Paco Mármol: “Ser punki en los 80 me ha hecho ser la persona que soy hoy”
De cerca
Moderno, artista plástico, gestor cultural, ecologista y cofrade. En los 80 quiso ser un Pegamoide, pero le dio un Atake Subliminal
Se volcó en la creación y se convirtió en un virtuoso del dibujo con mensaje ambiental, además de en un valoradísimo programador que ejerce como jefe de Exposiciones de la Diputación de Cádiz
"Mi dibujo es tan detallista que actúa como el cebo que se pone en el anzuelo para que el pez pique. Busco que la gente reflexione cuando llegue a su casa”
"Con Flipo entendí que si era incapaz de comerme a mi perro, tampoco podía comerme un cerdo o un pollo, y me hice vegetariano”
"Paco, no hay nada más punki que una procesión', me dijo una vez Eloy Gómez Rube, poeta underground y una de las voces fundamentales de la Movida en Cádiz; sí que me haría ilusión hacer el cartel de Semana Santa"
Cádiz/Hace sólo unos días le embalaron un par de sus cuadros para enviarlos a Los Ángeles. Unos turistas se enamoraron de dos de sus obras expuestas en una colectiva en una galería en Vejer. Quedamos en la Sala Rivadavia, una de las dos que gestiona como jefe de exposiciones de la Diputación de Cádiz. Nos conocemos desde hace 40 años, así que en esta entrevista le damos una buena patada al usted.
—Siempre te recuerdo como el más moderno de aquel instituto de la Barriada de la Paz [hoy Rafael Alberti] en el que estudiamos a principios de los 80: aretes, imperdibles, una chupa de cuero con remaches...
—Y el tupé, y la cresta... Hoy en día hay quien todavía me llama Pakito El Punki. Mi mujer y yo fuimos de los primeros punkis de Cádiz. Para mí ser punki era mucho más que llevar pintas. Ser punki suponía que tú estabas al tanto de que había otras músicas, otra literatura, otra moda, y eso te creaba ciertas inquietudes culturales que son las que te llevan a ser como eres. A mi me ha marcado mucho. Aquello me hizo ser la persona que soy hoy en día. Ser punki o moderno no es simplemente provocar. Aunque en aquella época tuviésemos vocación de ser provocadores.
—Tú eras de The Cure, de The Smiths, de Siniestro Total y de Parálisis Permanente. Hasta que te convertiste en vocal de Atake Subliminal...
—Sí. Estando en 3º de BUP coincido con ellos en clase y el guitarra me dice: “Quillo, estamos buscando un vocalista. El fin de semana que viene tocamos en Rota, así que prepárate Quiero ser tu perro, de Parálisis Permanente, que la versionamos, y a ver cómo te sale”. Tocaron y al final me presentaron como el nuevo vocalista de la banda. Salió bien y a partir de ahí empezamos a sacar temas.
—Grabasteis dos maquetas...
—Sí, y llegamos a ser teloneros de Golpes Bajos en aquellos conciertos de Telegrafía Sin Hilos. Estuve con ellos casi un año. Yo me separo, el grupo también se separa y surgen otras bandas. Y casi treinta años después nos juntamos los mismos cinco componentes, retomamos temas de aquella época y salieron otros nuevos que grabamos. Pero Ernesto, el guitarra, que era el alma de la banda, se fue a Canarias a trabajar. Y era insustituible.
—A Cádiz la Movida llegó muy tarde...
—Sí, si. Aquí era todo súper complicado. Además, no había recursos. Si querías un cinturón con remaches te lo tenías que fabricar tú mismo. O tenías que ir a Sevilla o a Madrid...
—¿Y cuando caes en ella?
—Desde el principio. Te cuento: Una noche mi madre me mandó bajar la basura. Y conforme bajaba, vi de refilón que en la tele estaban poniendo el videoclip de Terror en el Hipermercado, de Alaska y Los Pegamoides. Y me quedé clavado delante de la pantalla. Me dije: ¡Ostras!, ¡Yo quiero ser un Pegamoide, tío!. Y coincidió que mi hermano [el humorista Manolo Mármol] tenía unos amigos que venían de Madrid a veranear. Ya venían hablando de Nacha Pop, de Alaska y los Pegamoides, de toda esta gente. Traían discos. Y a partir de ahí empecé a buscarme la vida, que era mucho más difícil que ahora, que entonces no había ni internet, ni Google ni nada... buscabas y pedías los discos por Discoplay, porque aquí no los había...
