Manolo Rivera, la pasión de una saga familiar de orfebres de Cádiz
Oficios antiguos
Rivera forma parte de la tercera generación de antiguos artesanos que trabajaron para José Morán Sánchez, vecino de Jerez que regentaba su taller en la calle Sagasta de Cádiz
El artesano conserva diversos muebles y utensilios que recibió de su abuelo Ildefonso, su padre Manuel y de su jefe, José, ya fallecidos
Selección de muebles y útiles de orfebrería que pertenecieron a la familia Rivera y a José Morán
Cádiz/Manolo Rivera Fajardo ha sido un maestro del detalle, de la minuciosidad y de la perfección supina. De los artesanos que no dejan puntada sin hilo, en unas piezas creadas con las caricias de sus manos. Monerías que, solo a veces, unos pocos privilegiados podían conseguir.
Con su abuelo Ildefonso y su padre Manuel, ya fallecidos, Manolo Rivera forma parte de la tercera generación de antiguos orfebres, junto a su hermano Alberto, fallecido también. Y nada más desearía Manuel que sus nietos siguieran sus pasos, "porque las formas ya las tienen de fábrica".
De abuelo marroquí, abuela inglesa y madre gitana, el oficio de la orfebrería le tocó por herencia. Desde chico vio a su abuelo y a su padre trabajar para el que también fue su jefe, al que recuerda con gran estima, José Morán Sánchez. En el taller de José, en la calle Sagasta, aprendió Manolo la profesión en la que pocos en Cádiz, asegura, logran la excelencia.
En la actualidad Manolo está retirado, pero todavía conserva mobiliario, herramientas y utensilios que recibió de su padre y de su jefe. Muebles de trabajo, como el banco para estirar las piezas, otro para jabonar o taladros de otra época se entremezclan con utensilios de orfebrería, como lastras, cilindros, medias cañas, plomadas, cazoletas, moldes y una multitud de objetos con más de cien años de vida útil. "Las herramientas de ahora no son ni mínimamente como las de antes", resalta Rivera mientras muestra una embutidera de cien años y una moderna, "ya oxidada".
Su padre, Manuel Rivera Podestá, que trabajaba en los años sesenta del pasado siglo en la Joyería El Quevedo de Oro, aprovechó que José Morán, natural de Jerez, volvía a reabrir su taller en Cádiz, en la calle Sagasta, para volver a trabajar con él y, de camino, enseñar el oficio a su joven hijo Manuel.
En el recién reabierto taller se creaban piezas y se distribuían a las distintas joyerías de todo Cádiz. El artesano rememora con añoranza su trabajo, "Éramos siete personas trabajando en el taller, casi todos los joyeros actuales de Cádiz trabajaron para José", recuerda. Manolo guarda una mención especial para José Morán, "un artista de la joyería, un gran profesional y mejor persona", destaca.
Manolo trabaja sobre todo la plata y cuenta que diseñaba sus propias herramientas de hierro para darle su toque personal y que sus trabajos se diferenciaran del resto. "En un lugar especial", añade, guarda con gran cariño las pequeñas seguetas de su padre, Manuel, su estimado hermano, Alberto y su jefe, José.
Con la nostalgia de los viejos y buenos tiempos, Manolo explica que "el trabajo de antes era mucho más auténtico, no había maquinaria, se hacía todo a mano". Y especifica que "mi abuelo y mi padre soldaban en un trozo de madera, con una lamparita de lata con gasolina y con un tubito de mayor a menor grosor, del cual soplaban y fundían el material. No había cazoletas de barro como ahora". Manuel se refiere a unas pequeños recipientes donde se introduce el metal y con un soplete se funde en su interior.
Magistral es el método, confiesa Manolo, para realizar monedas de las que uno de sus componentes solo se podía encontrar en los freidores de Cádiz. Entre risas relata que con una concha de choco o jibia ejecutaba su genial sistema. Haciéndole unas marcas llamadas vientos a la concha del molusco, conseguía que el metal fundido llegara hasta el dibujo que, previamente, había marcado con los dedos en la concha de tan preciado manjar. A continuación, solo quedaba esperar a que se secara, desmoldarla, limarla y pulirla con otro innovador sistema del pasado siglo, el hilo tonto. El artesano todavía conserva madejas de este tipo de hilo: "Hoy en día se utilizan pulidoras, ya no se pule con este material tan antiguo", asevera.
Otro de los tesoros que descubre Rivera es un taladro de mano, utensilio arcaico para los tiempos que corren y que, antiguamente, mediante brocas que él mismo creaba, hacía que sus piezas fueran únicas y diferentes al resto.
Asegura Manolo, y bien lo sabe, que "un joyero de los de antes dispone de poco mobiliario, porque todo lo hace a mano". Conserva, eso sí, los dos únicos muebles, ahora centenarios, que había en el antiguo taller. Uno de ellos es un banco para estirar metales y un mueble para enjabonar, donde se limpiaban las piezas recién soldadas.
Manolo Rivera es el representante de una saga de artesanos, muy querida en Cádiz, que tiene marcado a fuego sus raíces. Conservando en su antiguo taller un trozo de los recuerdos de lo que fue su vida familiar y su vida laboral, dedicada a crear y embellecer los sueños de gaditanos y gaditanas.
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