Mercedes Formica o el vaivén de las circunstancias
tribuna
Su nombre está a punto de perpetuarse en una calle de Madrid
Cuando se afilió a la Falange, en noviembre de 1933, tenía 20 años. Mercedes Formica era una joven gaditana nacida en un entorno burgués y conservador, aunque refrescada incesantemente con la brisa liberal de su madre, Amalia Hezode, que no quiso para sus hijas un modelo educacional que las condenase a vivir a la sombra del varón. Con los sones de este melodioso canto de sirena, realizó los primeros estudios y llegó a ser la primera alumna que cursó el bachillerato en el colegio del Valle de Sevilla. Y así, pero ya convencida, fue de las pocas estudiantes en las aulas de la Facultad de Derecho de la Hispalense en el curso 1931-1932, estudios que alternó con los de Filosofía y Letras. Formica destacaba como universitaria y, por ello, Manuel Martínez Pedroso, catedrático de Derecho político, le mostró su admiración: "Mujeres de su talante es lo que necesita la República" (Visto y vivido, 1982). Siempre recordó con afecto a sus profesores que procedían de la Institución Libre de Enseñanza y valoró positivamente los avances en materia de educación que estaban produciéndose en la España republicana, y, por supuesto, los esfuerzos realizados para equipar en derechos al hombre y la mujer. De todo este ambiente se embriagó. Se relacionó, entre otros, con los poetas Jorge Guillén, su profesor de Literatura, con García Lorca, su "limón lunero", y, en especial, con Eduardo Llosent, impulsor de muchos de los jóvenes del 27 que aunaban en el verso y la prosa tradición y vanguardia, con quien se casó en 1937. Vivió, sin duda, una época dorada.
Pero su ser quedó congelado al producirse el divorcio de sus padres. El artículo 44 de la ley de Divorcio de 2 de marzo de 1932 mantuvo el 1.880 de la Ley de Enjuiciamiento Civil que regulaba el depósito de la mujer por considerarse el domicilio conyugal "casa del marido", por lo que la parte vencida se vio obligada a trasladarse a Madrid, lugar que estipuló el marido. Los hijos permanecieron bajo la custodia materna y la patria potestad paterna; sobre el único hijo varón, de apenas seis años, se acordó su envío a un internado en Gibraltar, y que pasara las vacaciones, alternativamente, con sus progenitores, cláusula que no se cumplió para la madre. La liquidación de la sociedad de gananciales no se realizó debidamente y los bienes fueron vendidos o disimulados (Visto y vivido, 1982). Entonces, no pudo más que reconocer que su admiración por conocidos y amigos de aquella ideología empalideció.
Fue desde la rama femenina del Sindicato Español Universitario de la Facultad de Derecho de Madrid cuando Mercedes Formica comenzó a gestarse su particular silencio, a pesar de que su presencia en el organismo fue más figurativa que influyente. Su militancia, no obstante, termina con el fusilamiento del líder. El estallido de la Guerra Civil generó un desengaño integral en su interior, y jamás apoyó que de ahí pudiera emerger una nueva España. Su desencanto la llevó a escuchar el llanto, los gritos y lamentos de los "vencidos", y a plantearse: "¿Cuántos de ellos habrían sido víctimas de tremendas injusticias, de venganzas calculadas?" (Escucho el silencio, 1984).
Vivió en el franquismo y participó de su ambiente cultural, pero jamás se reconoció franquista ni sostuvo que el hogar fuese la gran hazaña cultural de la mujer. Batalló por finalizar su carrera, estando ya casada -tras el parón ocasionado por la contienda- y soportando vetos machistas. Ya licenciada, empezó a atender casos de mujeres maltratadas, a denunciarlos y a transformarse en una especie de quijote femenino por los pasillos de los juzgados. Sus artículos fueron leídos y comentados dentro y fuera del país, y lo que es más importante, muchas de sus propuestas tomaron estado legal. Su logro más memorable fue el haber impulsado la reforma del Código Civil de 1958 (y de otros cuerpos legales), que, en ningún caso, debe concebirse como un aporte insustancial, ya que se efectuó en plena dictadura (entre otras modificaciones significativas, se suprimió el depósito de la mujer, en caso de separación, y la consiguiente consideración de "casa del marido" por domicilio conyugal). Con todo, su interés por los derechos de las mujeres no finalizó en este punto, sino que continuó a lo largo del siglo XX, con gran intensidad, desde los tres ámbitos en los que se desarrolló profesionalmente: la abogacía, la escritura y en su faceta de articulista, después de reconocer, de viva voz, que volver los ojos al tiempo anterior a la Guerra Civil era mirar hacia delante.
Su nombre está a punto de perpetuarse en una calle en Madrid; en su Cádiz natal, el actual equipo de gobierno municipal retiró el busto que homenajeaba su memoria de la plaza del Palillero, porque, según se argumentó, "defendió el modelo de mujer abnegada y sacrificada del franquismo". No merece tanta injuria. Jamás he hallado ni una sola manifestación en la que se menoscabe la dignidad y la libertad del ser humano. La reina literaria de la nostalgia y del feminismo sin gritos, como la definió Paco Umbral, quien la admiraba profundamente, seguirá oyéndose por mucho tiempo, y con estudios que revelen la verdad del personaje, porque como dije en este mismo diario en el año 2013, con motivo del centenario de su nacimiento, la posteridad no ignorará su nombre.
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