—¿Nostalgia de aquello?
—Hace poco estuve hablando con alguna gente que sería un proyecto muy bonito hacer un libro o un estudio sobre los años 80 en Cádiz. El problema es que había voces fundamentales, pero se nos han ido: Eloy Gómez Rube, un poeta underground que vivió en Berlín y que en Cádiz supuso una figura fundamental de la contracultura y del movimiento punk. De Concha Piñero, que también falleció desgraciadamente hace poco; de Karina, que también se fue hace nada... Habría estado muy bien recopilar sus testimonios... Nada era fácil entonces... Salir vestido de negro a la calle... A mi decían de todo... de maricón para arriba... Hoy la gente está acostumbrada a casi todo, aunque estamos viviendo cierta involución...
—¿Qué es lo primero que dibujaste o pintaste?
—Recuerdo dibujar desde muy chico. En el colegio, en las clases de Plástica, nos daban para copiar las láminas de Emilio Freixas con figuras de animales y humanas. Pero a mí siempre me repateó mucho Emilio Freixas. Entonces yo copiaba portadas de los tebeos de Mortadelo y Filemón. Al máximo detalle, con la firma de Ibáñez y todo, en blanco y negro. Y se las entregaba al profesor para que las corrigiera y en más de una ocasión me decía: “Muy bien, Mármol ¿me la puedo quedar?”... Después lo dejo y lo retomo en los años 80, precisamente cuando conozco a la que hoy es mi mujer. Ella tiene una hermana que es ceramista y pertenecía a un colectivo de arte que se llamaba 4 de picas, donde había gente que hacía pintura, dibujo, cerámica... Tenían el estudio justo enfrente de la iglesia de San José. Y cuando yo entro allí, para mí es un flash absoluto. Porque están constantemente creando. “Ahí tienes pinceles, pinturas y lienzos, haz lo que te dé la gana”, me dijeron.
—Y empiezas a crear...
— Primero hago una pintura en consonancia con lo que había mamado de la figuración de los años 80: Ceesepe, Mariscal, las portadas de los discos, de los cómics... una figuración surrealista en la que deformaba la figura humana con los colores. Con eso estoy desde el 86 hasta el 2000 aproximadamente. En el 97 ya había empezado a trabajar en Diputación como técnico de exposiciones y eso me abre la mente muchísimo también porque entro en contacto con un montón de propuestas artísticas que no conocía y empiezo a entender muchas cosas. Ese contexto me llevó a la abstracción y empiezo a hacer figuras geométricas, unos grandes círculos con tintas planas...
—Quienes no te conocían creyeron que eso era porque no sabías dibujar... El chasco que se llevarían cuando vieron lo que eras capaz de hacer con un boli...
—Jajajaja. Claro, es que aquello era otro rollo... Yo entonces ya había expuesto en solitario. Eso fue entre el 2000 y 2005, año en el que tengo dos exposiciones muy seguidas: una en la galería Manolo Alés, de La Línea, y otra en el Baluarte de Candelaria, en Cádiz, que son salas grandes. Eran individuales y tuve que producir mucha obra en poco tiempo y no disfruté el proceso... Terminé agotado, tan cansado que me dije: ahora necesito un tiempo de descanso. Y descansé diez años. Hasta 2015. ¡Pensé que iban a ser unos meses y fueron diez años!. Pero no quedaron en blanco. Creo que son fundamentales en mi carrera artística porque en esos años me hago diseñador gráfico. En la Fundación Provincial de Cultura se crea un Departamento de Comunicación, incomprensiblemente sin un periodista, aunque lo pedimos. Allí hacíamos todo el trabajo gráfico de los eventos. Pero cuando llega 2015, una noche, de pura casualidad, estoy viendo un magacine cultural en la tele y sale un reportaje de un artista madrileño, cuyo nombre no recuerdo, que dibujaba a bolígrafo. Y me dije: qué curioso. Yo ya había visto piezas de Juan Francisco Casas, de Jaén, que quizá sea el referente más claro de esa línea. Pero no había visto al artista dibujando. Y me dije: voy a probar, sin intención ninguna de volver a una sala de exposiciones. No quería verme otra vez en esa vorágine. Empiezo a dibujar poniéndome a prueba. Cada dibujo era un reto. Buscaba en internet imágenes muy ricas en detalles: vegetaciones, animales... empiezo a dibujar y a compartir por redes sociales. En marzo de 2015, el técnico de Cultura de Conil me ofrece participar en una colectiva en La Chanca. Almadraba de colores se llamaba. Yo le dije que no la había hecho para exponer, pero acepté. Participo con tres cuadros: Una hiedra, una jirafa y un gato azul, que había sido portada de la revista El ático de los gatos, que yo diseñaba y maquetaba. La exposición se inaugura. Éramos nueve artistas. A la semana me llama el técnico y me dice: “Paco, quiero una individual tuya”. “Pero, ¿qué ha pasado?”. “Que la gente llama a la Delegación de Cultura y pregunta: ¿Qué horario tiene la exposición del gato a boli?”.
