Pemán nació tres veces
40 aniversario de su muerte
Así fue el episodio que transformó el pensamiento del escritor gaditano y llevó a un hombre de ideas arcaicas a morir como un demócrata
Este artículo está basado en las entrevistas realizadas para el documental Los Pemanes de Pemán, producido por Diputación y que se estrena la próxima semana
El 13 de julio de 1940 José María Pemán llegó de noche, desde Madrid, a su casa en la plaza de San Antonio de Cádiz, la que había comprado unos pocos años antes con los derechos del deslumbrante éxito de su comedia de santos “El divino impaciente”. Aquello había sido inesperado, todo un fenómeno social. Él, que fantaseaba con ser un Lope de Vega del siglo XX, había dado en la diana a la primera, en su debut como dramaturgo. Se estrenó en 1933 en el teatro Beatriz de Madrid sólo unos pocos meses después de la expulsión de la orden de los jesuitas del país por decreto del gobierno de Manuel Azaña. “El divino impaciente”, escrita en su viña de Jerez en verso en 33 días por encargo de la Asociación de Propagandistas, se convirtió en una especie de manifiesto tradicionalista y católico contra la II República. Sólo así se explicaba el éxito de una obra de tan escaso fuste y que anunciaba la acartonada fanfarria de lo que sería el cine de gran producción del franquismo.
Aquella noche de verano de una España devastada por una guerra que había terminado hacía algo más de un año Pemán llegaba a Cádiz satisfecho. Esa mañana había intervenido en el acto en memoria de José Calvo Sotelo, el líder monárquico de la derechista CEDA, asesinado sólo unos días antes del levantamiento militar de julio del 36. Su discurso, creía él, había sido brillante. Pemán había explicado lo que significaba el decreto de unificación promulgado por el general Franco en abril del 37, aquél por el cual una organización republicana de ambiciones sociales y revolucionarias, filofascista y casi laicista, con algunos de sus miembros abiertamente ateos, como el caso de Ramiro Ledesma, se unía con un tradicionalismo de raíces carlistas, católico hasta el tuétano, absolutista y reaccionario. Aquel mejunje inventado por Franco, que no era ni una cosa ni la otra, se llamó Falange Española Tradicionalista y fue el eje sobre el que se sustentó la original fórmula política del futuro dictador: el nacionalcatolicismo. Pemán, que nunca había sido falangista ni carlista (era monárquico alfonsino), fue nombrado consejero nacional del invento.
Gonzalo Álvarez Chillida es el historiador que mejor ha estudiado el papel del Pemán político y su libro escrito a cuatro manos con el fallecido Javier Tusell “Pemán. Un trayecto intelectual desde la extrema derecha a la democracia” es la más profunda descripción del tránsito del escritor gaditano de unas ideas arcaicas a la necesidad de la modernización de una España integrada en Europa. Chillida me explica durante una cita en la Facultad de Políticas de la Complutense, donde nació Podemos, con las paredes literalmente ocultas por miles de graffitis de ultraizquierda, el contenido de aquel discurso de Pemán: “Cuenta lo que él piensa del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, del que había sido muy amigo y al que admiraba. Y lo que piensa Pemán de José Antonio no le gustaba nada a los falangistas. Lo que él dice de José Antonio es que él fue el que aportó los eslogan, la camisa, los símbolos, pero eso era el envoltorio, que bajo ese envoltorio de estética fascista lo que realmente había era la doctrina de Calvo Sotelo, es decir, el catolicismo y la monarquía absoluta”.
Pemán no se percató de que ese discurso había enfurecido al conocido como el cuñadísimo, el número dos del régimen entonces, Ramón Serrano Suñer. Lo descubrió cuando llegó a su casa de Cádiz. Allí estaba esperándole un telegrama firmado por Miguel Primo de Rivera. Miguel era el hermano de José Antonio, que había sido ajusticiado por los republicanos en la cárcel de Alicante en 1936 y que se había convertido en el mártir del Movimiento, una figura se diría canonizada por el franquismo, pese a que se hace difícil creer que el complejo pensamiento de José Antonio hubiera encajado con el de un africanista políticamente tan cuadriculado como Franco. El telegrama de Miguel Primo de Rivera era directo: “Tus palabras de hoy han sido inadmisibles. Te reto a duelo y te abofetearé en cuanto nos veamos”. Ofrece a Pemán que elija armas y padrinos.
