José Manuel Pascual: “Hay que apostar por Cádiz. Se están perdiendo muchas oportunidades”

VII premio Federico Joly. Entrevista con José Manuel Pascual Sánchez-Gijón . Gerente de los Hospitales Pascual

José Manuel Pascual cuenta cómo fue la expansión del grupo sanitario

“Nunca olvidemos que la semilla de San Rafael se germinó en el patio de nuestra casa”

El empresario José Manuel Pascual, galardonado con el VII Premio Federico Joly

José Manuel Pascual, un gaditano muy preocupado por su ciudad / Julio González

José Manuel Pascual (Cádiz, 1953), Mané para muchos, se encuentra en su despacho de su querido hospital de San Rafael. Rodeado de recuerdos, fotos de sus hijos, de su padre, de su nieta...

No es fácil convencerle para salir en la foto. Él sigue prefiriendo actuar desde la sombra sin populismos ni declaraciones ante los medios a no ser que dos de los pilares fundamentales de su vida peligren: su familia y sus trabajadores.

Hablar de José Manuel Pascual Sánchez-Gijón es hablar de su padre, José Manuel Pascual Pascual, fundador de la clínica de San Rafael, de su madre, “una auténtica devoradora de libros”, de sus tíos, de sus hermanos, de sus hijos...

–Este premio le llega justo en el año en el que SanRafael cumple 75 años ¿Es hora de hacer repaso?

–En origen mi familia procede de Murcia y Extremadura. Cuando llegaron a Cádiz a lo que se dedicaron más directamente fue a la educación. Mi tía Josefina Pascual, Marisol Pascual. Le hablo de mis abuelos Manuel y Josefina que tuvieron dos hijos:Marisol, que también se dedicó a la enseñanza, y José Manuel que fue el primer médico de “la camada”. Bueno, en la familia había otro antecedente que dedicó también su vida a la Medicina. Era un tío abuelo que era médico del rey Alfonso XII. Vivía en Madrid. Era urólogo, por lo que ahí empezó a correr la Medicina por nuestras venas.

–¿Pero es su padre el que le sirve de modelo?

–Mi padre, José Manuel Pascual Pascual terminó siendo cirujano, y se dedicó de lleno a la cirugía general, la traumatología, la cirugía torácica, en un tiempo muy difícil para la Medicina en la que había muchos pacientes turberculosos.

"Me gusta escuchar todas las opiniones, analizarlas, discutirlas y tomar luego una decisión”

–El término cirujano era un concepto muy genérico en esa época.¿Era casi un término comodín?

–Sí. Los cirujanos también operaban tórax por lo que se tenían que enfrentar durante los años 50-60 y 70 a las enfermedades respiratorias. Mi padre iba al hospital de Puerto Real, que estaba especializado en aquel entonces en el tratamiento de la tuberculosis.ç

José Manuel Pascual Sánchez-Gijón / Julio González

–Pero al final la enseñanza quedó relegada y fue la Medicina la que se hizo grande en su familia.

–Sí. Mi hija, mi hijo José Manuel... Mi padre tuvo ocho hijos de los cuales tres estudiaron Medicina. Yo, que soy el tercero por edad entre mis hermanos, María José que es la mayor estudió Medicina, y el cuarto, Salvador, que es cirujano general y jefe de Cirugía General del hospital de El Puerto de Santa María.

–¿Pero realmente usted quería ser médico?

–Sí, quería. Elegí traumatología, como mi padre. Seguí su labor diaria muy de cerca.

–¿Y recuerda haber pasado parte de su niñez en este hospital entre médicos y enfermeras y con fuerte olor a éter?

–Pues no. La verdad es que no. No se me veía mucho por aquí. Yo estudié en el colegio San Felipe Neri de Puerta Tierra. Luego pasé por el Instituto Columela, donde conocí a uno de mis mejores amigos, el doctor Francisco Gómez Armenta. Podía tener 15 años. Eso sí. Es uno de mis mejores amigos pero le guardo en el “debe” que fue la persona que me metió en el tabaco. Me preguntó el primer día de clase si había alguien que fumara en casa y me pidió que me llevara tabaco al instituto. Esa sí se la debo. (Se sonríe con cariño).

–¿Y ya tenía claro en esos años que iba a terminar siendo médico?

–No, aún no. Me quedaban aún muchos escalones por subir. Estudié en la Facultad de Medicina de Cádiz, cuando ésta aún dependía de la Universidad de Sevilla.

