La Junta de Damas en el siglo XIX
Un grupo de mujeres de la burguesía y la nobleza gaditana promovió hace ahora 190 años un cambio en los roles de la sociedad de la época, donde el hombre tenía el papel relevante
En el Cádiz del siglo XIX un grupo de mujeres pertenecientes a la nobleza y a la burguesía de la época abrieron el camino a otras mujeres para que salieran de los espacios exclusivamente domésticos y de cuidado familiar que la cultura patriarcal les había asignado. Este colectivo formaba parte de la llamada Junta de Damas.
La Junta de Damas surgió vinculada a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la ciudad y, a semejanza de otras que proliferaron en España durante el siglo dieciocho, se desarrollaron bajo el ideario ilustrado con el fin de impulsar la economía de la nación. La de Cádiz se constituyó el 8 de marzo de 1827, cumpliéndose hoy el ciento noventa aniversario de su constitución, como un espacio donde los ilustrados, miembros de la Real Sociedad Económica consideraron que únicamente sus iguales en estatus social, es decir, damas pertenecientes a la nobleza y burguesía, podían colaborar en este proyecto para servir de modelos a otras mujeres y contribuir, desde sus limitados papeles sociales, al bien común intentando paliar situaciones de mendicidad y pobreza.
La Junta de Damas de Cádiz tuvo como antecedente a la Junta de Señoras de Fernando VII, damas gaditanas de alta posición social que desde 1811 en el Cádiz asediado por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, estuvieron en activo con el visto bueno del Consejo de Regencia. Estudiadas por la profesora Gloria Espigado, éstas se constituyeron bajo la presidencia de la marquesa de Villafranca, Tomasa de Palafox, hija de la condesa de Montijo, María Francisca de Sales y Portocarrero, que fuera secretaria de la Junta de Damas de Madrid entre 1787 y 1805. Esta Sociedad de Señoras recaudó e invirtió en el ejército español un millón de reales y le facilitó vestimentas, contribuyendo, así, a la independencia de la patria.
Tras la Guerra de la Independencia y restablecido el poder monárquico fernandino, la Junta de Damas de Cádiz se constituyó en aquel 1827 como Quinta Clase, siguiendo la organización interna de la Económica en áreas de trabajo -agricultura, comercio, industria, educación y beneficencia y la susodicha Junta de Damas-, lo que permitió a un grupo de mujeres de la ciudad adentrarse en un universo masculino hasta entonces vedado para ellas.
El día a día del Cádiz de la época se vio alterado por la presencia activa de mujeres como María Josefa Fernández O´ryan, marquesa de Casa-Rábago que presidió la Junta de Damas desde 1827 hasta su fallecimiento en el año 1861, siendo una de las presidentas más activa de la historia de la Junta y que, como otras muchas, combinaron los cuidados familiares y del hogar con el acceso a nuevos espacios de sociabilidad que ampliaron sus esferas de vida. Junto a ella, otras mujeres salieron de sus hogares para ser útiles a la sociedad tales como: Emilia de Villanueva Laiglesia, marquesa de Casa-Laiglesia; María Joaquina Jiménez de Velasco y Boneo, condesa de Maule; María Encarnación Clemente de Francia, condesa de Río Molino, María Ana Compains, Elena Prendergast, Clara Azpillaga, viuda de Pazos de Miranda o, entre otras muchas, Francisca Cepeda, hermana de la regidora honoraria de Cádiz Rosario Cepeda, que adoptó un discurso crítico a la adscripción de las mujeres a la vida doméstica y familiar.
Las Damas gaditanas gestionaron dos áreas sociales de importancia en la ciudad. Por un lado, la educación de niñas pobres a través de la creación y organización de la primera Escuela Gratuita de Niñas y por otro, la vigilancia y control de los establecimientos de beneficencia. En ambos frentes desempeñaron un trabajo que se convirtió en esencial para la atención benéfica tanto de las niñas recogidas en las escuelas como en la atención que se dispensó a la población de menor edad recogida en la Casa de Expósitos de la ciudad. La Real Orden de 12 de febrero de 1829 posibilitó que en el mes marzo de aquel año, las Damas se hicieron cargo de la mencionada Casa de Expósitos de la ciudad.
