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El Modernismo tiene casa en Cádiz

San josé-santa inés · casa mayol

A inicios del siglo XX, el artista Manuel Mayol se hizo una finca, de estilo modernista, en la calle San José · Hoy se conserva gracias a la familia Jiménez.

Lámpara modernista.
Beatriz Estévez / Cádiz

28 de noviembre 2010 - 01:00

¿Modernismo? Pasen y lean.

No hay nada más ilustrativo que un ejemplo, y en la Casa Mayol se amontonan decenas de ellos. Muchas de las características que permiten reconocer al modernismo decorativo propiamente dicho saltan a la vista en esta finca burguesa emplazada en la confluencia de las calles San José y Santa Inés, a sólo unos metros del emblemático e histórico Oratorio de San Felipe Neri.

Fue Manuel Mayol Rubio quien la hizo construir a principios del siglo XX, pero hoy nos abre la puerta María del Carmen Jiménez. Esa puerta que se bate no deja indiferente. El ritmo modernista moldea su cuerpo, y también aporta un movimiento caprichoso a las blancas rejas que protegen los nueve ventanales por los que se cuela la luz en la planta baja. La visita promete.

"El inmueble lo compró mi abuelo, el doctor y catedrático en Cirugía José Jiménez Lebrón. Sería por el año 1920...", nos saluda la anfitriona en el recibidor. En este espacio apenas nos detenemos, pues nos mostramos deseosos de restar la distancia que nos separa de ese frondoso jardín que se vislumbra tras una enorme cristalera. El verde oasis enclava sus raíces en un patio descubierto, aunque bien es cierto que le ponen techo las palmas de las esbeltas y prolongadas kentias que décadas atrás sembró la abuela de la propietaria. El cuadrado ajardinado enreda, atrapa. Pero hay ganas, muchas, de descubrir el paisaje modernista de la Casa Mayol.

La escalera, que queda a la derecha del recibidor, es todo un ejemplo de ese estilo estético que otorga a esta casa la categoría de única en Cádiz. A ambos laterales de los marmóreos peldaños, los pasamanos se sustentan sobre motivos geométricos y motivos vegetales de hierro forjado; y custodian el paso dos guardianes que el abuelo de Jiménez adquirió hace décadas en un anticuario. Junto a estas bellas esculturas, María del Carmen nos cuenta que la casa fue diseñada por el arquitecto municipal José Romero, quien plasmó las intenciones de Manuel Mayol en las dos plantas del edifico, pues aunque la edificación cuenta actualmente con tres, la tercera se añadió posteriormente. Mayol, pintor gaditano que emigró a Buenos Aires y allí desempeñó el cargo de director artístico de la revista Caras y Caretas, quiso que la fachada de su vivienda gaditana luciera columnas estriadas y azulejos lisos en tono amarillo.

Ladrillos vidriados, verdes unos y blancos otros, también se aprecian en el pasillo de la planta baja. En ella reside la propietaria desde que su esposo falleció. "La casa que compartíamos mi marido y yo, arriba, se me hizo muy grande cuando él murió", aduce señalando hacia el techo, hacia la planta superior. Decidió por ello trasladarse a un espacio más reducido de la finca, y estableció su hogar en las confortables habitaciones que antiguamente albergaban el despacho-biblioteca y la sala de rayos X de su abuelo. El despacho, repleto de libros y tratados de Medicina, se conserva tal cual lo dejó su antepasado. "Esta mesa escritorio y el resto de los muebles de esta sala pertenecieron a mi abuelo, y los volúmenes están colocados tal y como él los dejó", sonríe. Y vuelve a sonreír tras elevar la mirada: "Esta lámpara modernista pertenecía a la familia Mayol, que cuando atravesó malos momentos económicos decidió venderla. Y mi abuelo la compró años más tarde en un anticuario sin saber que con anterioridad había aportado luz a esta casa. Alguien, no recuerdo quien, se lo dijo al verla de nuevo aquí".