"Todo el esfuerzo hay que concentrarlo en un punto hasta lograr romper el frente enemigo”

–En aquel entonces era una Facultad muy bien vista en el mundo entero.

–Dentro de España y fuera de nuestras fronteras. Aquí venía gente de sudamérica a mansalva. Terminé la carrera en 1977 (entonces eran cinco años, ahora son seis, aclara). En el 80 terminé la especialidad. Y, de hecho, pertenezco a la primera promoción que entró a ejercer vía MIR. Hice el Preu para acceder a la Universidad y luego llegaron las primeras oposiciones a médico especialista.

–¿Entonces usted llegó estar en la nómina d e la sanidad pública?

–Sí. Mi primer jefe de servicio fue don Antonio Jiménez Cisneros y me formé de la mano de José María Calvo Fernández, que era el jefe de sección. Durante esa época llegaron a Cádiz ilustres traumatólogos como don Julio Rodríguez de la Rúa, que fue durante 30 años jefe de servicio del Puerta del Mar y don Rafael Álvarez Paredes, nuestro jefe de servicio de Traumatología. No olvidaré nunca que me formé en el hospital de Zamacola. Ya en el 80 recibí el título de especialista en Traumatología y ya fue cuando inicié mi andadura en San Rafael.

–¿Con un pie en Zamacola y otro en San Rafael?

–Durante los años que estuve de residente en Zamacola también me acercaba a San Rafael para ayudar a mi padre. Ya, una vez que terminé mi época de residente, Rafael Álvarez Paredes se vino conmigo a trabajar a Diego Arias. Pero antes de eso estuve mucho tiempo yendo al Campo de Gibraltar a pasar consultas, fui médico de cupo en Vargas Ponce y en Algeciras y estuve en el Instituto Social de la Marina. Un médico de cupo es un médico que tiene una población adscrita como ahora es el médico de familia. Yo era el médico de cupo de La Viña y, como traumatólogo, daba servicio a toda la población de este barrio gaditano.

José Manuel Pascual Sánchez-Gijón / Julio González

–¿Y guarda buenos recuerdos de toda esa época?

–Somos ocho hermanos (tres mujeres y cinco hombres) y estuvimos viviendo muchos años en la calle Cabrera de Nevares en una época en la que los niños dormíamos apilados. Mi padre se fue ya a vivir a Bahía Blanca y allí es donde pasé buena parte de mi juventud y de ahí que terminara estudiando en el Columela. No puede imaginarse la de partidos de fútbol que me he pegado en ese campo hondo.

"Puede que su tendencia política (la de Kichi) le obligara a veces a hacerme ver como un ser maligno”

–¿Y cómo recuerda esa gran familia?

–Tengo muy buenos recuerdos. La comida no faltaba en casa y tenía, además, una madre que nos obligaba a comer de lo que había. Ami hermana Esperanza no le gustaba la carne y la tiraba al suelo. Mi madre la cogía le daba un lavado de cara y hacía que se la comiera recordándole siempre la de gente que no tenía nada que echarse a la boca.

–Hábleme de su madre, por favor.

–Recuerdo como nos metíamos tres o cuatro de nosotros con mi madre en la cama. Mi padre salía siempre muy tarde del hospital porque se llevaba allí mucho tiempo operando. No es como ahora que hay veintitantos médicos, por decirle una cantidad.

–¿Era una profesión sin horarios?

–Siempre tenías que estar disponible para una urgencia. Mi padre ya era de los que pensaban que el paciente estaba por encima de todo.

–Y la empresa fue creciendo y creciendo...

–Mi abuelo Manuel y mi abuela Josefina, que eran personas dedicadas a la educación, vivían aquí en una casita en Diego Arias. Cuando mi padre decide ser médico y opta por iniciar una aventura empresarial por sí mismo, convence a mis abuelos para hacer una clínica en el patio de la casa. Entonces se atendían patologías muy diversas y él todavía no tenía definida su especialidad aunque se dedicaba de manera genérica al tórax, a la cirugía general y a la traumatología. Y es cuando empieza a atender a pacientes de trauma y cuando nace el Hospital de Traumáticos de Cádiz. Fue creciendo en número de camas y ya se empezaron a atender nuevas patologías. Se inició la adquisición de inmuebles del entorno hasta ser lo que hoy conocemos como el hospital de San Rafael que hoy ocupa dos manzanas. Pero nunca olvidemos que la semilla de todo esto se germinó en el patio de nuestra casa.

