas comparsas de Ángel Subiela: 'Los doce', 'Los equilibristas', 'Los prisioneros' y 'Los luceros'.
–No puedo hacer a nadie más de Cádiz, aunque no lo sea.
–Bueno, estrictamente, nací en La Línea, pero mi familia estuvo viviendo en diversos sitios, en El Ejido, en Chiclana... A Cádiz llegué precisamente a raíz de una separación: el típico momento en la vida en el que no sabías qué hacer, ni adónde ir. Me planteé tirar para Sevilla, porque además estaba allí la gente de La Palabra Itinerante, que son mi tribu. Pero luego se me cruzó la idea de que tenía esta historia de amor pendiente con Cádiz, y empecé a vivir en un piso compartido. De eso hace, ¿diez años? Me sentí muy acogido y empecé a construir, sin darme cuenta, todo un andamiaje. Empezaron las colaboraciones con la UCA, los vínculos con el Carnaval...
–¿Cómo lleva esa bicefalía? ¿Autor 1 y autor 2, de libros y de letras de carnaval?
–Son el mismo autor, que a veces escribe con unas claves u otras. De hecho, siempre estoy compaginando unos textos con otros, con varias pantallas abiertas en el word.
–¿Uno no entiende Cádiz al completo hasta que no vive el concurso?
–Para mí, como fenómeno antropológico colectivo, es un muy significativo de Cádiz, de su pulso y evolución: cómo se exporta, quién pierde y quién gana. Es un proceso de representación supralocal. Las coplas de carnaval son una de las más eficaces herramientas de identidad gaditana, hasta el punto de que ya juegan a la apropiación: pueden usar códigos y lenguajes muy locales, que el de fuera hace suyos gustoso, pero ha ido creciendo. Ese juego identitario ha ido extendiéndose por todo el Bajo Guadalquivir. Martínez Ares con El Perro Andaluz metió Andalucía, por ejemplo, y ya tienes la mitad de los referentes ganados. Cádiz es el paradigma de las coplas de carnaval. Otros sitios donde se cantan coplas, la murga canaria, por ejemplo, no tienen esa dimensión.
–¿De qué forma desgasta el competir en el Falla?
–Ufff. Es un proceso apasionante, pero de alta competición. De Champion. Yo sólo llevo cuatro años en primera línea y le comentaba el otro día a Juan Carlos Aragón: ¿cómo eres capaz? Y eso que para mí no es una renuncia a lo creativo, pero sí hay unos moldes, que son los del público, no los oficiales, que pueden ser letales.
–Pocos pueden decir que viven de la literatura y aledaños.
–No fue algo premeditado, también te digo. No soy de planificaciones estratégicas. En mi vida he sido mucho de ir a la deriva, y luego he podido estar más o menos acertado. Lo de poder vivir de las letras es algo que creo que se ha dado porque nunca tuve ese sueño de ser über rico y famoso, o de estar en primera línea del panorama literario. Hay otros casos que sí, por ejemplo, Félix Palma, que además ha trabajado muchísimo para eso. Digamos que, entre los talleres y la enseñanza a través de las palabras, me puedo más o menos ganar la vida al margen de cualquier afán de triunfador.
–Y viviendo en Cádiz.
–Viviendo en Cádiz. A ver cuánto me dura. De hecho, el problema de vivienda que estamos teniendo, agravado por la turistificación, es una de las cosas que trata la última historia que he escrito.
–¿Sigue pesando a nivel creativo vivir en la periferia, o eso es un bulo?
–Yo nunca he sentido estar en el extrarradio, en ningún aspecto. Los márgenes permiten flexibilidad: volvemos a lo mismo, aunque hoy en día no está tan claro que existan centro y periferia. Hubo una época en mi vida en que estuve muy vinculado a Madrid, que tenía en Vallecas mi segunda casa, que visitaba por temporadas. Eso ayuda también a no caer en cierto narcisismo: Cádiz es muy jugosa, como ya están descubriendo muchos. A los estudiantes extranjeros les encantaría quedarse: quizá porque cuando se plantean España, esa idea se acerca mucho a esto. Yo pienso que vivimos en una Arcadia con su reverso tenebroso, que da para contar muchas historias.
–Es curioso esto que comenta sobre la influencia de las palabras, que ha sido cada vez mayor en su vida, a varios niveles.
–El lenguaje es nuestra programación. Digamos que, desde que descubrí de lo que era capaz el lenguaje, me enamoré profundamente de sus referencias, de su relación en la consistencia del ser humano. Los grandes conflictos, los milagros y los horrores, nuestra construcción de la realidad, nos la da el lenguaje. La poesía es nuestra herramienta para jugar y cuestionar.