—Y de ahí sale ‘Flora y fauna’...
—Exacto. Me la pidió en marzo para tenerla lista en septiembre. Y a mi no me daba tiempo. Miro hacía atrás lo que había hecho por el mero placer de dibujar y me había detenido en animales y vegetales. Y con aquello salí del paso, pensando que iba a ser una exposición y ya está. Funciona tan bien en Conil que salió la posibilidad de traerlo a Cádiz, a la Casa de Iberoamérica, y aquí funciona también muy bien. Luego va a Pescadería Vieja, en Jerez, y lo mismo. Y es cuando ya me planteo que igual es importante volver al terreno de juego...
—Y de ahí surge ‘Bye (Planeta Voraz)’...
—Eso ya si es un proyecto desde el principio en el que yo me planteo qué quiero transmitir. Hay un discurso muy claro que es dar visibilidad a especies que están peligro de extinción y a cómo nos las estamos cargando. En Flora y fauna había dibujos en colores... Bye es blanco y negro puro porque la situación que yo quería denunciar es dramática en sí misma.
—¿Te sientes ecologista?
—Totalmente. En casa de mis padres y en mi casa siempre ha habido animales. Yo soy muy felino, de convivir con gatos. Pero con Flora y fauna se despierta ese sentir ecologista que yo tenían latente. Y me doy cuenta de que puedo tener un canal de comunicación muy claro y que puedo aportar un grano de arena concienciando a la gente de que entre todos tenemos que cuidar el Planeta. De que no hay un plan B. O lo cuidamos o lo estamos condenando.
—Hace poco diste una charla en la Escuela de Arte bajo el título 'Trabajando por el planeta desde una mesa de dibujo' ¿Qué se puede hacer por mejorar el mundo empuñando lápices y bolis como únicas armas?
—Mi dibujo es tan detallista que actúa como el cebo que el pescador pone en el anzuelo para que el pez pique. Yo hago un dibujo tan realista para que la gente llegue a la sala de exposiciones, se fije y se quede tan enganchada que al final, cuando vayan a su casa, recapaciten sobre lo que han estado viendo. En los libros de firmas del público, algunas personas dejan mensajes como: tenemos que cuidar el Planeta, no debemos tratar así a los animales... Veo que el mensaje llega.
—¿Perteneces a algún grupo a alguna asociación?
—No, pero colaboro con muchos. Hace un par de semana una protectora de Puerto Real me pidió que les ayudase en un acto para recaudar fondos y les dejé unas reproducciones para que las vendieran.
—En ‘Templum’ entras de lleno en el retrato perruno ¿Qué fue lo que te llevó a dibujarlos?