–Y este año, el 75 aniversario...

–Yo llegué aquí en 1980 ya con el título de traumatólogo. Hasta entonces, el hospital tenía una especie de concierto con la Seguridad Social en una época en la que ya esos acuerdos iban a menos. Se inicia una nueva etapa en la empresa en la que toca convencer al Gobierno y a la población de que los hospitales concertados son necesarios para atender a la población de manera óptima.

"He llegado a proponerle a la UCA la creación de nuevas facultades de Medicina o Enfermería”

–¿Y llegó la expansión?

–Tocaba mirar hacia delante y emprender nuevas aventuras como fue el nacimiento del hospital de El Puerto. A veces se olvida que la Administración hizo un llamamiento a la iniciativa privada para que interviniera. Pero sólo acudimos nosotros a la llamada. Se sacó un concurso público para todo aquel que quiso, pero ahí sólo estuvo Pascual.

–¿Y ya Pascual había dado claras muestras de su preocupación por la salud de los gaditanos?

–En el 75 se tiró el hospital de Zamacola y ahí estuvimos nosotros. Fue un hito importante porque uno de los edificios de San Rafael se convirtió en el hospital de referencia de todo Cádiz. Llegamos a poner 600 camas a disposición de la ciudadanía.

–¿Fue un aterrizaje forzoso el suyo?

–A ver. Yo estaba como residente de segundo año cuando empecé a tomar partido en las decisiones que se iban tomando en San Rafael. La empresa se estaba jugando su supervivencia y traté de compaginar mis estudios con la gestión de la empresa. Por fortuna la sanidad pública se dio cuenta de que necesitaba esos conciertos para poder dar una cobertura más garantista a toda la población.

Pasaron los años y allá por el 90-91 ya habíamos comprado un hospital en Huelva, el que a día de hoy es el Blanca Paloma. Hubo un nuevo llamamiento a la iniciativa privada pero entiendo que estaba cargado de hipótesis y falto de garantías, por lo que nadie acudió, y allí estábamos nosotros. Le preguntamos a la Administración que qué necesitaba y nos dijeron que requerían un hospital en Málaga porque allí las listas de espera eran interminables.

– Y ahí estuvo usted de nuevo...

–En el año 91 compramos el Hospital Militar de Málaga que estaba cerrado. Construimos al lado un nuevo edificio en una obra que duró dos años. Ya estamos en 1994 que fue cuando concertamos el hospital en tiempos de García Arboleya como consejero de Salud. Apostamos por un modelo de comarcalización de la atención sanitaria y apostamos por los hospitales comarcales y surgió Villamartín y Sanlúcar, dos hospitales perfectamente integrados en sus territorios y en su población. Quedó demostrado con el tiempo que el modelo fue acertado. Tanto, que a día de hoy San Rafael se ha convertido ahora en una especie de hospital comarcal con vida propia y ya los pacientes que llegan no son los sobrantes del Puerta del Mar sino que tiene su propia zona de influencia con epicentro en el casco histórico de la ciudad.

– ¿Ustedes aprendieron de la sanidad pública o fue al contrario?

–Las conexiones entre la sanidad pública y la privada son realmente más fuertes de lo que la gente se cree porque los médicos que nosotros tenemos están todos formados en el sistema público. O sea, que hay una transferencia del conocimiento. No son dos mundos estancos. Al final, todos buscamos ofrecer la mejor atención sanitaria posible a los ciudadanos.

– ¿Usted era un médico empresario o un empresario médico?

–Cuando llegué aquí era un traumatólogo que sabía lo que sabía porque lo había aprendido de mi padre. Pero la gestión te acaba absorbiendo y cada día era menor el contacto directo con los pacientes.

– ¿Ese pudo ser uno de sus grandes sacrificios?

–Fue algo progresivo. Yo seguía teniendo pacientes entre los años 80 y 90. Fue el doctor Rafael Álvarez Paredes quien se hacer cargo del servicio de Traumatología en ese tiempo de expansión. Vinieron durante esos años muy buenos profesionales que se fueron instalando en los distintos hospitales comarcales.

– Supongo que en una expansión como la que vivieron era fundamental rodearse de gente eficaz y de confianza. ¿Usted es de los que saben delegar?

