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La celebración en Cádiz de Blue Zone Forum durante la pasada semana no sólo puso a los gaditanos a mirar hacia el mar, hacia la importancia (y la rentabilidad) que los proyectos sostenibles con nuestro planeta tienen en nuestro futuro y hacia el amplio abanico de posibilidades que se nos abren en la llamada economía azul. Quizás, y casi de quedito, sin hacer mucho ruido, el evento de Zona Franca con la colaboración de Telefónica que tuvo lugar en el Palacio de Congresos nos proporcionó otro baño, uno de realidad, en nuestra relación con las nuevas generaciones. Rock in blue se llamaba el itinerario dedicado a jóvenes y primeros emprendedores. Y no había visto un auditorios tan implicado en mucho tiempo...
Son muchas las reflexiones y tarea por hacer las que nos ha dejado Blue Zone Forum, sí, pero la visión de una sala repleta de jóvenes, muchos de ellos de institutos de la capital y la Bahía, conectados con la creación de una startup o con la comprensión del valor diferencial de un producto o con la importancia de la presencialidad y el tú a tú a la hora de vender una idea, nos está también hablando de nosotros, de nuestra incapacidad para llegar a una generación que, sin embargo, no tarda en reaccionar e ilusionarse cuando se les habla directamente, a ellos, en su idioma, de sus intereses.
Prueba palpable fue el taller impartido por el consultor, y biólogo de formación, Emilio Solís que en apenas una hora, y junto con más de un centenar de jóvenes que le seguían atentos, creó un negocio digital destinado a paliar el problema de aparcamiento en Cádiz. En poco menos de 60 minutos tuvieron la idea, crearon un nombre para la empresa, improvisaron un logotipo, dieron vida a la página web, crearon una metodología de mantenimiento y compartieron todas las herramientas (gratuitas) que hacen posible que una startup eche a andar de una manera muy germinal, sí, pero ilusionante en vistas de las reacciones.
“¿Puedes poner otra vez esa dirección?”, “¿Eso dónde se consigue, cómo lo encuentro?, “¡Quillo, no lo troleéis que si no no avanzamos¡”... Interés, autorregulación de los elementos disonantes por el propio grupo, hasta la última fila levantaba la mano o alzaba la voz para hacer sus aportaciones... El turno de preguntas, imaginen: “¿y cómo se saca rentabilidad a esto?”, “¿cuántas empresas tienes tú?”, “¿las montas así?”, “¿cuánto tiempo llevas?”... Solís los atrapó, con su propuesta y con su manera de exponerla.
Serio pero cercano; didáctico pero sin un ápice de condescendencia; divertido pero no histriónico... El ponente proponía, los jóvenes hacían. Si das rock and roll, buen rock and roll, el público acaba saltando. No hay más. Y en Rock in blue sonó. Un programa cuidado, hecho a la medida de una generación que está deseando ser vista, escuchada, que necesita pista para bailar. Porque es su momento.
Si Emilio Solís fascinó a los jóvenes con su método de creación de una startup, un día antes Rubén Turienzo dejaba al auditorio ojiplático con su manera de explicar cómo buscar y aprovechar las oportunidades para poner en marcha un proyecto y, sobre todo, qué significa eso del valor diferencial y cuál es la importancia.
Una ruleta: rock, pop, Shakira... Elegid, les dijo. Shakira, fue la escogida, finalmente, por el azar ante las primeras reticencias del público a entrar en el juego. A partir de ahí, una clase magistral a medias entre el marketing y la economía a través de la carrera de la artista. Hubo música, sí, hubo rock, sí, y hubo baile de materia gris.
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