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“Pepe Mena quiso que yo fuera pregonero del carnaval, pero le propuse a Ory”

Jesús Fernández Palacios | Poeta

El autor gaditano repasa en esta entrevista sus comienzos literarios, sus coqueteos políticos y su profunda amistad con escritores como Quiñones, Ory, Bonald y Alberti

El último libro de Jesús Fernández Palacios

El poeta gaditano Jesús Fernández Palacios. / Lourdes De Vicente

Jesús Fernández Palacios nació un 14 de septiembre de 1947 en la clínica de Romero Abreu, en el número 12 de Antonio López, la misma calle en la que, en el portal 24, se encontraba la casa familiar con los balcones, recuerda el propio poeta gaditano, dando a una plaza de España que agradece ver ahora “tan humanizada”. Miembro de una familia numerosa, de padres gaditanos, su abuelo paterno era hijo del capitán general del departamento, Manuel Fernández Almeida. Realizó sus primeros estudios en el colegio San Felipe Neri del casco histórico, para después pasar al Instituto Columela que por entonces, matiza, estaba aún en la calle San Francisco, en lo que después sería el Rosario.

Empezó a estudiar Derecho en Sevilla, pero pronto descubrió que ser abogado o jurista no estaba entre sus planes de futuro y optó por hacer oposiciones a la Tabacalera para, de alguna manera, dar continuidad a la saga materna: su abuelo por parte de madre llegó a ser jefe de las fábricas de tabaco de Cádiz y de Sevilla. Superados los exámenes, Fernández Palacios comenzó a trabajar en tareas administrativas y de facturación en los Depósitos de Loreto para después pasar a la fábrica del casco histórico, hoy convertida en Palacio de Congresos, y finalmente al centro tabaquero de Zona Franca donde se jubiló. Disponer de trabajo fijo le facilitó, desde luego, dedicarse a la poesía sin la complicada misión de vivir de las letras, una vocación que le surgió en su año universitario en Sevilla.

Allí, en pleno mayo del 68, despertó también una conciencia política contraria al régimen y que con el tiempo le llevó al Partido Comunista y que entonces le valió, incluso, para ganarse una multa tras participar en un masivo encierro estudiantil que acabó en Comisaría: recuerda que le pusieron una multa de 7.000 pesetas, un dinero que, para que su padre que había sido falangista no se enterara, pidió a un primo republicano que vivía en Caracas.

–¿A qué se debe su querencia cultural, en especial a las letras?

–Cuando estaba en Sevilla, vivía en una pensión donde coincidí con otro gaditano que se llamaba Quique García Arboleya. Y en esa pensión me aburría como un muermo y entonces empecé a escribir un diario.

–Diario que sigue escribiendo desde entonces.

–Lo que pasa es que esa parte del diario la tiré. Después seguí escribiéndolos y, sí, los conservo. Y aquí está resumida buena parte de mi vida.

–¿Nunca los publicó?

–No los he publicado. Ya me han hablado de eso, porque además algunos los tengo transcritos, pero voy a esperar.

–Pero los de la época de la juventud los tiró, como se suele hacer a esa edad...

–Entonces tenía dos inquietudes grandes: Dios, porque yo era religioso y había estado en Acción Católica y la Adoración Nocturna, donde el cura que se reunía con nosotros, el capellán, era el secretario de Añoveros; y la otra preocupación era el amor, enamorarnos...

–Nada nuevo en un joven.

–Yo me acuerdo que era muy enamoradizo, unas veces me respondían y otras veces, no. Luego, cuando los vi me parecía que eran demasiado íntimos y esos nos lo integré en este diario. Lo que está lo asumo perfectamente.

–¿Ese fue un poco el origen de empezar a escribir?

–Y también que había una tertulia en la plaza de Mina, que era la tertulia de Educación y Descanso, del sindicato franquista. Y allí empezamos a ir José Ramón Ripoll, Rafael de Cózar y otras personas más. Hicieron un concurso y yo gané un premio con un poema que se publicó en la revista de Educación y Descanso. Eso fue en 1969, una vez que ya me había venido de Sevilla y antes de que sacara las oposiciones y empezara a trabajar en los Depósitos, que eso fue en 1970. Mi primer sueldo fue de 7.000 pesetas...

