"De blando yo no tengo nada"
ciudadanos de cádiz
Nico Montero. Cantante, filósofo y director de instituto
Recuerdan aquella película de Glenn Ford que empezaba con el Rock around the clock y que trataba de un profesor poniendo orden en una escuela repleta de futuros delincuentes? Semilla de maldad se llamó en España. Pues nuestro Ciudadano de hoy, Nico Montero, tres cuartos de lo mismo que Glenn Ford cuando llegó en el 2000 al IES Fernando Aguilar Quignon, antes Bahía de Cádiz, siempre Telegrafía, que ahora cumple 30 años. Con la diferencia de que nuestro Glenn Ford, si se pone, también puede cantar el Rock around the clock. Sus discos se escuchan en medio mundo.
-¿Usted es de...?
-Huelva, aunque mi madre era de Cádiz. Nació en la Cárcel Real.
-¿Nació en la cárcel?
-Es que mi abuelo Aureliano, que era poeta y maestro, dirigía la cárcel de Cádiz. Una de las cosas que recordaba mi madre de su infancia era a los presos en el patio como un paisaje habitual. Mi padre era cacereño, funcionario de los montepíos, y le dieron destino en Huelva. Y ahí entro yo en escena.
-Estudia en Huelva...
-La EGB. Yo estudiaba en los Salesianos, pero no había Bachillerato en los Salesianos de Huelva, así que mi padre me propuso venirme a los Salesianos de Cádiz en un internado. A mí me pareció fantástico venirme a Cádiz a la aventura. Así que el Bachillerato lo estudié en Cádiz.
-No se hable más. Siguiendo a Max Aub uno es de donde estudia el Bachillerato. ¿Qué tal el internado? La palabra echa para atrás.
-Pues fueron unos años fantásticos. Aquí, gracias al padre Damián, que ahora está en Roma, un gran futbolero, empecé a tontear con la guitarra. Él fue el primero que me dijo que tenía capacidad para la música.
-Y se decide a estudiar Filosofía. ¿Por?
-Me interesaba el porqué de las cosas. Me fui a Granada y también me matriculé , además, en Teología.
-Pues ya puesto, con ese currículum, se podía haber hecho cura.
-A mi madre le hubiera encantado. Me planteé si tenía la vocación, pero no di ese pasito, pensé que en el mundo se puede hacer esa labor, la del Dios de la vida, en el que yo creo, desde fuera.
-¿Qué tal la vida de universitario?
-De la mano de los Salesianos, di con unas monjitas que trabajaban a pie de calle en un barrio de gitanos, Almánjayar. Hablo de finales de los 80, los años duros de la heroína y allí me enganché a mi droga, que es la que me sigo metiendo, la de transformar la realidad. Allí ni se aventuraban los autobuses. Acabé viviendo allí. En principio iba a enseñar a tocar la guitarra, pero mentira, me enseñaban ellos a mí.
-Como dice, esos son los años en los que se enseñoreaba la heroína. Aquello debía ser peligroso.
-Recuerdo subir escaleras destartaladas, casas sin los servicios básicos, pero entrabas en los salones y veías los mejores equipos de sonido, grandes televisores...
-Usted debía andar por la teología de la liberación o alrededores.
-Digamos que de los ambientes ortodoxos de la Iglesia no me llaman mucho. Estudiaba con los Jesuitas en Granada y fue cuando asesinaron al padre Ellacuría en El Salvador, que me impresionó mucho. Había voces como la de Leonardo Boff que me influían tanto en mi pensamiento como para las canciones.
-Porque usted ya escribía canciones...
-Llevo toda mi vida escribiendo canciones. A los 18 años ya había escrito un centenar y en el año 91 grabé mi primer disco. Acabo de grabar el decimosegundo.
-¿De qué va?
-Es un musical sobre el drama de la prostitución. Me baso en la vida de María Micaela, una mujer que a finales del XIX sacaba a las prostitutas de la calles de Madrid, enfrentándose a las mafias.
-¿Una ópera rock?
-No exactamente. Son obras de teatro musicales. Ya llevo cinco. Todas versan sobre temas sociales. Mi música busca transmitir valores humanos y cristianos, pero lo hago utilizando el pop, el rock, el estilo de cantautores. Trato de llegar a más gente. La cosa no va mal. Tengo conciertos cerrados hasta 2020, aunque también es porque los tengo que espaciar.
-No hay más que entrar en las redes sociales para ver que tiene un montón de seguidores, sobre todo en América Latina. Aunque usted no vende discos, los regala.
-No los regalo. Se pueden descargar gratis en internet y se pueden comprar. Los beneficios van para proyectos concretos. Con el disco de la inmigración construimos una escuela taller en uno de los barrios más pobres de Tánger.
-Obtuvo el premio Bravo, el Grammy de la COPE, como Perales, como Montserrat Caballé...
-No me lo esperaba. De algún modo, creo que también se premió, aparte de la música, el modo de transmitirla y su objetivo. Cuando me lo dieron, un periodista de El Mundo me preguntó que a qué aspiraba y yo me quedé sorprendido. Le dije: "Llevo 25 años en esto, he llegado a donde quería llegar".
-A dirigir un instituto en Cádiz. ¿Cómo llegó a la enseñanza?
-Me enteré de que se convocaban unas oposiciones tarde y me puse a estudiar para ver qué pasaba. Resultó, para mi sorpresa, que las saqué. Mi primer destino fue San Severiano, luego Huelva, como repasando mis orígenes y me dieron plaza definitiva aquí en el 2000 como profesor de Filosofía.
