"Queremos que cada número que llegó a Auschwitz recupere su nombre"
Wojciech Plosa. Director del Archivo de Auschwitz-Birkenau
El responsable del centro documental del mayor campo de extermino del nazismo ingresó ayer en el Ateneo gaditano "Nadie puede decir que no sabía lo que estaba pasando"
-Un reciente estudio llevado a cabo por el Museo del Holocausto de Washington afirma que en Alemania y los países ocupados se pusieron en marcha un total de 42.500 campos de concentración, guetos y centros diversos. La cifra es mucho más alta de lo que nunca se ha pensado. La teoría de 'muchos no sabían lo que pasó' se hace insostenible.
-Depende del alcance del conocimiento. Por ejemplo, en Polonia, eso forma parte de nuestro pasado: esto es así aunque no se quiera pensar sobre ello, al igual que ocurre en Alemania. Gracias a la documentación, la historia, las memorias y testimonios de los supervivientes podemos elaborar esta memoria común, esa es la base del conocimiento, de lo que pasó. Y no veo que nadie pueda decir que no lo sabía.
-Al término de la II Guerra Mundial, los alemanes tuvieron que tomar una decisión: tratar de entender su pesadilla o ignorarla. Escogieron lo primero. En España, aún se levantan heridas cuando se habla de nuestra memoria histórica, ¿qué les diría a aquellos que creen que no es bueno mirar al pasado?
-Hay un dicho entre los historiadores que asegura que la historia es la maestra de la vida. Conocer la historia y mirar al pasado es de tremenda utilidad, tanto para ahora como para el futuro. No sólo no se van a repetir ciertos errores y situaciones, sino que se puede trabajar más acertadamente sobre ellos. Y esto es muy importante.
-Dirigir el archivo de un lugar como Auschwitz imagino que supone una idea de contribución, de responder a la responsabilidad.
-Claro. Mi trabajo no es como un trabajo normal, en el que se va a la oficina de ocho a seis. Para todos nosotros, es una especie de misión. Trabajamos con documentos, fotos y recuerdos sabiendo que tras las líneas de todos esos expedientes, y de todas las imágenes, está la historia de las individualidades, con sus vidas y sus sueños. Yo no sé lo que esperaban, no sé qué soñaban, pero sé que sufrieron allí. A mí me gustaría entender todo nuestro trabajo, todo el museo, como una manera de conmemorar a cada una de esas personas, y hacer saber de ellas a futuras generaciones. Es sabido que en lugares como Auschwitz, a los prisioneros se les quitaba el nombre y se les asignaba un número. Aquí nos gustaría contribuir a hacer el proceso inverso: dar un nombre a cada número.
-El archivo de Auschwitz no sólo se nutre de los documentos encontrados en el campo, sino de toda aquella documentación relativa al mismo en toda Europa. Con lo que es una colección abierta, en continuo crecimiento.
-Tenemos muy buenos acuerdos de colaboración con archivos y museos de Alemania, Austria y Checoslovaquia, así como con el Yad Vashem de Jerusalén. El mayor problema ha sido el trabajo con Rusia. Tras la liberación del campo, el Ejército Rojo confiscó mucha documentación que sigue guardada en Moscú. Vamos solicitando copias de esa documentación, no los originales, porque constituyen pruebas muy valiosas.
-Hay una famosa entrevista médica con el director del campo, Rudolf Höss, en la que se limitaba a decir que obedecía órdenes de Himmler: "Tenía un discurso tan correcto y natural que obedecíamos sin cuestionarle". ¿Cómo era posible esta anulación, esta negación de la realidad?
-Fue poco a poco. Incluso al principio, tras el ascenso nazi al poder, eran los propios vecinos alemanes quienes los protegían y ayudaban a la población judía frente a los abusos. Pero, en sólo cinco años, esos mismos vecinos eran quienes los acusaban. El objetivo inmediato de las medidas antisemitas y los traslados a los campos no sólo era eliminarlos por sí mismos, sino quedarse con sus posesiones, dinero, pertenencias... Por otro lado, campos como Auschwitz o Treblinka estaban en territorios que respondían únicamente ante el gobierno nazi. Era un universo cerrado en sí mismo y no había límite ni fin.
-Pero sabían lo que hacían: los nazis intentaron destruir cualquier prueba material, incluida documentación, que hablara de sus crímenes y actividades en los campos.
-Una gran ironía de todo esto es que la ingeniería nazi era altamente burocrática: estaban obsesionados con ello, y dejaban registro de casi cualquier cosa. A finales de 1944, en Auschwitz, comenzaron a pensar que todos aquellos documentos constituían pruebas irrefutables de sus crímenes, así que les dijeron a los propios prisioneros que los destruyeran. Por supuesto, ellos se las arreglaron para esconder o enterrar muchos de los papeles. A todo esto hay que añadir, por supuesto, los testimonios de los supervivientes.
-Hubo muchos ciudadanos polacos que llegaron a ayudar a los segregados, a su propio riesgo. Pero luego está esa imagen que persiste, poco favorable a la población polaca en cuestiones relativas al 'problema judío'.
-Hay que recordar que en Polonia se condenaba a muerte a los que ayudaban a la población judía. En la resistencia polaca había una unidad especial que se encargaba de organizar todo tipo de ayudas para los judíos. Pero, claro, inevitablemente hubo gente que los traicionó. Principalmente, por dinero. Este no es sólo un problema nuestro, por supuesto. Pero sí es una mancha oscura en nuestra historia.
-¿Cómo afronta el revisionismo?
-Un lugar como Auschwitz no tiene réplica. No hay limites: la gente puede ir donde quiere, sola o con guías, se pueden consultar los archivos... El museo está localizado en Auschwitz II, que casi no ha cambiado desde 1945. Ves perfectamente que no hay decoración, que no es un escenario. El director del Museo de Kigali, en Ruanda, vino a visitarnos en diciembre. Su museo se erige en el lugar en el que descansan los restos de 250.000 personas. El decía que más allá de archivos o bibliotecas, de lo educativo, este tipo de centros sirven sobre todo para que el visitante se pregunte qué siente, qué le transmite.
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