–Hubiera tenido para pagar aquella multa universitaria...

–Sí... (ríe). En esa época, con 7.000 pesetas...; me acuerdo que a mi pandilla los invitaba yo siempre.

–Aquel fue entonces el primer poema publicado.

–Sí, pero el primer poema que yo sigo asumiendo lo publiqué en una revista de Madrid llamada ‘Aquelarre’, un poema que se llama ‘Frustración’ , que se ha publicado en varios sitios y que se ha traducido al inglés. Esa era la revista de una tertulia literaria muy famosa que había en Madrid, en el Café del Correo. Ya por entonces escribía mucho. Además, en Cádiz decidimos montar el grupo Marejada.

–Ese fue el siguiente escalón.

–Empezamos con el grupo Marejada en mayo de 1971. La primera tertulia la hicimos en el Parisien. Aquello era inasumible porque teníamos que hacerla por la noche, el señor que estaba allí nos decía que tenía que cerrar... Entonces, el padre de Pedro Rivera tenía Libros Cádiz en la calle Cardenal Zapata. Pedro habló con su padre y nos cedió una trastienda para hacer la tertulia los sábados por la noche a las nueve. Estuvimos tres años e hicimos cien tertulias, que eran públicas y a las que invitábamos a poetas. Nos ayudó mucho Quiñones, que venía a las tertulias y luego nos íbamos con él a Candelaria, a Mina, y allí Quiñones nos cantaba flamenco. Y por supuesto, cuando empezó el grupo, en la primera tertulia, allí había un policía. Y fui a ver al alcalde Jerónimo Almagro porque queríamos hacer una revista literaria, y logré que nos diera 12.000 pesetas de los beneficios del Trofeo, pero con la prohibición expresa de meterse con el caudillo: “Como te metas con el caudillo, te meto en la cárcel; no a tus compañeros, a ti”, me dijo.

–Pero vuestra inquietud, en ese momento, era literaria.

–Sí, solo literaria. ¡Cómo nos íbamos a atrever a meternos con el caudillo! También, antes de Marejada, íbamos al club del Rosario que lo dirigía el padre Ramón que fue profesor de religión en el Bachillerato. Allí se hacían juegos de mesa, algunas tertulias; estaban Marchante, Porquicho... Marejada duró hasta 1974, hicimos lecturas públicas en Cádiz, en Sevilla; y Quiñones nos llevó a dar tres recitales en Madrid.

–Su primer libro fue en 1976.

–El primer libro me lo publicaron en México.

–¿Por qué decide versificar su vida?

–Eso fue influencia del Bachillerato. La asignatura que más me gustaba, además de la historia y la filosofía, era literatura. Yo, desde luego, empecé a amar la poesía leyendo a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, a César Vallejo un poco más tarde. Yo creo que empecé a escribir copiando a los clásicos, que es lo que suele hacer cualquier escritor. Y Alberti...

–También influyó.

–En 1971 yo escribí una carta a Alberti, al Trastevere, pidiéndole un texto para la revista de Marejada. Y no me contestó.

Jesús Fernández Palacios. / Lourdes de Vicente

–¿Ni siquiera lo conocía?

–No, qué va; solo de leerlo. La vocación mía era la literatura. La Tabacalera era el modus vivendi.

–Tener esa estabilidad laboral sería fundamental.

–Hombre, yo me sentía realizado. Y es que de la poesía no vivía casi nadie.

–No vivió de ella ni Cervantes.

–Cervantes, menos; tuvo que hacer de todo.

–¿Qué ventajas, o desventajas, tiene ser poeta?

