Pimpis y pupileros del muelle de Cádiz

Historias de Cádiz

El Congreso de los Diputados discutió sobre ‘el fenómeno de la pimpería ’ durante la guerra de Cuba l Barracones en la Caleta para librar a los licenciados de los buscavidas

Muelle de Cádiz a finales desligo XIX
Muelle de Cádiz a finales desligo XIX / Archivo
José María Otero

25 de junio 2022 - 18:02

Buscavidas y golfillos han existido en todos los muelles del mundo. En todos los lugares donde hay turistas y forasteros, siempre hay alguien dispuesto a sacar tajada de la ignorancia de la ciudad a la que llegan y del desconocimiento de sus usos y costumbres. En Cádiz esos buscavidas fueron conocidos con el nombre de ‘pimpis’ y tuvieron especial relevancia con la guerra de Cuba y con la masiva llegada a nuestra ciudad de barcos repletos de soldados licenciados de la campaña en las Antillas.

En el último tercio del siglo XIX, con el recrudecimiento de la guerra de Cuba, el Gobierno decidió que la paga a los soldados se efectuara a su regreso a la península. Estos sueldos eran muy escasos, pero la larga estancia en Ultramar hacía que los licenciados dispusieran de una curiosa cantidad a su llegada a Cádiz. Por si fuera poco, en nuestra ciudad debían permanecer unos días hasta que se organizara la correspondiente expedición que los llevara de regreso a sus pueblos de origen.

Estos jóvenes, que en su inmensa mayoría carecían de instrucción, caían fácilmente en las manos de los llamados ‘pimpis’, que le ofrecían toda clase de placeres y comodidades a cambio de unas pocas monedas. El resultado era siempre el mismo: los pobres licenciados quedaban sin placeres, sin comodidades y sin dinero.

El Ejército comenzó a tomar medidas y, en el viaje de regreso a la península, los soldados eran aleccionados de lo que podría ocurrir en Cádiz y que tuvieran mucho cuidado con sus dineros. El Ayuntamiento y el Gobernador Civil de la provincia también tomaron medidas y en los ejemplares de Diario de Cádiz de aquellos años encontramos las instrucciones que se daban al Jefe de Vigilancia, llamado Seisdedos, para que dejara el muelle limpio de pimpis.

Pero el fenómeno de la ‘pimpería’, como se le llamó por entonces, fue en aumento. El gobernador militar, Sabas Marín, ordenó en 1887 que los licenciados fueran llevados con escolta desde el muelle a unos grandes barracones situados entre la Caleta y el baluarte de los Mártires, (uno de ellos sirve actualmente como sede de una peña flamenca). Allí debían permanecer hasta su traslado, también con escolta, a la estación de ferrocarril y embarcados en el correspondiente convoy militar que los llevara hasta sus pueblos de procedencia.

Esta medida provocó la lógica indignación del comercio gaditano, que se veía privado de una posibilidad de negocios honrados con estos soldados. El alcalde, Manuel de Amusátegui, envió su protesta al Gobierno y el asunto llegó al Congreso de los Diputados. Durante varios días nuestros diputados discutieron sobre los pimpis de Cádiz.

Finalmente, el Gobierno dio la razón al alcalde y los licenciados pudieron moverse libremente por la ciudad hasta que subían al tren militar correspondiente.

Finalizada la guerra de Cuba y la masiva presencia en Cádiz de soldados licenciados, la existencia de pimpis en el muelle quedó reducida. Pero, poco después, al comenzar el siglo XX, el establecimientos de líneas marítimas con América hizo que renaciera el fenómeno de la ‘pimpería’, que llegaría a ser preocupante y que puso en peligro al muelle de Cádiz como puerto de salida y destino de esos viajes trasatlánticos.

En efecto, las navieras advertían a sus pasajeros de la existencia de pimpis en el muelle gaditano, camuflados en ocasiones de legítimos ‘pupileros’, personas encargadas de ofrecer hospedaje a los turistas y forasteros. De nuevo en los ejemplares antiguos de Diario de Cádiz encontramos multitud de referencias a las medidas tomadas por la autoridad para impedir los abusos.

Un caso significativo ocurrió en junio de 1910, cuando fondeó en la bahía de Cádiz el hermoso trasatlántico Patricio de Satrústegui, de la Compañía de Trasatlántica, procedente de Argentina y Uruguay con cientos de pasajeros a bordo. Relata nuestro periódico que una multitud de ‘pimpis y zagalones’ se dio cita en el muelle para sacar provecho de los turistas. Hasta el patrón de uno de los botes encargados de trasladar a los pasajeros desde el barco al muelle se convirtió en ‘pimpi’, parando la embarcación a mitad de camino para exigir a los turistas más cantidad de la estipulada, amenazando con lanzarlos al agua.

En esta ocasión fue la Comandancia de Marina la que tuvo que intervenir retirando la licencia a los boteros implicados y controlando las tarifas de traslado a los buques.

Pocos años más tarde, hacia 1915, la Sociedad de Turismo de Cádiz decidió colocar unas casetas en el muelle para descanso de los pasajeros de los distintos buques y con una información detallada y exhaustiva de los atractivos de la ciudad y de los precios de hoteles, pensiones, restaurantes, coches de caballos y todo lo que pudiera interesar a los que llegaban a Cádiz. Con ello se pretendía evitar que fueran estafados.

Poco a poco, las costumbres y la reglamentación de los trabajos a realizar en los muelles fue acabando con la llamada ‘pimpería’, pasando los últimos’ pimpis’ a ser unos personajes más bien simpáticos por su peculiar manera de buscarse la vida, muy alejada de esas connotaciones negativas y casi delictivas que tuvo en su origen.

Muchos gaditanos recordarán también a los últimos pupileros, con sus gorras de plato anunciando el nombre del hotel o pensión correspondiente y siempre dispuestos a lograr un cliente y la legítima comisión. Una profesión absolutamente legal ya desaparecida y que compitió durante años con los pimpìs para lograr el favor de los turistas y forasteros.

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