Luto en el barrio de La Laguna y en el fútbol base gaditano por la muerte de Miguel Morejón

Obituario

Era presidente de honor del CD Lagunense y había sido vocal de la Asociación de Vecinos Manuel de Falla-La Laguna

Miguel Morejón López.
Miguel Morejón López.
P.M.E.

26 de diciembre 2020 - 11:17

Aunque llevaba algún tiempo peleando día a día, partido a partido, por seguir respirando, la muerte este viernes de Miguel Morejón López a los 81 años ha dejado un pozo de tristeza en quienes le conocieron. En su barrio de La Laguna -donde fundó hace décadas el Taller Fondo Norte, junto a aquella grada destartalada de un Carranza que por aquel entonces podía presumir de ser el único estadio cubista del mundo, con cuatro graderíos tan dispares uno del otro que a veces daban hasta risa-, en la asociación de vecinos, en sus calles y plazas, ver a Miguel era motivo de contagiada alegría. Por eso cuando nos dejó de manera repentina, poco después de una última vueltecita por el sitio de su recreo, las muestras de dolor se sucedieron. Era Navidad y pocas horas antes, con la Nochebuena, habían sido muchos los que le habían felicitado las Pascuas, a él mismo o a través de su hijo Manolo, que, como Miguel, ha heredado la pasión por los motores y por el fútbol de base, por la esencia.

Porque Miguel fue siempre un enamorado del balón. Atento, apasionado, con carácter pero cariñoso. ¿Cómo está Manolito, y David, cómo lleva esa rodilla Jaime? Otro día ganamos, no pasa nada. Al otro será. Hay que trabajar más, hay que correr más. Siempre tenía una palabra animosa para consolar a los perdedores y una crítica que bajara los humos a los más gallitos cuando se ganaba. Perder con señorío, ganar con humildad. No hay mejor lección vital.

Presidente de honor del Club Deportivo Lagunense, club que fundó junto a Carmelo Fernández y del que ahora forman parte casi tres centenares de chavales, Miguel hablaba de fútbol con la misma naturalidad con la que un pez daría una conferencia sobre natación. Era su elemento natural. Y le gustaba la cercanía con la cancha. Tanto que incluso en sus últimos años prefería sentarse en los banquillos, junto a David y Manolo, su hijo, para seguir de cerca las evoluciones de los partidos. Ver como se enfadaba cuando el árbitro de turno le explicaba que debía abandonar la sala de máquinas era una experiencia.

Consejero experto no sólo en todo lo relacionado con la pelota, su mirada celeste y acuosa conservó hasta el final ese aire travieso del niño que aprendió a jugar al fútbol en la calle. Que creció viendo el tránsito del Cádiz desde la Tercera División hasta la gloria, del Mirandilla al Carranza. En su cabeza, cuando entraba al vestuario para dar los últimos ánimos a su equipo, volvía a ser un chaval. “Por el campo Mirandilla va pasando un avión, ay chíbiri chíbiri chíbiri, ay chíbiri chíbiri cho… con un letrero que dice Lagunense campeón...”. Y los niños le seguían, cantando, riendo, su nieto Jaime se le colgaba del cuello con sus manoplas de portero y ese gesto siempre cariñoso hacia el hombre que le dio la vida al hombre que le engendró. Su abuelo. Qué palabra tan hermosa y cuanto amor encierra en seis letras.

Su carácter solidario le hizo involucrarse también en el movimiento vecinal, llegando a ser vocal de la Asociación de Vecinos Manuel de Falla-La Laguna, que también le brindó emotivos momentos, como cuando se encargó de encarnar al Rey Melchor en la Navidad de 2015 o un año antes cuando la Corporación Municipal homenajeó a cuatro vecinos del barrio que eran historia viva por su trayectoria vital.

En los últimos tiempos no dejó de recorrer sus calles con su mujer o el resto de su familia. Sin dejar de preguntar por tal o cual crío, disgustándose si se enteraba que fulanito había dejado el fútbol o había cometido la dolorosa traición de cambiar los colores verde y negro del Lagunense por los de cualquier otro club. Porque Miguel fue siempre un tipo leal, consecuente con sus actos y familiar, en el más extenso sentido de la palabra, así que presenciar como un cachorro cambiaba de manada siempre le apenó.

Ayer, tras una última partida de dominó, el que nunca falla dio los tres pitidos finales y Miguel dejó físicamente este mundo con la tranquilidad, eso sí, del deber cumplido, de haber jugado con honor y de haber peleado hasta el último minuto del partido. Pero Miguel no ha muerto, ni lo hará, mientras que uno solo de los cientos de chavales a los que enseñó a amar este juego le recuerde con sus gafas negras y la chaqueta del chándal con el escudo de su club. Entonces, cuando en sus cabezas resuene su voz, Miguel seguirá vivo. “Por el campo Mirandilla va pasando un avión, ay chíbiri chíbiri chíbiri, ay chíbiri chíbiri cho… con un letrero que dice Lagunense campeón...”. Descansa en paz amigo.

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