En la estancia contigua al despacho, Jiménez ha montado su funcional cocina. Es pequeña y moderna, que no modernista. La encimera es roja y los muebles, blancos y de línea recta, pero el principal encanto de este espacio lo aporta una escalera de caoba, de línea curva, que comunica con el piso superior y que es originaria de la finca. Anexo al cuarto de los fogones está el saloncito, una habitación que antiguamente era utilizada por el doctor Jiménez Lebrón para hacer placas de rayos X. Una mesa camilla, un sofá, un butacón, varias sillas y el mueble que sustenta el televisor se apropian de casi todo el espacio de esta sala, cuyas paredes están cubiertas con un papel de color amarillo y decorado con motivos florales. Jiménez lo acaricia: "La ornamentación inspirada en la naturaleza, sobre todo en la vegetación, es característica de la estética modernista".

Desandamos lo andado para desembocar en el dormitorio, también con paredes cubiertas de flores y adornada con algunos objetos modernistas, como un portarretrato de cerámica. Pero la cama, de caoba, posee otra etiqueta. Es isabelina, puntualiza la señora.

Antes de abandonar su hogar, nos pide que alcemos la mirada para admirar las dos alargadas y estrechas vidrieras emplomadas que lucen sobre la puerta del despacho-biblioteca, así como los motivos ornamentales de madera y cerámica que quedan algo más arriba, casi en la frontera con el techo. La vista se nutre y se relame.

Nuestro próximo destino, la escalera. El ascenso es intencionadamente lento. La mano quiere tocar esas hojitas de hierro forjado que se asoman bajo el pasamanos, y también la mirada se recrea con los ornatos de yeso que lucen a cada lado de la escalera, justo sobre las paredes que la flanquean. Uno representa una alegoría de la música y el otro, de la artesanía.

Conquistamos el rellano, donde nos aguarda un amplio espejo en tríptico, enmarcado en madera y de estilo modernista. La escalera se bifurca en dos tramos. El ascenso se vuelve ahora intencionadamente rápido, porque arriba, en el siguiente rellano, una impresionante puerta modernista reclama nuestra atención. El hierro blanco busca la curva e incluso forma un círculo, y el cristal esmerilado adquiere el color verde en el centro y en la parte superior de la puerta. Es una auténtica joya.

En esta planta hay dos viviendas, y accedemos a una de ellas que conserva varias puertas originarias. Son de madera, también con cristales esmerilados en tonos blanco y verde. Es dentro de este piso donde María del Carmen explica que, en origen, la finca formaba una L, y que fue Jiménez Lebrón quien la amplió, quien le dio su actual forma de U. "Toda esta casa, a partir de aquí, fue un añadido al inmueble por decisión de mi abuelo. El patio era antes mucho más grande", nos dice una vez atravesado el pasillo de entrada a la vivienda. Una vivienda funcional, con cuatro habitaciones, y que ocasionalmente habitan su hija, su yerno y sus nietos.

Seguimos el ascenso en busca de más detalles modernistas que tanto complacen al sentido de la vista, y hallamos algunos en el último tramo de la escalera. Del techo, decorado con conseguidas flores, concretamente calas, cuelga una original lámpara modernista que conjuga las líneas recta y curva, y que queda muy cerca de una artística vidriera clásica modernista que decora una de las cuatro paredes.

Toda la segunda planta lo ocupa un amplio piso. En él, Jiménez se reencuentra con sus recuerdos familiares, con ayuda de los numerosos objetos y muebles que se almacenan por las distintas habitaciones de esta morada. Hay centenares de libros, varias alfombras, espejos de todos los tamaños, cómodas, adornos, decenas de cuadros... Se detiene ante dos que pintó su abuela.

La última estancia de la vivienda que visitamos es la que ocupa una desahogada cocina, donde la esencia de lo tradicional se sigue cocinando a fuego lento en una chimenea-horno de leña.

Abandonamos ya la impresionante Casa Mayol, la más relevante pervivencia en la ciudad del Modernismo. Así reza en la Guía de Arquitectura de Cádiz.

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