¿Libertad para qué?

Historia política

Un siglo de la entrevista de Fernando de los Ríos con Lenin en Moscú

Fernando de los Ríos, durante un mitin.
Fernando de los Ríos, durante un mitin.
José María García León - Historiador

07 de septiembre 2020 - 07:00

Hace ahora un siglo tuvo lugar el controvertido viaje a la Rusia soviética de Fernando de los Ríos, comisionado por el Partido Socialista Obrero Español, para tratar con las autoridades de aquel país la posible incorporación del partido a la Tercera Internacional o Internacional Comunista que se había creado en Moscú en marzo de 1919.

Aunque con muy escasa representación parlamentaria, el movimiento obrerista fue ganando paulatinamente terreno desde principios del siglo XX en España sin que los políticos del ya viejo y caduco sistema canovista supieran darse cuenta de su verdadera dimensión, tal vez con la tardía excepción de Eduardo Dato, asesinado en 1921. La única respuesta de la democracia liberal de entonces fue ignorarlos o endurecer sus posturas en vez de atraerlos al sistema como se hizo en Inglaterra. En una situación así fue indudable el fuerte impacto mundial que la revolución de octubre en la Rusia zarista de 1917 causó en todos los partidos y organizaciones obreristas.

A lo largo de 1920 hubo intensos debates en el seno del PSOE acerca de la conveniencia o no de dicha incorporación, habida cuenta de que no existía una clara opinión sobre qué camino tomar, si bien una notable mayoría veía con buenos ojos dar el paso adelante, aunque, eso sí, de forma provisional y con ciertas condiciones según se desprendió de su II Congreso Extraordinario celebrado en el mes de junio. Sin embargo, se produjeron una serie de circunstancias que provocaron un replanteamiento de la cuestión habida cuenta de la negativa de la Unión General de Trabajadores, enclavada en la Federación Sindical Internacional, de sumarse a la recién creada Internacional Sindical Roja o Profintern. Asimismo la publicación desde Moscú de los 21 puntos, en los que se especificaba las condiciones que cada uno de los partidos socialistas de los diferentes países deberían adoptar para su ingreso, contribuyó aún más a la incertidumbre. Muy destacados dirigentes como Julián Besteiro o Francisco Largo Caballero se situaron en una postura ambigua y vagamente contemporizadora sin llegar a una conclusión clara, habida cuenta de que las ventajas que se pudieran obtener, si se daba el paso adelante, chocaban con los recelos propios a una previsible pérdida de autonomía del partido. Como telón de fondo, existían también fundadas suspicacias ante una posible revisión de los acuerdos de la propia Internacional y las dudas generadas ante una hipotética unificación de las Internacionales Obreras.

Fernando de los Ríos. Un viaje de cinco semanas

Siguiendo las directrices del partido, Fernando de los Ríos, acompañado de Daniel Anguiano, viajó a Rusia sabedor de antemano de todas las dificultades para tratar de clarificar posturas relativas a las condiciones del posible ingreso en la Internacional Comunista y, de paso, ver sobre el terreno el desarrollo de la revolución bolchevique. Nacido en Ronda en 1879, Fernando de los Ríos, catedrático de Derecho Político en la Universidad de Granada y luego en la de Madrid, siempre hizo gala de un socialismo humanista con fuerte influencia cristiana (García Lorca, muy amigo suyo, le dedicó algunas coplillas jocosas sobre esta cuestión), al margen de cualquier conato revolucionario y dentro de las reglas democráticas.

Partieron en septiembre vía París, Berlín, Tallín, Petrogrado (San Petesburgo) y Moscú. El 16 de octubre se encontraba ya en Petrogrado donde se alojó en un confortable hotel destinado a las delegaciones extranjeras, con comida abundante, cigarrillos, golosinas y continuas visitas a los museos. En ningún momento dejó de estar vigilado más o menos discretamente, poniéndole particularmente molesto el que en un ángulo del comedor siempre hubiera un soldado armado. Ya en un níveo Moscú pudo comprobar con atención cada detalle de la vida que observaba a su alrededor, de un lado, el entorno oficial, fruto de la propaganda, donde apenas faltaba de nada, de otro la realidad de la calle, “multitud andrajosa, macilenta y triste”, en medio de comercios abandonados. Sobre el reparto de la vivienda, observó que cabía a una habitación por cada dos personas, causándole el interior de los pisos “la impresión de algo caótico y penoso”.

De estas duras observaciones hemos de creer, según su propio testimonio, que se acercó a la realidad presente sin ningún prejuicio previo, “dudo que se pueda venir con mayor vocación por la verdad”. En todo ese tiempo asistió a un considerable número de reuniones oficiales, entrevistas con variados personajes y visitas a numerosas instalaciones. Vio a Trosky del que destacó su aplomo y sonrisa condescendiente, llamándole la atención “su voz metálica cargada de energía y su extraña vigorosa mirada que dan a su persona un aire de misterio”.

La entrevista con Lenin

Por fin pudo Fernando de los Ríos entrevistarse en el Kremlin con Lenin, tras pasar por un buen número de controles bien armados. Particularmente interesante resulta esta descripción que hizo del líder soviético: “Su cabeza está casi desprovista de cabello, su barba y bigote son más bien rubios, los ojos pequeños oblicuos, escudriñadores y efectivamente responde su rostro, como de continuo se ha observado, al tipo mongol”. Vestido con un modesto traje oscuro le pareció un hombre afable, bastante humanizado como si la realidad del poder le hubiera cambiado. Su conversación, que en todo momento transcurrió atenta y fluida, versó, como era de esperar, en ensalzar los logros que la naciente revolución estaba consiguiendo. Llegado este momento, como quiera que Fernando de los Ríos le hiciera la observación de que, a pesar de ello, encontraba todo bajo un excesivo control y con una práctica ausencia de libertades, Lenin le respondió que las libertades no era una cuestión prioritaria en aquel contexto revolucionario. A renglón seguido le espetó: ¿Libertad para qué?

Ni que decir tiene que todo esto influyó notablemente en De los Ríos, fuertemente impactado por esa rigidez del sistema soviético, máxime en una mente abierta como la suya. No puede ser más significativa la verdadera impresión que sacó de aquel ambiente revolucionario, sobre el que se había documentado concienzudamente desde su inicio, a través de la carta que le envió a su mujer a poco de salir de suelo soviético: “Ya puedo escribirte libremente, fuera de las tenebrosidades de un mundo policíaco”.

Como es de suponer la consecuencia mayor de su posterior informe presentado a la Ejecutiva del PSOE fue la no adhesión a la Internacional Comunista, provocando poco después una escisión en el socialismo español que daría lugar a la creación del Partido Comunista y del que, precisamente, sí formaría parte por algún tiempo Daniel Anguiano. Todas estas apreciaciones las recogería luego en un libro que, bajo el título de Mi viaje a la Rusia sovietista (sic), publicaría en 1921.

Tiempo después, con la llegada de la II República, desempeñó las carteras de Justicia, Instrucción Pública y Estado. Ya en la Guerra Civil se preocupó especialmente por resaltar el papel de nuestras embajadas en París y Washington. Acabada la contienda fijó su residencia en Estados Unidos donde ejerció el profesorado, muriendo en Nueva York en 1949. Como detalle curioso, que refleja muy bien su pensamiento y sus creencias, digamos que al solicitar dicha residencia y ser inquirido sobre su afiliación religiosa por las autoridades norteamericanas en el cuestionario de rigor, escribió aquello de “cristiano erasmista”.

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