–(Piensa). Para mí tiene ventajas y si además eres un poeta estimable y estimado, tienes todavía más ventajas. A mí me encantaba siempre jugar con el lenguaje. Y en el año 70 vino desde Madrid Fernando Samaniego, un periodista, y empezó a trabajar de prácticas en el Diario de Cádiz. Allí entraba yo mucho con Quiñones a hacer las páginas de Alcances; y Samaniego y yo empezamos a hacer una página quincenal dedicada al arte, la cultura y la literatura. Publiqué mucho en el Diario.

Yo le mandé una carta a Alberti y otra a Ory, con dos meses de diferencia, para pedirle un texto para el Diario, no para Marejada, ahora que me acuerdo... Y Ory me mandó un poema que se llamaba ‘Ovario materno’, y Alberti no contestó, que con el tiempo, cuando nos hicimos amigos a partir de 1977, se lo dije.

–¿Ahí empezó la gran amistad con Ory?

–Yo le escribo el 12 de mayo del 71 y él me contesta el 15 de mayo del 71. Sin conocerlo aún. Es que Samaniego me había traído una antología de Ory que publicó Edhasa en una edición de Félix Grande. Y cuando leí ese libro me quedé deslumbrado con la desvergüenza, la capacidad de juego que tenía, la imaginación portentosa, sus atrevimientos expresivos...

–Hasta entonces no lo conocía.

–No, los Ory que yo conocía de Cádiz eran familia suya, pero a él no lo conocía. A uno de ellos le pedí la dirección de Carlos, que entonces vivía en Amiens.Ahí me hice oryano y cesarvallejano. También era la ternura escribiendo, el juego de palabras, la imaginación desbordada...

–Esa amistad fue cuajando.

–Una vez, estando en casa de mis padres en agosto de 1971, Carlos me llamó por teléfono desde el Hotel Salymar, en San Fernando, que había venido desde Francia y me dijo que si podía recogerlo. Yo no tenía coche, y le pedí a Agustín Ollero, el de Mignon donde también hacíamos tertulias, que me ayudara. Fuimos a recogerlo y lo trajimos a una casa de avenida de Portugal, donde se pasó varios días de agosto del 71 con un calor tremendo. Ory en calzoncillos amarillos, famélico que estaba, y allí leyendo, meditando... Le llevábamos comida porque no tenía nada. Él vino a España porque la revista ‘Litoral’, de Málaga, le había dedicado un monográfico entero y tenía que ir hasta allí. Y Agustín Ollero y yo lo llevamos en el coche.

–Y se hizo definitiva esa amistad.

–Sí, yo tengo 170 cartas suyas, la mayoría manuscritas.

–En el prólogo de ‘Antes de que el tiempo acabe’, su último libro, destaca a Bonald, Ory y Quiñones diciendo que con ellos ha tenido “sentidas convergencias, complicidades literarias e intereses compartidos”. Eso es algo más que ser amigos de los tres.

–Sí, sí. A Quiñones, que fue el primero, le tenía gran afecto, admiración y respeto. Era el escritor más generoso que hemos tenido con nosotros. Lamenté mucho su muerte porque podía haber hecho una obra más ambiciosa, fue una muerte muy prematura. A Caballero Bonald lo conocí un día que iba con Gabriel Celaya y su mujer, Amparitxu, porque habían participado en los Cursos de Verano que dirigía Pemán. Desde aquella vez nos hicimos muy amigos, y sigo siendo patrono de su Fundación y director de la revista ‘Campo de Agramante’. Fue una relación intensa. Y a Ory, como ya he dicho, lo conocí en 1971.

–¿No parecía Bonald, al lado de Ory o Quiñones, demasiado serio?

–Sí, por supuesto, pero en privado tenía mucho sentido del humor y le gustaba el cachondeo.

–Lo imagino socarrón.

–Socarrón, sí, sí.

–También hubo amistad con Alberti.