Con la escuela de niñas, la Económica había tomado conciencia de la necesidad de dar instrucción y ocupación a las niñas para evitar que se convirtieran en mujeres inactivas, iniciándolas en labores de hilado y tejido junto a rudimentarias nociones de lectura completada con instrucción religiosa. En aquel establecimiento la Junta de Damas llevó a cabo la inspección, dirección y cuidado sentando los pilares desde donde el nuevo centro impulsaría su labor docente.
En la Casa de Expósitos la llegada de la Junta de Damas propició un acuciante descenso en la alta mortalidad infantil que propició que, en 1828, el establecimiento recibiese el apelativo de la mansión de la muerte. Entre las medidas que gestionaron las Damas estuvieron la implantación de la lactancia artificial, la separación física de las personas enfermas de las sanas para evitar contagios, la dotación de personal médico, la gestión y organización del trabajo de las amas de crías, tanto las que trabajaban en el interior de la Casa como las que cuidaban a la población expósita en sus domicilios.
La gestión al frente de ambos establecimientos le permitió a este grupo de mujeres acceder a espacios que, hasta entonces, habían sido de dominación masculina y crearon, entre ellas, redes de afinidad adquiriendo, aunque de manera embrionaria, cierta identidad de género. Así pues, la Junta de Damas de Cádiz rompió con su trabajo en la Casa de Expósitos y en las escuelas de niñas pobres la imagen que hasta entonces se tenía de las mujeres como una parte de la sociedad recluida en el hogar y que sólo tenían una utilidad como cuidadora de la prole.
Las calles de Cádiz acogieron a mujeres que habían decidido salir de su anonimato doméstico y rompieron los esquemas sociales impuestos, permitiendo observar nuevas definiciones de lo masculino y lo femenino, acorde con los discursos y prácticas reformistas de la época. En este sentido, era normal ver a las Damas como inspectoras de las amas de cría externas. La marquesa de Casa-Laiglesia en el barrio del Rosario, a Nicolasa Ravina en el barrio de la Cuna, a Teresa Laborde en el barrio de San Carlos o a la marquesa de Casa Rábago en el barrio de La Viña, entre otras muchas.
La Junta de Damas permitió que los foros masculinos de la época como la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la Real Academia de Medicina y Cirugía, los gobernantes locales y las autoridades eclesiásticas estuvieran acostumbrados a tratar con ellas y a observar y recoger sus peticiones de mejora que permitían el mejor funcionamiento tanto de la Casa de Expósitos como de las escuelas de niñas de la ciudad.
El acceso a unos espacios que hasta aquel momento habían sido de dominación masculina les permitió crear un conjunto de lazos de afinidad. Se produjo un trabajo en equipo, ya no sólo entre las propias Damas sino también con las maestras de las escuelas, las amas de crías, las hermanas de la Caridad que colaboraron con los expósitos e incluso con las Damas que surgieron en la provincia de Cádiz a través de las hijuelas de la Casa Matriz de Expósitos en Vejer, El Puerto de Santa María, Chiclana, Conil, San Fernando, Algeciras… ya a mediados de la centuria.
La Junta de Damas de Cádiz surgió al inicio de una centuria en la que los múltiples vaivenes políticos y, principalmente, nuevas definiciones y pensamientos sobre el papel de mujeres y hombres en la sociedad fueron moldeando las relaciones entre los sexos. Las Damas gaditanas tuvieron una característica propia que la define respecto a sus antecesoras. Su constitución a principios del diecinueve le permitió ser, por un lado, heredera de la tradición de las juntas de damas que habían nacido en el siglo dieciocho, tomando como modelo de gestión las experiencias en los establecimientos educativos y benéficos de las Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid.
Por otro lado, fue evolucionando sobre las trasformaciones culturales que se desarrollaron en España desde mediados de los treinta del XIX relacionadas con la nuevas formas de ocupación del espacio público, transformaciones que impulsaron a las Damas a moldear nuevas maneras de estar en lo público, nuevas maneras de relacionarse con el poder masculino y, en definitiva, nuevas experiencias que las condujeron a la formación de una identidad colectiva que les permitiría cuestionar los modelos de feminidad impuestos y les llevaría, a mediados de la centuria, a poder independizarse de la Económica de Amigos del País de Cádiz.
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