—Siempre he sido felino, siempre he convivido con gatos. Pero tengo un hijo, Mario, el mayor, que tiene síndrome de Asperger. Un día unas amigas me dijeron que igual le convendría tener un perro porque tendría que sacarlo y así igual socializaba con gente de la calle. Y acogimos en casa a Flipo, que es una mezcla de bodeguero y cocker. Y me puso la vida patas arriba sin pretenderlo. Me la cambió. Descubrí un cariño que yo no había sentido nunca. Porque los gatos son muy independientes, van a su rollo, y por eso me gustan. Pero el perro es otra cosa... Me acuerdo de una vez que Flipo me clavó la mirada... sentí tanto que me hice vegetariano. Porque me di cuenta de que los animales y los seres humanos en esencia somos todo lo mismo. La diferencia que hace que unos sean gatos, otros perros, otros cerdos y nosotros personas son los condicionantes que nos impone la materia, el cuerpo. Es como entre los mismos seres humanos: la esencia de una persona síndrome de Down o la de cualquier otra con otra discapacidad o sin ella es la misma. Lo que pasa es que su cuerpo tiene unas características que le impiden ser como los demás. Y si eso lo expandimos a todas las especies, en esencia somos todos lo mismo. Entonces entendí que si yo era incapaz de comerme a mi perro yo no podía comerme tampoco un cerdo, una vaca o un pollo.
—Hace unos días publicamos un artículo tuyo en el que respondías a otro que consideraste muy desafortunado ¿Qué es exactamente el Asperger?
—El Asperger es un trastorno que se produce en la etapa de desarrollo embrionario del ser humano. Y hay un desarrollo no normal del sistema neuronal. El Asperger está dentro del espectro autista. El autismo tiene diferentes grados y el Asperger es uno de ellos. También se lo denomina autismo de altas capacidades o de alto nivel porque quienes lo viven tienen unas capacidades brutales. Mario es superdotado, tiene una memoria que no te puedes ni imaginar. Normalmente focalizan en unos temas muy determinados. Los de Mario son el Carnaval y la Semana Santa. Mario es una enciclopedia andante. Se lo sabe absolutamente todo. Pero los Asperger fallan en las relaciones sociales. Y eso, en el fondo, es fuente de sufrimiento. Y quizá la imagen que se da a veces del ellos en los medios de comunicación, en series o en alguna película, es errónea. No todos los Asperger terminan trabajando de cirujanos en un hospital de Estados Unidos, decía yo en ese texto, por The Good Doctor. No todos los Asperger son así. Muchos se aíslan y no tienen amigos y eso es fuente de sufrimiento. Como expuse en ese texto, un chico o una chica con Asperger te dice llorando que su vida es una mierda y que solo quiere morirse. Eso es muy duro. Somos muchos los que estamos intentando hacer un trabajo de visibilización de la realidad del Asperger y de lo que significa. Y me parece muy desafortunado que se haga un comentario que lo frivoliza: "antes eran tímidos, ahora son Asperger". Si Fernando Santiago antes de escribir esto me dice, Paco, vamos a tomar un café y tú me cuentas en qué consiste esto, yo me tomo los cafés que hagan falta y le cuento, que no me cuesta. Fue muy desafortunado porque frivoliza con algo que tiene detrás mucho sufrimiento: en las familias y en las propias personas que tienen el síndrome de Asperger. Hay que ser muy cuidadosos con eso.
—¿Qué ha estudiado? ¿Qué quiere hacer?
—El ha hecho el grado de Historia y un Máster en Patrimonio Marítimo, que lo sacó con sobresaliente, un trabajo sobre el antiguo varadero de Puntales. Y lo defendió súper bien en la lectura y en las preguntas que le hizo el tribunal. Le gustaría trabajar en alguna biblioteca, en algún archivo, en algún centro cultural.
—¿Alguno de tus hijos ha seguido tus pasos artísticos?
—Que va, ninguno de los dos. Nada, nada, no cogen un lápiz para nada. En mi casa de chico, tampoco había nadie interesado en eso. Yo soy un tipo muy normal. Nací en un barrio humilde. Mi padre era trabajador de Astilleros y mi madre trabajaba en casa. Y no recuerdo haber ido nunca con mis padres a ningún museo, a ninguna exposición, ni a ningún teatro. Es verdad que mi madre era bailaora de ballet clásico. En La Viña vi una vez un cartel antiguo en el que aparece su nombre: Carmen Frigolet. Desagraciadamente, su carrera como artística terminó cuando conoció a mi padre, que era una cosa que pasaba mucho en aquella época. Aquello de: "o el baile o yo". Y ella escogió a mi padre. La verdad es que no sé por dónde me vino esto de dibujar.