–Al respecto, merece un apartado especial el uso pasmoso que se está haciendo del lenguaje. La neolengua.
–Ahí vemos claro el poder que tiene: hasta dónde las palabras, los conceptos, pueden tergiversarse como piezas de enfretamiento político. Yo creo que en gran parte es una tendencia del pensamiento de ciertas universidades estadounidenses, que venden conceptos al peso: por ejemplo, el de opresor y oprimido, sin tener en cuenta las circunstancias, y la izquierda les está también dejando espacio. Las palabras son fundamentales en nuestra vida, pero al etiquetar las cosas, al categorizarlas en absolutos, entramos en sofismos, hacemos falacias con la realidad.
–¿Hasta qué punto cree que influye en la elaboración del pensamiento el que seamos cada vez más visuales?
–El lenguaje articulado, no la comunicación, es lo que nos distingue de nuestros primos:esa capacidad de sustituir la realidad por un sistema de símbolos. Por eso es tan importante ese sistema de etiquetar con categorías burdas: sirven para blanquear actitudes claramente racistas o machistas. Pero también sirven como escudos al neopuritanismo. La falta de tolerancia hacia la autocrítica provoca una doble moral terrible. Es la tiranía del social justice warrior.
–Pues la primera víctima es el humor.
–Porque va contra el buque insignia de todo esto, que es la ordenación cartesiana de la realidad. En cuanto haces un chiste, sabes que puede coartarse por los integristas del totalitarismo. Sobre todo, esa idea de que el humor se puede hacer de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo cuando, muchas veces, ni siquiera esos límites están claros. A mí me ha pasado ya muchísimas veces el morderme la lengua. El elemento más subversivo, siempre, ha sido el humor.
–Esa falta de autocrítica, de cintura... es uno de los pecados capitales de la izquierda, ¿no? Junto a la tendencia hacia la implosión atómica.
–Mira, este año sacamos una chirigota callejera riéndonos de la ultraderecha (Ojux, se llamaba). Como siempre, teníamos cosas muy crueles. Y los que más se reían, los que venían a felicitar, decían que eran de derechas. Creo que el otro pecado de las izquierdas, el del Frente de Judea, tiene hasta lógica: la derecha siempre defiende al mundo que ya existe, y la izquierda tiene muchos mundos posibles por construir. Pero la superioridad moral da una lectura tan pobre de lo que ocurre que no existen referentes intelectuales para explicar qué está ocurriendo en el mundo; el rearme intelectual de la derecha es muchísimo más poderoso.
–
¿La ultraderecha no es una reacción puntual, una fiebre?
–La ultraderecha viene para quedarse. Ocurre que aquí tiene su propio ritmo, su idiosincrasia (como siempre) y la gente ha reaccionado con incredulidad. Lo que viene es el invierno: más crisis, todo eso se intuye en el pensamiento. La gente que ha votado a opciones de izquierda es porque tiene un poco de fe, quiere creer que hay esperanza, pero lo que viene es el miedo. Lo que tenemos que hacer, en cualquier caso, es abrir los ojos. Saberlo. Caminamos hacia la distopía política, social, ambiental... Hay que prepararse, saberlo, asumirlo, estar atento. No es una derrota.
–Pues dicho así, no lo parece.
–En la intrahistoria, en esas raíces del gran árbol del mundo, aún hay márgenes de libertad en la construcción diaria de nuestras vidas. Creo que existen formas de crear, zonas totalmente autónomas a nuestro alrededor, y el papel de las políticas municipales a la hora de incentivar y crear este tipo de gestión no es pequeño. La labor de los ayuntamientos es facilitar entornos de vida cotidiana y una red de relaciones con lógicas diferentes a las que intentan imponer. Pienso que esa es la única clave de la izquierda.
–El miedo es sexy. El sentirse víctima, aún más.
–Y también es muy fácil montar un discurso a la contra, excluyente, no incluyente. No hay una herramienta ideológica discursiva para analizar lo que está pasando más allá de cuatro conceptos que huelen a viejuno, y la derecha se está rearmando intelectualmente muy rápido.
–Siempre se habla de ‘1984’ o de ‘Un mundo feliz’ cuando se habla de distopía. Pero creo que sería más parecida a ‘Fahrenheit’.
–Los repositorios. ¿Ves? Siempre hay márgenes, siempre hay periferias en las que cabe mucha gente. Tenemos que tener esa conciencia de fantasmas en la máquina, porque somos nosotros el verdadero fantasma en la máquina. No va a haber una revolución. La revolución la están haciendo ellos: nos toca la resistencia, las catacumbas.
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