Héctor Abad: "La patria verdadera del escritor es la lengua y esta es en la que más o menos nos entendemos"
IX Congreso de la Lengua Española
El colombiano participó junto a Carmen Posadas y Enrique Vila-Matas en un encuentro literario sobre las dos orillas del Atlántico
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Cádiz/El Congreso de la Lengua pretendía convertir el Aula Magna de la Facultad de Medicina en un barco, en el mecido de las olas pasado a páginas de literatura, en un ida y vuelta de poemas y autores, de libros e historias, de creación y expresión compartida en un mismo idioma. Los encuentros literarios del aquí y el allá que tantas influencias nos han regalado haciendo chico el mismo Atlántico. Y algún desencuentro, por qué no, que no todo es fácil y bucólico.
Le tocó a José María Merino hacer de académico anfitrión. "Un presidente fantasma", se autodefinió –ante la ausencia por un problema de salud de Álvaro Pombo–, que recordó la antigua relación de las dos orillas con la mención al inca Garcilaso, con los cuentos de Emilia Pardo Bazán, el boom latinoamericano que encabezó García Márquez o la aportación en la renovación del minicuento. Presentó a los intervinientes como la presencia de muchos géneros y muchas músicas.
El presidente de la Asociación de periodistas culturales de Andalucía, Manuel Pedraz, ejerció de maestro de ceremonias y aprovechó la ocasión para reclamar el flamenco y sus cantes de ida y vuelta, pero sobre todo, el papel de Fernando Quiñones, "que merece un reconocimiento quizás un poco más generoso en este Congreso", lanzó en un tímido dardo cargado de honores, porque en él se basó para recordar los encuentros literarios entre el gaditano y su maestro, el argentino José Luis Borges, para tratar la oralidad y sus músicas.
Cruzó el charco la palabra para abrir el micrófono del autor colombiano Héctor Abad. El meloso antioqueño agravó su voz para intentar imitar el acento peninsular para recitar a Lope de Vega, que le sirvió de excusa para contar su intento de ser lector (profesor de lengua materna en Italia), un trabajo ("el más bonito que he tenido") que casi no consigue porque tenía un problema, su español era "subdesarrollado" para la hispanista Maria Grazia Profeti. "No imito como Javier Cámara el colombiano".
Abad meció los argumentos para convencer sobre la relación que tenemos con la madre y el padre, con los complejos, con la pertenencia, hasta enseñó un análisis del ADN para conocer los orígenes. Presentó la diatriba con la hipótesis de que, "los que estamos en la otra orilla no sabemos bien quién somos. Sí, somos españoles en parte, pero también somos indígenas y no sabemos bien nada". Habló de las mujeres que fueron ofrecidas a los conquistadores para hacer las paces tras las guerras, habló de su madre americana, del orgullo mestizo del inca Garcilaso, habló del complejo americano del hijoeputa y el del bastardo, habló de que casi la mitad de familias sudamericanas tienen un padre ausente, del hijo de Hernán Cortés...
Si Martín Caparrós ha defendido que al español hay que cambiarle el nombre, Abad lo ve como un complejo latinoamericano. "A los estadounidenses les da igual decir que hablan inglés", ejemplifica. "A estas alturas, ¿para qué?" Y entronca ese complejo con el de no saber si queremos o no a nuestras madres, si estamos orgullosos de ella o la llamamos traidora porque se fue con el conquistador... Y la conclusión del escritor es contundente: "mientras no alcancemos como una serena aceptación que padre y madre tienen diferentes acentos, nos vamos a mantener en una pelea inútil para saber si hablamos o no lengua correcta. Para mí fue una liberación estudiar más lingüística" para conocer que la corrección no tiene más importancia, si no que "si uno habla con naturalidad (yo no hablo español, el español habla a través de mi), la lengua materna está bien, suena bien. Si uno piensa como camina, se le daña el caminado. Esta lengua mestiza mía me encanta y no tengo problema en aceptar la lengua de los viejos padres. Estoy tan orgulloso como el inca Garcilaso de su padre y su madre”.
Incluso cerraría el panel con una última aportación en la que insiste en que "la patria verdadera del escritor es la lengua y esta es en la que más o menos nos entendemos".
Carmen Posadas cogió el testigo para afirmar que "los sudamericanos que venimos acá nos sentimos en casa porque Cádiz es igual a todas las ciudades". Y del presente saltó al pasado, a aquel 1514 en el que una ley permitió los matrimonio interraciales para que los hombres pudieran rehacer su vida en las indias. Lo comparó con Estados Unidos, que esas uniones fueron ilegales hasta 1967. En Sudáfrica se legalizó en 1984. "España es el país más generoso en el entrevero y eso en literatura creo que ha sido fértil".
La uruguaya contó como su infancia estuvo inflada de cuentos con influencias de todos los vientos, religiones y lenguas. "Es verdad que la literatura latinoamericana es mucho más oral, sus cuentos te embarcan en aventuras que casi puedes ver". Su vida como hija de embajador le ha llevado a conocer bien pronto diferentes países, y a que trabajaran en casa gente de muchos orígenes (un jardinero polaco que decía que era un príncipe, una cocinera gallega cuyos cuentos eran terroríficos, una quinta (finca) que lindaba con un manicomio, una residencia vecina con mayores supervivientes del holocausto...
"Los mestizos son siempre guapos y la literatura mestiza también lo es". La novelista se pregunta qué diferencia hay entre un europeo y un hispanoamericano que escriben. Reflexiona que son los años que hacen tan vieja a Europa, "los escritores tienen la suerte de tener detrás una gran cultura y tradición y eso influye de algún modo, a pesar de estar en el siglo XXI". Sin embargo, en los americanos se espera que haya cocoteros, palmeras y realismo mágico. "Pensaban que en toda Latinoamérica tenía que haber", explica Posadas que le preguntan mucho sobre el por qué no encuentran eso en sus libros.
Latinoamérica es todo un continente y tiene muchas formas diferentes de expresarse. La literatura iberoamericana bebe de todas sus fuentes y luego, "pasado por el tamiz del español, ha tenido la suerte de convertirse en universal gracias al boom, que para los autores de mi generación también se convirtió en una losa pesada", explica. "Roberto Bolaño ayudó a levantar esa losa porque a partir de él se dieron cuenta de que los latinoamericanos podemos escribir de muchas maneras, no hacen falta cocoteros ni caimanes.
Para cerrar la mesa y traernos de vuelta a este lado del Atlántico, Enrique Vila-Matas leyó su disertación en la que contaba como su amigo Sergio Pitol relacionaba Cádiz con Veracruz (donde vivía este) que le recordaba por su bahía, por el puerto... Hasta allí fue el escritor y conoció el origen de la ciudad, "un lugar para ilustrar los desencuentros". Y de eso trató Vila-Matas porque donde hay encuentros también los desencuentros existen.
"El más célebre fue el que vivieron Rubén Darío y Miguel de Unamuno, entre los que había una cristalina muralla de hielo" que hacía que aunque estuviesen juntos, algo los mantenía apartados. El autor desgranó los dos únicos periodos donde se rompió esa muralla helada, trató la literatura internacional de Sergio Chejfec, y puso las temáticas tratadas (migraciones, feminicidios, desapariciones) como uno de los motivos en los que "persevera, incluso aumenta ese algo que nos separa".
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