Muere Rafael Rodríguez Sande, profesor de Filosofía de la UCA
OBITUARIO
Aunque es cierto que sus problemas de vista le obligaron a jubilarse prematuramente, también es verdad que las informaciones que nos llegaban de su "saludable estado físico" no nos hacían presagiar su pronto fallecimiento. La noticia de su muerte, transmitida por el Decano de nuestra la Facultad de Filosofía y Letras, me ha recordado aquellas agudas, lúcidas y esperanzadas reflexiones sobre la fragilidad de la vida que él me esbozó ante el cadáver de nuestro común amigo, Mariano Peñalver. Me explicó -recuerdo- cómo el carácter mortal de la vida constituía, "quizás, el factor más determinante de los alicientes que nos proporcionan los contratiempos, las adversidades, los fracasos e, incluso, las enfermedades"
Rafael, hombre amable, discreto, serio y empedernido lector de textos clásicos, era, sobre todo, un atento oyente de las voces que le dirigían los seres de la naturaleza y un agudo analista de las palabras que pronunciábamos los seres humanos: era un intelectual contemplativo que - callado pero no absorto-, tras gozar con la verdad y con la belleza que nos descubren el fondo de todas las cosas creadas, nos las señalaba silenciosamente con la intención de que los demás también disfrutáramos de ellas e interpretáramos sus aleccionadores y jugosos mensajes. En mi opinión, uno de los rasgos más reveladores de su vitalidad intelectual era su capacidad de admiración y la fuerza con la que nos estimulaba a sus amigos para que miráramos y para que nos acercáramos a esa vida que late -decía-, incluso en los seres inanimados y que nos ayuda a encontrarnos cordialmente con lo más valioso de nosotros mismos
Rafael, con sus palabras claras pero, sobre todo, con su apacible estado de ánimo y con sus actitudes contemplativas, tanto en sus clases como en las conversaciones con los colegas, nos explicaba con claridad cómo la admiración es la ventana que nos abre la posibilidad de fijarnos, de apreciar y de participar en los aspectos más positivos de nuestra corta existencia. Con la suavidad de sus gestos y con la elegancia de sus formas, con su moderación y con su discreción, nos ilustró magistralmente su convicción de que el buen gusto, entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos, era la manera más positiva de vivir la vida en serio y de orientarla hacia unas metas nobles y trascendentes. Que descanse en paz.
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