–No puedo estar permanentemente en todos los hospitales, auque llevo encima muchos kilómetros hechos. Lo que sí sé es que en cada hospital tengo a gente en las que creo firme y ciegamente.

– ¿Se considera un jefe recto?

–Tendría usted que preguntarle a la gente queme rodea cada día. No me gusta contar milongas.

– Nunca ha delegado en nadie las negociaciones con los políticos. Ha tenido trato directo con todos los alcaldes de Cádiz y me consta que mucho con Kichi.

–Con Kichi me une mucha amistad y sé que me quiere mucho. Puede que su tendencia política le obligara a veces a hacerme ver como un ser maligno, pero si necesitaba algo sabía que me tenía siempre a disposición de la ciudad.

– ¿Habría sido un buen alcalde para Cádiz?

–Pues no lo sé... Es cierto que siempre me ha gustado proponer alternativas a los políticos sobre lo que yo creía que eran buenos emplazamientos en la ciudad para proyectos que podrían atraer riqueza para Cádiz. Era más bien la época en la que gobernaba Teófila Martínez. Siempre me ha gustado apostar por la mejora de la ciudad. Me gusta pasear por Cádiz con mis amigos y buscar acercamientos con la clase política para proponerles diferentes aventuras que traigan riqueza, empleo y estabilidad para los gaditanos. He tratado de que la empresa invierta y reinvierta su riqueza en la ciudad precisamente buscando que volviera a Cádiz una clase media que optó por irse ante la falta de servicios.

– ¿Por ejemplo con la Universidad de Cádiz?

–Pues sí. He intentado un acercamiento con la UCA para proponerle que vinieran nuevos chicos a estudiar a Cádiz e incluso he llegado a proponerle la creación de nuevas facultades de Medicina o Enfermería. He trabajado siempre para que la ciudad progrese. Me gustaría que las administraciones trabajen más para conseguir rejuvenecer una ciudad que veo que va perdiendo día a día población y que está perdiendo muchas oportunidades.

– ¿Y sigue creyendo en los políticos?

–Me gusta batallar y defender un modelo de ciudad en el que sí sigo creyendo.

– ¿Se siente querido por los gaditanos?

–No me lo planteo. Hago lo que creo que debo hacer en cada momento.

– ¿Y acepta consejos?

–Me gusta escuchar todas las opiniones, analizarlas, discutirlas y tomar luego una decisión. Me gustan las discrepancias porque creo que es ahí donde surgen las mejores ideas. Tomo una decisión pero antes intento escuchar las voces de las personas en las que confío. También le digo que cuando me equivoco, lo reconozco y no busco culpables.

– ¿Es fácil convencerle?

–Mis hijos me dicen que no es fácil. Mi hijo José Manuel me dice que tratar de convencerme es un gran entrenamiento para la vida. Me dice que hay que argumentarme las cosas hasta límites insospechados. Ése es un buen ejercicio porque mientras argumenta se escucha a sí mismo y, a veces, es ahí cuando se da cuenta de que no llevaba tanta razón como pensaba.

– ¿Guarda muchos recuerdos de su padre?

–Los domingos por la tarde me gustaba charlar con mi padre. En esas conversaciones, yo no era conciente de que estaba recibiendo, poco a poco, el legado de esta empresa de manos de mi padre. Mientras tanto, mi madre se hacía cargo de los nietos. Ella fue una de las primeras mujeres catedráticas de su tiempo y era una persona muy ilustrada. Mi madre fue una de las personas que más libros pudo leer a lo largo de su vida. Mi padre eran un gran comprador de libros, pero a mi madre siempre la recordaré como una gran lectora.

– ¿Cree que todo esto queda en buenas manos?

–Saben perfectamente cómo funciona. Hace tiempo que di un paso a un lado para que ellos se hicieran cargo de casi todo.

– ¿Y siguen pidiéndole consejos?

–Sí, siguen haciéndolo y siempre me tendrán a su disposición.

– ¿Y cree que en el legado hay algún consejo que sus hijos terminarán dándoselo a sus nietos, y así sucesivamente?

–Uno. Y sé que mis hijos se sonreirán cuando lo lean porque se lo saben de memoria. Los objetivos se consiguen sólo con esfuerzo. Todo el esfuerzo hay que concentrarlo en un punto hasta lograr romper el frente enemigo. Hay que luchar hasta ganar.

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