-¿Sabía a dónde venía?
-No, aunque empecé a darme cuenta cuando decía que me habían dado plaza en Telegrafía y los compañeros se llevaban las manos a la cabeza.
-¿Cómo era este instituto hace dieciséis años?
-En principio, el instituto sólo fue para Formación Profesional y luego dio el salto. Era un macroinstituto con 1.600 alumnos que tenía las vías a un lado y la explanada donde se ponía el circo al otro. Yo decía que el instituto olía a caca de elefante. Era un instituto aislado de la ciudad con muy mala fama.
-Y lo mejor de cada casa.
-Me encontré con trapicheo, violencia, mucho hachís... Las sillas volaban a la calle. Y no es un decir. Los alumnos tiraban las sillas a la calle. El profesorado estaba my quemado. Para explicarle un poco: yo voy a tocar una vez al mes, aproximada mente, a Puerto 2. Allí me encuentro alumnos de aquella época.
-¿Y qué hace?
-Fernando Aguilar, que era profesor de FP de Fabricación Mecánica, se presentó en 2001 a director y me había escuchado hablar en unos cuantos claustros. Me propuso ser su jefe de estudios. Le dije que sí. Al fin y al cabo, había estado en sitios peores.
-¿Por dónde empezó?
-En un principio un trabajo casi policial, centrado en la disciplina. Había que plantar cara. Era un tú o yo.
-No era usted un blando, el amigo de los niños.
-De blando yo no tengo nada. Hacía cosas que ahora me las pensaría, como enfrentarme a un tipo que rondaba el colegio para vender droga. Salió bien como me podía haber sacado una navaja. Pero sacaba carácter. Ya sabe, mucho gesticular, mucho teatro.
-Eso tuvo que ser duro.
-Ahí empecé yo a perder el pelo. Son años que no se los deseo a nadie. Muchos expedientes disciplinarios, muchas expulsiones, un rodaje tremendo también con mucho trabajo preventivo con los alumnos y con los padres.
-Con tantos expedientes, los padres serían otra batalla.
-Montamos una escuela de padres, esas que se montan y no va nadie, pero en la nuestra se llenaban las aulas y les decíamos que no renunciaran, que volvieran a tomar las riendas... Y muchas campañas de educación en valores, de cartelería, potenciando lo lúdico y lo festivo.
-Ahora las escuelas de padres son los grupos de whatshapp de madres.
-¡No me hable! Es lo peor que le podía haber pasado a la educación... No, en serio, no es el formato. Los problemas de los chavales hay que hablarlos cara a cara en el instituto.
-Montaron una discoteca en el instituto. ¿Es eso cierto?
-No exactamente. Sí teníamos una discoteca en el gimnasio. Se ponía un viernes de cada mes dentro de una iniciativa de ocio en la que abríamos el instituto hasta la 1 de la mañana. El trabajo lo hacían profesores y alumnos voluntarios. Fue un gran éxito y una iniciativa pionera. Había muchas más cosas: deportes, juegos... Contratábamos un seguridad en la puerta. Era una forma de que los alumnos vieran el instituto como algo amable, un lugar donde pasarlo bien. Fue sólo una iniciativa más. Mano dura por un lado; ambiente de afecto por otro. Pasamos en cinco años de 1.800 expedientes al año a sólo 500.
-Es el gran debate social. Que los profesores no tienen autoridad.
-No podía ser. No puede ser que un alumno se cague en tu madre o te pegue una atragantá y no pase nada. Si la has hecho, la pagas con la corrección que se precise. Con las sanciones hay que tener un equilibrio. No hay nada personal. Las sanciones, para que sean eficaces, hay que modularlas, conocer al alumno y su entorno y eso te lo da el instinto y la experiencia. No viene en ninguna ley educativa.
-¿Cuándo se dio cuenta de que todo había cambiado?
-Fue una década de trabajo a pie de obra. Hoy muchas de las medidas que entonces tomamos ya no son necesarias. Cuando los interinos, que son aves de paso, empezaron a decir que se querían quedar comprendí que habíamos conseguido cambiarlo. Hoy el instituto ha enterrado su estigma.
La transformación de un centro
El instituto Fernando Aguilar lleva el nombre del que fue su director durante su transformación de uno de los centros con peor fama de la ciudad a ser un referente con menciones rubricadas por la Consejería de Educación. Su experiencia fue exportada y sus responsables, Fernando Aguilar y Nicolas Montero al frente de ellos, dieron charlas en los institutos más conflictivos de la provincia para dar a conocer los proyectos pilotos que se hicieron al margen de cualquier 'pilotaje' político. Fueron iniciativas nacidas desde dentro. Para Nico Montero, que propuso el cambio de nombre cuando murió prematuramente el anterior director -"teníamos un nombre que no decía nada, era como el de El Corte Inglés"- Aguilar tuvo el coraje de probar con iniciativas arriesgadas. Los resultados están a la vista. Empezaron por trabajar codo con codo con Asuntos Sociales e ir al fondo de los problemas, intentar rescatar al mayor número de alumnos que había desconectado del sistema y han acabado con clases de refuerzo vespertinas aprovechando los fondos del instituto "no para poner bonita la puerta, sino para obtener resultados". Por poner sólo un ejemplo, el cien por cien de los alumnos presentados a Selectividad el curso pasado la sacó adelante.
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