—Y de animales en extinción y perros pasas a dibujar peluches ¿Por qué 'Peluches'? ¿Te gustaban de chico?
—No, no que va. Te cuento. Después de Bye, que tuvo una acogida estupenda, voy a un par de eventos y hay alguien que me presenta como Paco Mármol, el de los animales a bolígrafos. Y en otro me pasa lo mimo. Y yo no quiero etiquetas. Y me dije: me tengo que plantear un proyecto que no sea ni de a animales ni a bolígrafo. Y de ahí surge Chatarra, una colección de dibujos a lápiz azul, porque quería que hubiese una conexión con la tinta del boli, que hubiera cierta continuidad, pero que fuese diferente. Chatarra es un proyecto que habla del modelo de consumo que tenemos en la sociedad actual, esa rueda de comprar para tirar y volver a comprar que nos lleva a una gestión de los recursos que es casi suicida si no paramos de consumir. Creo que es el gran paradigma que tenemos los humamos. O cambiamos el modelo de consumo que tenemos o nos vamos al traste. Y el tema de los peluches es un poco eso. Cuando vamos de compras a un supermercado, yo estoy haciendo fotos todo el rato a las estanterías. Me encanta esa estética de lineales llenos de productos todos iguales. Soy un enamorado del diseño del packaging. Y me parece que los grandes centros comerciales son las grandes catedrales de las sociedades actuales, el templo donde vamos a rezar al dios del consumo. Y los peluches están dentro de esa cadena. Son elementos fácilmente prescindibles, no son necesarios, y forman parte de esa cadena de producción de artículos para consumir y tirar, consumir y tirar. Y tienen un punto perverso, inquietante, como el que ven algunas personas en ciertos payasos. Ese es el mensaje: hay una producción en exceso de algo que no es necesario.
—El arte ¿tiene que tener siempre un mensaje?
—Yo creo que sí. Es verdad que también puede haber un arte meramente para un disfrute estético y me parece tan factible como cualquiera, pero creo que si hay un discurso debajo, le das sentido a lo que haces. En los libros de firmas a veces me he encontrado mensajes de niños de cinco años que han captado perfectamente lo que se quiere transmitir. Así todo tiene mucho más sentido.
—¿Con qué agresión ambiental habría que acabar más urgentemente?
—Creo que el mayor problema que tenemos es la destrucción de los hábitats. Las especies están en peligro de extinción porque nos estamos cargando sus hábitats para abrir extensiones de terreno para cultivo de soja o de cualquier otro cultivo que en esos momentos está produciendo réditos económicos. El señor todopoderoso del dinero impone sus reglas y nos llevamos por delante lo que haga falta, sin ser conscientes de que no tenemos un plan B. Hay expertos que aseguran que estamos en un punto de no retorno y quienes vaticinan que estamos ante la sexta extinción y esta es la primera producida por el ser humano. Ante todo esto, algo hay que hacer. Y si mi granito de arena es a través del dibujo, voy a a hacer lo que pueda.
—Como jefe de Exposiciones de la Diputación ¿qué criterios sigues para elegir a los artistas?
—Depende. Esta exposición que tenemos ahora mismo en la Sala Rivadavia, Gráfica en Tránsito, fue propuesta directamente por el Consulado de la República de Argentina. Según el acuerdo de uso de la sala, debe haber una al menos de artistas argentinos al año. La colectiva del Claustro de Exposiciones del Palacio Provincial, Estratos, fue una propuesta de una empresa de gestión cultural de Barcelona. Nos pareció bien porque trataba temas relacionados con la provincia y se aceptó. Pero como jefe de Exposiciones, cuando me pongo a darle vueltas a la programación del año que viene, siempre me planteo que mi línea de trabajo tiene dos enfoques: trabajo para los artistas, porque intento darle visibilidad a lo que hacen y en ese sentido intento que la programación sea lo más variada posible, tanto en técnica, como en temática y en que haya paridad de género. Pero trabajo también para la ciudadanía, para que conozca propuestas artísticas interesantes, tanto de la provincia como del exterior. Hay muchas salas en otros lugares donde te dicen que solo programan a artistas de su provincia. Y a mi me parece que es un error. Me parece un egocentrismo que en Córdoba, por decir algo, solo se programe a artistas de Córdoba. Porque la ciudadanía de Córdoba tiene derecho a conocer otras propuestas de otros sitios. Antes de esta colectiva tuvimos a Irene Cuadrado, una pintora de Madrid, una artistaza, con una obra fantástica. Y la ciudadanía gaditana, eso lo agradece.
