Palabras del Doce

IX Congreso de la Lengua Española

Las Cortes de Cádiz, con un lenguaje jurídico impecable, fue terreno propicio para que los diputados desplegaran una brillante oratoria recogida en los Diarios de Sesiones

Entrevista con José María García León

Cuadro de Salvador Viniegra conmemorativo de la proclamación de la Constitución de Cádiz.
Cuadro de Salvador Viniegra conmemorativo de la proclamación de la Constitución de Cádiz.

La época de las Cortes de Cádiz fue la última heredera del esplendor que la ciudad había mostrado durante buena parte del siglo XVIII. Aquel Cádiz pujante, comercial, económicamente poderoso y culturalmente destacado fue un Cádiz cosmopolita, un Cádiz floreciente que estaba preparado para acoger aquella pléyade de diputados españoles y americanistas que alumbraron, al amparo del asedio francés, la primera Constitución española. Lo hicieron con una lengua común, el español, el idioma cuyas palabras fueron puente de entendimiento para caminar hacia la libertad y hacia el fin del absolutismo monárquico, un camino sin embargo sinuoso, muy tortuoso, con senderos impracticables por culpa de unos derroteros históricos protagonizados por quienes querían mantener el control absoluto del pueblo. Aquel incipiente grito de soberanía y libertad –individual, social y de expresión– se lanzó en el idioma compartido que años más tarde permitiría también que el grito se escuchara desde la otra orilla reclamando libertad e independencia.

¿Y cómo era aquel lenguaje? ¿Qué palabras usaban los diputados, qué expresiones? ¿Cómo se fraguaron aquellos discursos polarizados entre liberales y conservadores? ¿Cómo hablaba la calle? Para tratar de fijar el marco del lenguaje del Doce, de aquel español colonial que ya entonces hablaban millones de personas en el mundo, recurrimos al historiador José María García León, profesor honorario de la Universidad de Cádiz y profundo estudioso, y por tanto conocedor, de una época fundamental en la historia de España, de su constitucionalismo, y de los futuros movimientos de independencia en los virreinatos americanos.

García León, autor también de innumerables artículos sobre las Cortes de Cádiz, su Constitución y los movimientos liberales y absolutistas de la época, distingue al menos tres tipos de lenguajes en ese Cádiz convertido en capital de España, y del imperio, en plena Guerra de la Independencia: el lenguaje jurídico, propio de la redacción de un texto como el constitucional; el lenguaje institucional, protagonistas de los discursos de los diputados en las sesiones parlamentarias, y el lenguaje popular, el de la calle, el más complicado de definir en una sociedad altamente analfabeta y que, sin embargo, se intuye bullanguero y también cosmopolita dado el alto número de europeos residentes en una ciudad que todavía no le había dado la espalda al mar. Recuerda de hecho García León que Ramón Solís llegó a asegurar en su magistral obra ‘El Cádiz de las Cortes’ que en la calle Nueva se hablaban “todos los idiomas del orbe”.

El historiador José María García León.
El historiador José María García León. / Jesús Marín

Respecto al lenguaje jurídico, a la redacción del corpus constitucional, el profesor José María García León destaca su excelente construcción: “Es un lenguaje jurídico muy bien hecho, muy bien constituido. En las Cortes había muy buenos juristas, como Calatrava, que es el mejor jurista que tenemos en las Cortes y que siguió carrera y fue presidente del Tribunal Supremo. O el padre Muñoz-Torrero, que el mismo día de inauguración de las Cortes proclama el principio de soberanía nacional y división de poderes. Aquel día, en San Fernando, aún no había taquígrafos pero nos ha llegado un resumen del discurso gracias al propio secretario de las Cortes. La Constitución tiene un lenguaje jurídico impecable. Es la más larga de las siete constituciones que hemos tenido. Tiene 384 artículos”.

Abunda el profesor gaditano en las dos principales influencias doctrinarias de aquel entonces joven siglo XIX: la procedente de la Revolución Francesa, sobre todo con la Declaración de los Derechos del Hombre, y la influencia de la Constitución de los Estados Unidos, marcada por el habeas corpus o la independencia personal. “Se nota –explica el profesor– la influencia de pensadores franceses y anglosajones, eso es evidente. El propio Argüelles estuvo una temporada en Inglaterra y tenía una formación jurídica. O el asturiano conde de Toreno, más afrancesado, y que se llamaba José María Queipo de Llano... Y un dato que considero muy importante: el prólogo, el preámbulo de la Constitución, lo hace Argüelles. Es un texto muy rebuscado, intentando dar a entender que la Constitución nuestra no es ninguna novedad, ninguna innovación, sino que es una consecuencia de la tradición democrática española que viene desde las Cortes castellanas y aragonesas. Es una pieza muy bien construida”.

Agustín de Argüelles.
Agustín de Argüelles.

Los Diarios de Sesiones de las Cortes de Cádiz, con todos los discursos que se pronunciaron, apenas encierran secretos para José María García León, que los ha leído y estudiado en profundidad en varias ocasiones. En general, afirma que su lenguaje es “plano y políticamente correcto, un lenguaje muy bien expresado en el que muchas veces hay que leer entre líneas porque se sabe, por otras fuentes, que hubo sesiones realmente tormentosas, y el lenguaje no incide mucho en ninguna cosa que llame poderosamente la atención, tanto para lo bueno como para lo malo”.

