Joaquín Benítez
Luces y sombras en navidad
Rafael Manzano · premio driehaus e hijo predilecto de cádiz
El orgullo y la nostalgia del Cádiz de los primeros años de Rafael Manzano se cuelan entre las preguntas de la conversación que mantiene con Diario de Cádiz. Este gaditano nacido en la calle Veedor esquina con Vea Murguía, donde vivió hasta los cinco años, cuando su familia se trasladó a Jerez, estudió en Madrid y ha desarrollado su carrera desde Sevilla. Ahora que regresa a su tierra natal, cuando la Real Academia de Bellas Artes de la Provincia lo nombra académico de honor, echa la vista atrás y se desprende de aquellas vivencias de su Cádiz natal, el jerez de su niñez y la casa de su abuela paterna en Puerto Real, de donde dice venirle su vocación de arquitecto.
-¿Cómo supo que quería ser arquitecto?
-Mi vocación de arquitecto vino de aquella casa preciosa que tenía mi abuela en Puerto Real, que me ha dejado una profunda huella en el alma. También se la debo a las iglesias de Jerez donde mi padres me llevaban a rezar y a la luz de Cádiz, que es esencial, esa luz marina, la salada claridad que decía Machado.
-¿Y cuándo se trasladó a Jerez?
-Mis padres eran gaditanos, pero mi padre encontró que en Jerez iban mejor sus negocios y éramos muchos hermanos, nueve. Mi madre nunca se encontró en Jerez, así que visitábamos Cádiz cuando podíamos. Nos inculcó sobre todo a los tres mayores la tremenda nostalgia, venir a Cádiz era venir al paraíso en unos momentos donde las distancias eran las mismas pero el tiempo era otro, era la postguerra, no había gasolina...
-¿Qué recuerda de aquellos viajes?
-Recuerdo cuando desde lo alto de la Sierra de San Cristóbal se veían brillos de las salinas, de las pirámides de sal que no existen desgraciadamente, pues lo hemos destruido entre todos. Era algo único.
-Y estudió en Madrid. ¿Es cierto que compartió habitación con el otro gran Rafael, Moneo?
-Sí, claro. En el colegio mayor de los primeros años, en una habitación triple coincidí con los dos hermanos Moneo, uno que desgraciadamente nos abandonó muy joven y Rafael, que es un creador máximo de la arquitectura española. Ya entonces íbamos por distintos caminos y lo hemos apurado cada uno en las posibilidades que brinda la arquitectura, hacia el mundo del clasicismo y de la modernidad.
-¿Discutían ya entonces sobre lo clásico y lo moderno?
-Sí. Ya éramos distintos, pero nos vemos y nos queremos mucho. Somos compañeros de la Academia de Madrid.
- ¿Cádiz le ha inspirado algo en cuanto a los cánones de la arquitectura vernácula que persigue en su obra?
- Evidentemente el clasicismo se lo debo a Cádiz porque en ella es perfecto, es una ciudad con una gran unidad de texturas. Por desgracia he trabajado muy poco como arquitecto en Cádiz, pero ahora muy tardíamente me encargaron una casa en la Alameda. Y la he hecho con tanta ilusión. Una casa con algún lujo de los que tienen las casas de Cádiz, con cierros con cristaleras que se abren al mar y todo tipo de mármoles que le dan una especie de brillo nacarado de gran belleza.
-Y creó una nueva torre...
-Sí, se trata de una torrecita gaditana pero que tiene una anomalía, la superficie vista de la bóveda es de azulejos vidriados y eso no es muy gaditano, pero el cliente se empeñó en tener azulejos antiguos. Se ve desde la Alameda, desde la iglesia del Carmen y es gaditana en todo menos en los brillos, pero es un homenaje al mar y al azul del cielo gaditano. Y también tiene otra torre más baja que es un lucernario de ventilación de la escalera y que tiene azulejos amarillos que es un homenaje a la cúpula tardía de la Catedral gaditana que hizo Daura. El vidriado ha saltado y habría que hacer algo, le tengo mucho cariño a la Catedral.
-¿Es la Catedral de Cádiz una de sus obras anheladas?
-Cuando me volví a Andalucía tras estudiar en Madrid vine a parar a Sevilla y aunque pensé en volver a Madrid, me quedé en Sevilla por circunstancias. Entonces le pedí al director general de Bellas Artes que me encargara la restauración de la Catedral de Cádiz. Pero él tenía para mí unas ideas para actuar en Sevilla y Huelva, donde he dejado mucha obra. Así que me dijo que no, que yo lo que quería era volver a Cádiz y que como lo hiciera me iba a quedar a vivir allí (ríe).
-También intervino en la Santa Cueva.
-Sí y lo terminó Manuel Fernández Pujol, en una gran actuación que financió Caja Madrid, que entonces tenía una especie de fondo que usaba en grandes restauraciones. Y allí se hizo una obra importante con restauración de los Goya y todos los honores.
-¿Viene mucho por aquí?
-Claro, como dice el anuncio de Renfe, en tren que es magnífico y así no conduzco, ni aparco, que soy un peligro (bromea).
-¿Y qué intervención le ha maravillado últimamente en Cádiz?
-Algunas son horrorosas como el Teatro de la Tía Norica que me ha producido un profundo dolor. También me ha dolido el barrio de San Carlos y la fachada saliente de la plaza de España, que son todos edificios públicos de época de la dictadura. Por cierto que yo realicé para esa zona proyectos que no se llegaron a hacer, como el anteproyecto de terminal marítima en Cádiz, que hubiera sido estupenda. Era un sólo edificio que existía, en una nave enorme que hay allí a la que le rodeaba una estoa. Era un edificio neoclásico gaditano. Pero hubo cambios de escenarios y fue fallido. Y también proyecté una especie de espaldón de piedra para ocultar un poco el contenedor del muelle, que tampoco salió. Quería ocultar aquello que por otro lado decían que convenía a Cádiz, aunque yo creía que había que llevarlo a la Cabezuela para quitar el tráfico a la ciudad.