—Diputación tiene un fondo plástico contemporáneo importante. ¿Se podrá ver en algún momento la colección en el futuro Museo de Arte Contemporáneo de San Agustín?
—Ahora mismo está paralizado. Han aparecido problemas estructurales y hace falta un nuevo proyecto, creo. No sé en qué acabará eso. Es verdad que la colección de Diputación es muy interesante y tiene piezas muy importantes, de Alberto García Alix, de Chema Madoz, Chema Cobos, Guillermo Pérez Villalta, Pierre Gonnord, pero ahora mismo está repartida entre despachos e instalaciones de la propia Diputación. Lo ideal sería que algún día esa exposición pudiera estar permanentemente expuesta para el disfrute de la ciudadanía. Porque en realidad es de ella, está comprada con fondos públicos. Hay cerca de 300 obras. Surge a mediados de los 80 con el Certamen Andaluz de Arte de Vanguardia, que luego desembocó en Aduana, el Certamen Nacional de Artes Plásticas. Aduana tenía una bolsa de compra anual. Cada año el jurado era distinto y los artistas también, por lo tanto no había un criterio fijo. Hay una especie de batiburrillo. Y no hay, por ejemplo, una gran obra de Pérez Villalta [...] Echo de menos un comité que analice la colección y que diga qué colección quiere tener. Hay que descartar piezas y cubrir lagunas.
—Hay otra faceta tuya que me sorprendió cuando la conocí, que es la de cofrade ¿Cuándo decides meterte debajo de un paso?
—Yo soy manigueta de la Virgen del Ecce Homo, de la Virgen de las Angustias. Empiezo en el año 95. En casa de mis padres y en mi casa siempre nos había gustado la Semana Santa. Y aquel año, por curiosidad, me planteo cómo será eso de cargar un paso. Lo comento con un amigo, me presenta al capataz, que es tu compañero Melchor Mateo, y allí estoy desde entonces. Hay gente a la que le choca: Pakito El Punki, cargando un paso. Y es que son cosas diferentes. En los años que llevo debajo del paso, son unas experiencias tan intensas, tan especiales y tan únicas que no las encuentro en otros sitios. Y me imagino que las habrá, en el mundo del Carnaval y en otros ámbitos.
—Pero ¿eres creyente?
—Yo tengo mi sistema de creencias. Pero los pasos están llenos de ateos. Cuando empecé había un hombre ya retirado que me explicó que cargar es como una metáfora de la vida. Cuando tú te metes estás lleno de fuerza, de energía, eres como el adolescente que está loco por comerse la vida a bocados, que se apunta un bombardeo y quiere experimentarlo todo. Cunado empiezas a andar, los kilos empiezan a caer y vas notando cómo la vida pesa. Y en esos momentos es cuando agradeces que alguien que está a tu lado te ayude o ayudar tú al que está al lado. Y al final, cuando te recoges, ya reventado, cansado, que lo has dado todo, miras para atrás y te sientes orgulloso del trabajo que has hecho, si la experiencia ha sido buena, que en mi caso siempre lo ha sido. Yo cuando empecé no tenía hijos, en estos años se han ido mis padres y amigos de la propia cuadrilla. Son momentos tan intensos en los que te aflora todo: Te acuerdas de tus padres, si lo has pasado mal ese año por lo que sea, momentos muy especiales, desligados de lo meramente religioso... El mismo Eloy Gómez Rube me dijo una vez en la facultad: "Paco, no hay nada más punki que una procesión".
-¿Te veremos entonces dibujando candeleros y firmando un cartel de Semana Santa?
-Yo ya he hecho algunos dibujos de temática cofrade. Sobre todo por encargo. A partir de ahí ya se han enterado de que toco ese palo y me llega que mi nombre suena un poco para ver si algún día me encargan el cartel... Creo que eso lo decide el Consejo de Hermandades... ¿Que si me gustaría? Pues claro que sí, me haría ilusión.
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