Pero entre tantos diputados, entre tantos discursos, García León defiende la existencia de grandísimos oradores: “Hubo gente muy buena; incluso algunos de ellos mitificados como el propio Argüelles, que se le llamó el Divino, por la parte liberal. Está Calatrava, de lenguaje conciso y de quien ya hemos dicho que es el mejor jurista que tenemos en las Cortes. Tenemos a Isidoro de Antillón, que era un hombre de gran facilidad de palabra, o al sacerdote Juan Nicasio Gallego, que usaba un lenguaje muy ampuloso... Hay que tener en cuenta que un 30% largo de los diputados eran clérigos, gente acostumbrada a hablar, a los sermones, y estos eran los que realmente tenían una oratoria más contundente, más recargada”.

Y también hubo diputados poco propensos a los discursos y muy dados a ovacionar con fuerza a su líder y a votar a su favor. Llamados ‘culiparlantes’, fueron los diputados que “nunca abrieron la boca, nada más estaban pendientes del líder de turno para levantar la mano. Los culiparlantes, un término muy bonito que se usa hoy pero que está acuñado en aquella época”.

¿Y los diputados andaluces? García León destaca también a algunos de ellos: “Por ejemplo, Antonio Porcell diputado por Granada, de quien un cronista dice que sus discursos eran castizos y correctos, a la vez que se alaba su acento andaluz. Otro, el famoso cura de Algeciras, el padre Vicente Terrero, que es de los pocos que tiene un ramalazo republicano en las Cortes y a quien se le acusa de zafio: alguno decía que citaba el latín a trompazos. También un diputado conservador, una figura venerable que llegó a ser cardenal, Inguanzo y Rivero, que desde la postura más conservadora, más tradicional, tiene discursos muy bien construidos. Son piezas algunas de ellas de una oratoria parlamentaria magnífica”.

Retrato de Mejía Lequerica.
Retrato de Mejía Lequerica.

“Por el grupo americano –continúa García León– hay gente muy brillante también. El más brillante, quizás, fue Mejía Lequerica, de Quito, que fue un hombre polémico, controvertido, de saberes universales: medicina, botánica..., estuvo a punto de enrolarse en la expedición de Celestino Mutis. A él se le debe la iniciativa del decreto de libertad de imprenta; sus críticos decían que tenía la habilidad de decir una cosa y la contraria a la vez. También está el padre Florencio del Castillo, por Guatemala, que era un poco el Bartolomé de las Casas de las Cortes de Cádiz, siempre a favor de los indios. Todavía hoy se dice que sus discursos se leen como piezas maestras. La oratoria parlamentaria brilló muchísimo en estos casos. También el mexicano Olmedo. Y sobre todo el precioso discurso, cortito, que es una bella pieza de oratoria, el del padre Gordoa Barrio, mexicano que es el último presidente de las Cortes. En su discurso de clausura, el 14 de septiembre de 1813, él da un discurso muy bonito, muy emotivo, donde hace un magistral resumen de las Cortes desde sus inicios”.

El eterno debate del ¡Viva la Pepa!

¿Cómo sería el lenguaje de la calle en el Doce? El profesor José María García León afronta la pregunta con la complejidad de la ausencia de referencias explícitas y con un dato perteneciente a la Europa de la época y que, perfectamente, se puede extrapolar a España: “ A principios del siglo XIX, se calcula que había un 88% de analfabetos en la población europea. El lenguaje de la calle sería el lenguaje popular, como en gran parte de la población del imperio español en América, con ciertos particularismos”.

Cádiz era por entonces una ciudad comercial en la que concurrían muchas nacionalidades europeas y que, por tanto, era hasta cierto punto un Babel de idiomas muy diversos. Una circunstancia que pudo influir en el lenguaje de la calle, en el popular, que en la prensa se reflejaba de una manera muy particular: “La prensa, cuando quiere decir ‘God Save the Queen’, lo escribe como suena, como se pronuncia, literalmente, no como se escribe; en el Diario Mercantil, por ejemplo: ‘God seiv de quin...’. Llegaron muchas palabras de América y de Europa, hubo muchos anglicismos en Cádiz. por encima de lo francés, que era más antipopular dentro del contexto de la Guerra de la Independencia”.

¿Y el grito de Viva la Pepa? García León tiene una postura clara y prudente: “Si me voy a los documentos, no encuentro nada. No pretendo sentar cátedra, porque sería una petulancia por mi parte y porque, además, la historia siempre está abierta, en cualquier momento puede salir un documento, pero si se leen las memorias de Alcalá Galiano, las de Toreno, los periódicos de la época, los panfletos... No aparece nunca ese grito. Incluso en torno al primer centenario de las Cortes, cuando el famoso cuadro de Viniegra o el Monumento a las Cortes, en esa época, un siglo después de la proclamación de la Constitución, tampoco aparece el grito de Viva la Pepa”.

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