Pemán lo lee aterrorizado. ¿Un duelo? Para empezar no tiene la más mínima oportunidad de salir vivo del trance. No tiene ni idea de cómo funciona una pistola, no ha disparado en su vida y Miguel es un consumado tirador. Para terminar, descubre que lo que ya se temía se plasma en ese telegrama. Los falangistas le detestan. Y él sabe que los falangistas son peligrosos. Demasiados se tomaron al pie de la letra la dialéctica de los puños y las pistolas.
Pemán trata de localizar desesperadamente a sus amigos los generales Camilo Alonso Vega y José Enrique Varela para que le hagan llegar a Franco el anuncio del desigual reto. Aunque en sus memorias, muy recomendables, “Mis almuerzos con gente importante”, él cuenta el suceso con ironía, todo apunta a que, como dice Chillida, “vivió esas horas con enorme angustia”. Cuando da con Camilo Alonso Vega, éste le hace llegar a Franco la imposibilidad de que se celebre un duelo entre el poeta laureado, presidente de la Real Academia de la Lengua, y el hermano del mártir de la cruzada. Hay que evitarlo a toda costa. Franco lo habla con Serrano Suñer y abortan la refriega pero Serrano Suñer, poderosísimo entonces por sus buenas relaciones con la Alemania nazi, pone condiciones. Pemán es destituido de su puesto en la Real Academia y del consejo nacional del gazpacho que era la Falange Tradicionalista.
Durante los siguientes tres años, hasta la caída en desgracia de Serrano Suñer, Pemán es silenciado. Su nombre, recuerda Chillida, no podía aparecer en la prensa. Pemán era un proscrito, “un hombre sin derechos”, como afirma Ana Sofía Pérez Bustamante, la catedrática de Literatura de la UCA que mejor conoce la obra literaria del escritor gaditano. Manuel Guerrero Pemán, nieto de Pemán, señala algo que poca gente sabe: “Llegó a estar desterrado tres meses en Gibraltar”. “Era la bicha para los falangistas”, suscribe Luis María Anson, que fue su director en años posteriores en ABC, cuando sus artículos en la Tercera de este rotativo eran de una enorme popularidad.
Durante esos tres años Pemán tuvo tiempo de observar el nuevo tiempo. Él se había “agarrado a Franco como un clavo ardiendo” pensando que el resultado del fin de la contienda civil sería el regreso de la monarquía. Pronto vio que eso no iba a suceder. “Franco convirtió el país en un cuartel. Churchill pronunció la frase más certera: España es un país ocupado por su propio ejército”, me resume Anson desde su casa en Madrid rodeado de fotos de los Borbones.
Hasta ese momento Pemán había sido un hombre sin fisuras en su pensamiento político. Pérez Bustamante lo atribuye a la lectura de joven, mientras estudiaba Derecho, de la Biblioteca de Autores Españoles, cuya colección íntegra se encuentra en el Casino Gaditano. Allí devoró Pemán este proyecto del editor Manuel Rivadeneyra que inventaba con un sesgo nacionalista la historia de España y de nuestra literatura, “muy centrada en el siglo de oro”. Así Pemán, como el Quijote, intoxicado por sus lecturas, vislumbró una España gloriosa e imperial que trasladó a su pensamiento y a su poesía, abiertamente desfasada, lo que explica que él no llegara a formar parte de la que tendría que ser su generación, la del 27, y que incluso le pareciera demasiado moderno el modernismo, que a esas alturas ya estaba pasado de moda.
Cuando se convirtió en uno de los ideólogos de una dictadura sin ideología, como la de Miguel Primo de Rivera, escribió con pasión su doctrina en el catecismo del único partido del momento, la Unión Patriótica, del que era el máximo representante en Cádiz. En ese tiempo confraternizó con los dos grandes caciques de la provincia, Ramón de Carranza en Cádiz y el Conde de los Andes, en Jerez. Él permitió que siguieran siendo caciques y ambos le traicionaron cuando cayó Primo de Rivera.
Durante la República, como no podía ser de otro modo, fue un antirrepublicano de primera hora y un diputado al que no le gustaba ser diputado tras las elecciones del 33. “Votemos para no votar más es lo que decía en sus mítines”, afirma Chillida.
