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Hernán Cortés: "La atmósfera del cuadro es luminosa, como la actitud intelectual de Pérez-Llorca"

La obra definitiva de José Pedro Pérez-Llorca

El pintor gaditano Hernán Cortes narra cómo ha sido el proceso creativo del cuadro a su querido amigo José Pedro Pérez-Llorca

Retrato de José Pedro Pérez-Llorca pintado por Hernán Cortés

Hernán Cortés ha finalizado uno de los encargos más especiales que ha caído en sus manos en los últimos tiempos: el retrato definitivo de su querido amigo José Pedro Pérez-Llorca. Su hijo Pedro quería sentir cerca la presencia de su padre, que falleció en marzo de 2019, y quién mejor que Cortés para plasmar este deseo.

El encargo ha sido todo un reto para el pintor gaditano, el mismo que ha llevado al lienzo la figura de las más ilustres personalidades de todas las esferas de la sociedad europea de los siglos XX y XXI. Desde Norman Foster al Rey Felipe VI, pasando por Gregorio Marañón, Raymond Carr, Felipe González, Alberti, John Elliott, Plácido Arango... hasta los siete padres de la Constitución.

Entre estas últimas piezas que lucen en el Congreso de los Diputados rememora el primer cuadro que hizo del que luego se convertiría en colega y compañero de trabajo en los menesteres del Museo del Prado, el también ilustre gaditano José Pedro Pérez-Llorca. “Entonces lo pinté con el aspecto que tenía cuando se elaboró el texto constitucional, a mediados de los años setenta, aunque la obra es posterior”, explica en una conversación mantenida con este medio sobre el proceso creativo.

Ahora, décadas después, la pincelada del nuevo retrato que ya cuelga en el despacho Pérez-Llorca, “de los más importantes bufetes de abogados de España”, está inevitablemente impregnada de la cercanía, el cariño, los años de trabajo codo con codo, la complicidad, su gaditanismo común, y la estricta profesionalidad de un artista que ha tenido que tomar distancia antes de adentrarse en los rasgos de un físico, el carácter y la personalidad que quedan perfectamente reflejados, entre sutiles reminiscencias de su Cádiz natal.

Hernán Cortés y José Pedro Pérez-Llorca en el estudio del pintor, junto a una obra de Cádiz

Pero esta amistad con el retratado no convierte la hazaña en tarea fácil, más bien lo contrario, esgrime Cortés. “No crea que pintar a un amigo es tan ventajoso, suele ser a veces un inconveniente porque antes de comenzar un retrato tienes que indagar en la personalidad, en la trayectoria, en la actitud y ver cómo se enfrenta al mundo. Tienes que olvidarte de filias y fobias si quieres llegar al interior de la persona. Y no puedes estar demasiado lejos, pero ojo, tampoco demasiado cerca”. Una vez conseguido, comienza “con pasión” el desafío pictórico, que es “el momento de la verdad”.

Es aquí donde entra en juego la pintura y la destreza, pincel en mano, de captar la mejor versión de Pérez-Llorca. En este caso, retratado de perfil, con su inseparable sombrero en mano posado en la baja espalda y un semblante amable y sereno, en un espacio luminoso, sencillo y depurado de todo elemento más que la arquitectura de la sala que lo cobija, en lo que se convierte en todo un manifiesto de intenciones de Cortés. “Era la pose más familiar, pues durante más de un lustro trabajamos muy estrechamente en la Comisión Permanente del Museo del Prado, de cuyo patronato fue presidente con tanto acierto, y yo me colocaba ahí por mis problemas de oído, siempre en el mismo lugar”. Era la perspectiva desde la que conversaban, y desde la que lo ha inmortalizado, envuelto en “una atmósfera luminosa, como la actitud intelectual de Pérez-Llorca”, de paredes claras “que remiten al recuerdo de nuestro Cádiz natal”, y sin más elementos que una columna de orden clásico “tan propia de nuestra cultura sureña”.

Menciona, además, el espacio que sugiere un edificio público, “porque lo público era el empeño y la vocación de José Pedro, pues no le vi nunca dudar en tantos vaivenes que vivimos en el Prado cuando se trataba de defender lo público, lo que era de todos”. Es más, concluye de este paralelismo entre su persona y la atmósfera que lo rodea, “su firmeza era como la de la columna representada”.

Una obra sencilla y redonda, que fue entregada entre agradecimientos que le enorgullecen. “Su hijo me ha confesado que cuando lo mira le parece que su padre está de vuelta, y no hay mayor elogio para un retratista”, reconoce.

Cuestionado por la pregunta de qué le diría el retratado nada más descubrir el resultado imagina que “es probable que soltara algún comentario irónico, seguido seguramente de un latinajo, pues tenía un gran sentido del humor, y a la vez, como buen gaditano, era refractario a toda grandilocuencia”, comenta en clave de humor.

También resalta el carácter moderado y equilibrado de José Pedro Pérez-Llorca, una apariencia bajo la que “subyacía un carácter incisivo y muy sutil”. Una persona, añade el pintor, “de mirada precisa pero que a la vez escondía la fragilidad de un hombre de marcada sensibilidad”. Un cúmulo de certezas que traspasa la frontera estática del cuadro, y que permite verlo en acción. Al José Pedro gaditano, al amigo, al compañero, al padre, al marido, al trabajador incansable de y por lo público. El retrato definitivo de su admirado y admirador Hernán Cortés.

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