Alguien ha mirado mal a Cádiz: Mucho elogiar a la ciudad y ningún apoyo para solucionar nuestros problemas

Análisis

Las administraciones central y regional tienden a ignorar las necesidades de la ciudad, olvidando o ralentizando proyectos de gran valor para su desarrollo

Vista de Cádiz desde la torre de Telefónica.
Vista de Cádiz desde la torre de Telefónica. / D.C.

ALGUIEN miró mal a Cádiz hace un siglo. Tan mal que desde entonces nos cuesta sacar adelante proyectos de relevancia para la ciudad en los que la mano de otras administraciones es esencial. Frente al apoyo que otras ciudades del país obtienen para impulsar planes de futuro, aquí se nos ignora en la mayor parte de las ocasiones y, o bien tenemos que asumir con nuestros escasos recursos estas operaciones o bien no nos queda más remedio que olvidarnos de ellas.

Salvo en momentos muy puntuales nos ha faltado contar un lobby gaditano, primero en Madrid como centro de la política nacional, y desde la llegada de las autonomías, en Sevilla.

Nuestros políticos locales no han sabido, podido o querido conformar un grupo de presión de apoyo a Cádiz. No han sabido, podido o querido encontrar corresponsales eficaces en los gobiernos de Madrid y Sevilla. Y junto a ello, la tradicional pasividad del gaditano, con la ausencia dentro de su sociedad de voces potentes capaces de asumir el papel de liderazgo que debería de tener la clase política.

Han existido, cierto, casos muy puntuales. Como Cayetano del Toro, que logró el apoyo de Segismundo Moret, gaditano y presidente del Consejo de Ministros a principios del siglo XX, para el inicio del derribo de las murallas, eso sí tras décadas pidiéndolo la ciudad; o, especialmente, como Teófila Martínez, que supo conectar con varios ministros de la etapa de José María Aznar para sacar adelante proyectos tan vitales para Cádiz como el soterramiento de la vía férrea y la ayuda especial que, desde entonces, ha permitidoa quilibrar las cuentas municipales. Este lobby, sin embargo, fue perdiendo fuerza y la ciudad lo notó durante los fastos del Doce.

Ni Carranza con Franco

Lo cierto es que para manejarse bien en las alturas es obligado tener una capacidad política de la que no todos disfrutan. No todos son Cayetano o Teófila. Incluso históricos de la política municipal como José León de Carranza se dieron con las puertas en las narices en más de una ocasión.

Este caso es aún más doloroso. Fiel e intocable alcalde franquista durante 21 años, en su correspondencia privada dejó por escrito su frustración con el gobierno del dictador, como desveló Diario de Cádiz en una investigación publicada en 2015.

Carranza dedicó mucha misiva a lamentar la nula ayuda del Ministerio de Vivienda a la hora de solventar el importante déficit residencial de la ciudad; pero sobre todo, lamentó y criticó la falta de apoyo del propio general a la hora de sacar adelante su proyecto del puente sobre la Bahía. No olvidemos que al final fue la ciudad la que pagó esta obra.

El primer alcalde de la democracia, Carlos Díaz, también sufrió lo que era ser ignorado por las otras administraciones, a pesar de que buena parte de su mandato compartió poder socialista en la Junta y en Moncloa. La maqueta del segundo puente guardada por el Ministerio de Obras Públicas y la negativa de éste a soterrar el tren, que después sí lo ejecutó el Ayuntamiento de Teófila Martínez, son dos de los numerosos ejemplos contrarios a las necesidades de la ciudad que se dieron en los 16 años de mandato de Díaz.

Ahora con José María González, las buenas formas, palabras y simpatía no nos han servido de nada a la ciudad: cuando las otras administraciones tienen que decir que no o mirar a otro lado, lo hacen sin remordimiento. Encima, González acabó peleado con el vicepresidente del Gobierno, uno de los suyos. Por eso, ni las murallas centenarias se digna arreglar el actual gobierno de Pedro Sánchez.

Porque al final, vale tanto la capacidad de gestión del alcalde o alcaldesa de turno que la capacidad de quienes están en otras administraciones a la hora de apoyar el bien común, venga de Cádiz, de Barcelona o de Málaga.

La simpatía no ayuda

Y en esas estamos. Somos los gaditanos muy simpáticos con un Carnaval único, tenemos unas playas espectaculares, el sol nos ilumina con fuerza, nuestra historia es única en España... Frases hechas de quienes vienen aquí para la foto correspondiente.

Los mismos que se sulfuran cuando se les llama la atención sobre su incompetencia como gestores y necesitan recordar los errores de quienes les precedieron en el cargo como forma de salvar el sonrojo, incapaces unos y otros de asumir sus fracasos.

No repitamos la larga lista de proyectos incumplidos, algunos ya perdidos en el tiempo y otros hoy objeto de bronca política, en lugar de buscar su desarrollo.

Recordemos, en cambio, cómo cada vez que esta ciudad ha sido capaz de sacar adelante proyectos de cierto calado con su propios esfuerzo, se ha utilizado en su contra.

Nos pasó con el soterramiento, nos pasó con el puente de la Constitución de 1812: mucho dinero gastado en Cádiz, dijeron (incluso los municipios cercanos), por lo que ya hay que cerrar el grifo aunque dejemos las viviendas del casco antiguo a medio rehabilitar, por decir algo.

Se olvidan, y nos olvidamos, que en su día fue el dinero de los gaditanos el que reformó el viejo paseo marítimo y construyó el nuevo de La Paz, cuando en otras ciudades (Málaga, por ejemplo) se levantaron con fondos de las administraciones obligadas a ello.

Ahora estamos con el Hospital Regional. Tras una década de incompetencia socialista para ejecutar este tan necesario equipamiento, el PP lleva dos años dándole vueltas al tema. Más allá de los Next Generation cabría preocuparse por la inclusión del Hospital en el Plan de Infraestructuras sanitarias 2020-2030. En una semana se ha pasado de decir “que se podría incluir” al “ya estaba incluido”.

Al final la cuestión es que desde hace un siglo nos toman por tontos.

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