Cuando fracasó el pronunciamiento de julio del 36 y aquello se transformó en una guerra civil, Pemán se mostró entusiasta. Escribió el demencial poema de guerra “La bestia y el ángel”, contaminado por las ideas antisemitas, que era algo que él nunca había sido, como reconoce el catedrático de Historia Moderna de la UCA Manuel Bustos, y se recorrió España de punta a punta para arengar a los soldados en el frente. También hay que decir que nada muy diferente de lo que hacía Rafael Alberti en el otro bando. No se conocen por su parte delaciones ni una participación activa en la confrontación más allá de sus discursos, pero el concejal de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Cádiz, Martín Vila, se muestra convencido de que “no sólo el que empuña un arma es responsable de las víctimas de una guerra”.
El otro episodio en el que la figura de Pemán aparece empañada en aquellos años es su papel en la Junta Técnica de 1937 y en la que él es el responsable del área de Cultura y Enseñanza. De ese organismo nace la orden, firmada por Pemán, que va a suponer la depuración de miles de maestros. Unos suspendidos de empleo y sueldo, otros desterrados, algunos otros depurados cuando ya habían sido fusilados, aquella orden supuso desandar un camino en el que ya íbamos con retraso y que España llegara al final de la dictadura de Franco con unos niveles de analfabetismo propios del tercer mundo. El catedrático Bustos argumenta en defensa de Pemán que “intercedió para evitar que muchos de los profesores fueran depurados”, como fue el caso del poeta Gerardo Diego. Sin embargo Manuel Santander, ex inspector de Educación que se ha dedicado a investigar en profundidad el calado de la depuración de maestros en la provincia de Cádiz, asegura que “no he visto ni una sola de esas pruebas de generosidad, todo lo contrario. Lo más que encontré en sus archivos fue un escrito en el que lamentaba la dureza de esta depuración, pero más preocupado por que él fuera a pasar a la historia como un nuevo Torquemada español que por el destino de los maestros”.
Pemán, además, fue testigo directo de la depuración más célebre del franquismo, el acto en el que Miguel de Unamuno, el 12 de octubre de 1936, se enfrentó a José Millán Astray, lo que le supuso ser destituido como rector de la Universidad de Salamanca. Fue Pemán el que intervino antes de que Unamuno tomara la palabra, aunque todos los historiadores coinciden en que no fueron las palabras de Pemán las que produjeron el estallido de Unamuno. Pemán en su discurso, aquel día, habló “de las cosas que se hablaban entonces, de la raza y todo eso”, como afirma el catedrático Bustos. Sin embargo, Pemán nunca dejó constancia de ese aciago día hasta que muchos años después, en los años 60, escribió el artículo “La verdad de aquel día” en una Tercera de ABC. “Y mintió. Dijo que aquel día no pasó nada. Falseó la historia”, concluye Chillida.
Pero el Pemán que resurge del incidente del duelo es decididamente otro Pemán. Vamos a encontrar un Pemán de ideas renovadas, volcado en la causa de Don Juan de Borbón y, conciliador, va a poner todo su esfuerzo en restituir a los intelectuales del exilio en la España franquista. Lo consigue de manera notable con Menéndez Pidal o Dámaso Alonso. Juan Ramón Jiménez, al que Pemán ayudó a recuperar su biblioteca después de que fuera saqueada por unos falangistas, siempre hablará bien de él. Ayuda a escritores emergentes abiertamente antifranquistas como el jerezano Caballero Bonald o el dramaturgo Alfonso Sastre, que acabaría en las filas de Batasuna. Francisco Rabal, consentido comunista, convierte a Pemán en su referente y su amigo. En esos años, Pemán es un mecenas y un conseguidor. Es el artífice de los cursos de verano de la Universidad de Cádiz y es él el que consigue que “un hombre abiertamente libre, homosexual y heterodoxo como Jean Cocteau venga a Cádiz”, señala el escritor Luis García Gil. Los artistas más reconocidos de aquel tiempo se acercan a él. Lola Flores o Raphael le consideran casi un padre. Para televisión escribe la serie “El Séneca”, protagonizada por otro que acabaría siendo un gran amigo, Antonio Martelo, y con la que trata de llevar a la pantalla de una sola cadena la sabiduría popular que le transmite Fernando, el guardés de su finca de Jerez, al gran público. Vista hoy causa algo de rubor, pero no se puede negar que algunos planteamientos eran muy liberales para la época.