-Y pendiente que estamos aún de esta actuación. ¿Es necesaria la integración del puerto?
-Sin duda, el muelle de contenedores es un error y el puerto debe integrarse en la ciudad.
-¿No me dice entonces qué arquitectura gaditana le ha convencido últimamente?
-Lo que más me complace de Cádiz es que ha salvado su propia identidad y, en general, se ha conservado la ciudad vieja tal cual era. Yo es que soy conservador y en materia de arquitectura soy partidario de ser como como Jano Bifronte, con dos caras, uno que mire al futuro y una el pasado, pero yo respiro más el pasado que el futuro. Y así lo he tratado de enseñar a mis discípulos y es lo que he procurado de transmitir, el amor por el arte y la arquitectura del pasado.
-Usted es un arquitecto único en su especie, pues las nuevas generaciones no practican los cánones del clasicismo. ¿Dialoga bien el lenguaje moderno en un centro histórico como el de Cádiz?
-Creo en la capacidad de la arquitectura para resolver todos los problemas. La casa gaditana que he hecho es moderna, no antigua, porque las antiguas tienen aspectos que la hacen inhabitable y hay que evolucionar. Pero tiene que conseguir integrar los elementos del pasado que todavía son válidos y que no son contradictorios con la vida actual, pues conviene adherirse al conjunto para no destruir una percepción de belleza como el de todo Cádiz. Doy un paso adelante pero mirando atrás.
-Y nadie mejor que usted, que ya posee el Driheaus y da nombre a un premio llamado Rafael Manzano de Nueva Arquitectura Tradicional. ¿Qué se siente ante algo así?
-Me lo dijeron en la ceremonia y fue una gran alegría en un momento de gran tristeza, pues acababa de quedarme viudo. Pero bueno, tenemos a este gran mecenas que es Driehaus que sigue implicándose en España y sigue repartiendo dones por donde va y cuidando de la arquitectura española. Es una persona que hemos conseguido traer a nuestro barrio. Este año ha premiado un proyecto para Vejer, otro para Arahal del Campo, para Jácar y este año estamos con una petición para convocar un concurso internacional y se ha premiado a artesanos de la construcción. En fin, unos planes muy interesantes para intentar hacer sobrevivir el clasicismo sin contradicción con la modernidad arquitectónica. También estamos dando cursillos de arquitectura clásica, dos seminarios al año. Uno en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y otro itinerante, el año pasado fue en Sevilla, otro en los pirineos navarros y algún año queremos hacerlo en Cádiz, pues es una lección de arquitectura viva.
-En una profesión con tanto ego, usted lo lleva en cambio con mucha modestia.
-Porque las arquitecturas explosivas y las que más suenan son las más modernas y sorprendentes y el clasicismo es más modesto y oculto, no pretende crear nada, pretende salvar la historia. Es que uno de los posibles defectos que tuvo el desarrollo de la modernidad fue que destruyó la ciudad histórica, de una belleza incalculable. Y en España también se ha destruido el paisaje, como en Cádiz. Cuando uno entra por el nuevo puente se encuentra lo peor de la ciudad, muy agresivo, y ya cuando llegas al centro por las Puerta Tierra parece que has salvado la vida.
-Ha intervenido en muchos monumentos. ¿Hasta qué punto puede crearse e inventarse sobre ellos?
-Hay monumentos de muchas clases y por ejemplo en Medina Azahara el rigor arqueológico es fundamental. De mi obra allí no me arrepiento pues está hecho con rigor y está a punto de ser declarado Patrimonio de la Humanidad, y tiene mucho futuro porque hay mucho suelo arqueológico. Y ahora colaboro de alguna manera en las obras de allí. También intervine en el Alcázar de Sevilla, pero también me divierte hacer intervenciones que no son pura arqueología, como una espadaña en medio de un monte de Aracena para colgar las campanas de una torre. También me ha gustado crear arquitectura complementando a la ciudad histórica. Hice un proyecto para intentar renovar el paisaje de la cruz del campo de Sevilla y ahora eso es imposible porque la cruz del campo ya no tiene campo. Ahora está maltratada por la arquitectura que le rodea. Pero es viable darle un contexto que sea un marco adecuado para poder contemplarlo.
-Hablemos de la profesión. ¿Cómo la encuentra ahora?
-Mis primeros discípulos vivieron una edad de oro de la arquitectura, que no fue nada bueno tampoco, y en parte este momento de locura constructiva que ha habido antes de la crisis trajo consigo la crisis. Y para mí es muy doloroso ver a mis discípulos que no practican porque no tienen encargos y trabajan en oficios dispares y alejados, y sufren por no poder disfrutar del ejercicio arquitectónico, de tanta belleza y responsabilidad que es un goce.
-¿No ve indicios de mejora?
-Hace dos o tres años se vieron como decía el presidente brotes verdes, pero se han vuelto a apagar. No he visto que se hayan reafirmado. Pero me decía alguien que está más en la vida profesional que los colegios de arquitectura han subido en cuota de participación por visados. Esto es algo indicativo de que la profesión está mejor. Y me gustaría que así fuera desde el punto de vista profesional y de trabajo colectivo, pero también en orden a cuidar lo que hacemos, para integrar en lo posible en el paisaje y en la arquitectura del pasado.
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