–Sí, sí. De hecho, el diario ‘El País’, con el que colaboraba aunque yo no era periodista, me mandó a recibir a Alberti a la estación de El Puerto en 1977. La llegada fue una apoteosis, se desbordó tanto que no nos dejaron acercarnos a él. Yo estaba con Pepe Mena, al que conocía al estar en el Partido Comunista. Lo intenté después en el hotel, en El Caballo Blanco, pero tampoco pude hacerla allí. Me emplazó al día siguiente, en una reunión que íbamos a tener en una sede clandestina del Partido Comunista, en la calle Ancha... ¿Sabes dónde salió de la clandestinidad el Partido Comunista en Cádiz? En este salón en el que estamos (su propia casa). Aquí cité a Agustín Merello por parte de la prensa, para que estuviera en la reunión del comité provincial del Partido Comunista.

–Me llama la atención el título de ‘Antes de que el tiempo acabe’. Sugerente y hasta inquietante.

–Bueno, para empezar tengo 75 años, y espero cumplir los 76. Tengo algunos problemas de salud; y aparte, este verso es un octosílabo de una décima espinela que le dediqué al gran poeta cordobés Pablo García Baena. Entonces, se me ocurrió titularlo así, que tiene que ver con que el tiempo se va a acabar para mí algún día, aunque yo no tengo prisa. Y este libro, todo el libro, es un elogio a los libros, a la literatura. Hay 30 textos críticos y otras 30 entrevistas a otros tantos autores de gran valía.

–Es curioso que en esta obra le haya ganado la prosa a la poesía.

–Es prosa, sí, pero también hay poemas en este libro.

–¿Le quedan algunos poemas aún sin publicar?

–Sí, siempre quedan. Por ejemplo, cada vez que nace un nieto le escribo un poema. Y hay algunos de esos poemas que me gustan y probablemente los incluya en algún libro con otros que he hecho últimamente.

–¿Qué le parece que se celebre en Cádiz el Congreso de la Lengua?

–Vamos a ver, del Congreso de la Lengua de Cádiz sé menos cosas de las que me gustaría saber. [La entrevista se hizo antes de conocerse algunos detalles de la programación] Nadie nos ha dicho nada a los que estamos escribiendo y publicando y haciendo una labor cultural. La primera persona que me ha pedido algo ha sido Téllez, un poema para unas marquesinas. Nadie nos ha informado de nada. Creo que deberían haber esperado un poco, porque hacerlo entre Carnaval y Semana Santa...

–Ha terminado ya el Carnaval, donde hay muchos poetas...

–A mí siempre me ha gustado el Carnaval. Cuando era joven iba a todo; al Falla, me disfrazaba...

–Pero como poeta, como autor, nunca.

–No. Pero, espérate. A mí Pepe Mena, en 1983, me quiso nombrar pregonero...

–¿Ah, sí?

–Éramos colegas del Partido Comunista. Y le dije que ni loco sería pregonero viviendo en la ciudad. Pero le dije: “Tengo un pregonero para ti, Carlos Edmundo de Ory”. Quiso que yo fuera pregonero, pero le propuse a Ory.

–¿Así surgió?

–Así fue. A Pepe Mena le tenía yo mucho cariño. Me preguntó que quién era y dónde vivía. Le dije que en Francia, y que era muy barato traerlo en un avión. Y esos Carnavales fueron memorables. Con el padrenuestro del Carnaval, aquel ‘Cádiz Nuestro’, su disfraz de Mefistófeles... Yo estaba con él en el escenario, vestido de bufón. Fuimos en coche de caballos desde Puntales hasta Cádiz bebiendo, aunque Pepe Mena nos racionaba el vino porque decía que no podíamos gastar tanto. Fue todo muy divertido, aunque Diario de Cádiz puso: “División de opiniones sobre el pregón de Carlos Edmundo de Ory; unos piensan que fue genial y otros que un mamarracho”. Pasamos unos Carnavales magníficos, aunque nunca he escrito un cuplé ni un pasodoble.

–El mester suyo no ha sido de juglaría, sino de clerecía...

–Exacto, exacto (ríe). Y tengo material escrito sobre el Carnaval. Y le he hecho entrevistas a Pedro Romero, El Quini, Gamaza...

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