Y Alberti. Con Alberti mantiene durante años una amistad en secreto. Pemán le visita en París. Es conocido un encuentro en el que también está presente Bergamín. Aquella jornada acaba entre copas y coplas. A su vez, Pemán, como narra Anson, media para que se permita venir a Alberti, “el rojo de los rojos”, a España de incógnito para que el poeta portuense pueda ver por última vez su alameda perdida cuando éste creía que iba a morir. Cada año, por su cumpleaños, Pemán enviaba a Alberti una caja con botellas de Domecq. El abrazo de Pemán con Alberti en la plaza de San Antonio en los Carnavales de 1981 ha sido hasta hace muy poco el símbolo del reencuentro de las dos Españas. En esa foto, indica el escritor Andrés Trapiello, “no está la tercera España, la de Chaves Nogales. Los pemanes y los albertis la habían laminado en los años de la guerra”.
En lo político Pemán fracasa en su batalla por lograr que Juan de Borbón fuera rey y Anson dice que “recibió como un golpe” la decisión del salto sucesorio. Don Juan le pidió que fuera fiel al nuevo Rey Juan Carlos y Pemán lo cumplió con creces. Definió antes que ninguno cómo iba a ser la Transición, firmó un manifiesto a favor de la legalización del Partido Comunista y en sus últimos años se sintió más cercano a Suárez que a Alianza Popular. “Iba por delante de sus lectores en el ABC”, asegura Chillida. No dejó de ser monárquico, no dejó de ser católico, pero Pemán muere demócrata.
Hay tres fechas de nacimiento para Pemán. Una es la del registro, 8 de mayo de 1897, un año antes del desastre de Cuba; otra la que fija él en sus memorias, el 16 de diciembre de 1917, cuando pronuncia su primer discurso y decide dedicarse a la literatura.... la tercera la marca la historia y es menos conocida. Su tercer nacimiento es el 13 de julio de 1940, cuando recibe un telegrama que le reta a duelo y descubre que esa España que soñaba puede convertirse en una pesadilla. Hay muchos pemanes en Pemán.
Para las nuevas generaciones Pemán es olvido. A Pemán no se le estudia, a Pemán no se le lee, pero la historia nos enseña que si hubo un Pemán tenebroso, también hubo un Pemán generoso. Como en cada hombre, hubo una bestia y un ángel.
Una polémica placa, una polémica ley
El escritor Andrés Trapiello fue miembro de la comisión que la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena nombró para decidir la pertinencia de mantener el rotulado de 350 calles de Madrid. Tras una deliberación “no demasiada larga” se decidió mantener tanto la placa de la casa en la que vivió Pemán en Madrid como el nombre de su calle (en el distrito de Arganzuela). “Nos pareció demencial que tanto él como otros escritores como Manuel Machado o Agustín de Foxá fueran retirados del callejero cuando no participaron de manera activa en la guerra ni tenían delitos de sangre y cuyas calles estaban dedicadas a ellos por una obra literaria que considerábamos notable. En realidad, nos parecía demencial el texto de la propia Ley de la Memoria”. El Ayuntamiento de Cádiz no ha tenido el mismo criterio y ha considerado que la placa en la que se daba cuenta de su lugar de nacimiento estaba colocada allí como “un honor de guerra” y no por su significación literaria. De hecho, argumenta Martín Vila, concejal de Memoria del Ayuntamiento, se mantiene otra placa en el interior de esta casa, en la calle Isabel La Católica, en la que se recoge un fragmento de uno de sus poemas dedicados a Cádiz. “Entendemos que hay que mantenerla porque esa placa sí que no tiene ninguna connotación relacionada con la guerra civil y la represión”. Por su parte, el escritor Enrique García Maiquez piensa que la retirada de honores a Pemán no tiene nada que ver con la guerra civil, “sino que es una impugnación al régimen del 78, una impugnación al reencuentro, una impugnación al abrazo de Alberti y Pemán en la plaza de San Antonio”.
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